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lunes, 4 de noviembre de 2019

EL ÁRBOL DE LA BARRANCA.

No es de las especies más viejas,  pero domina el entorno como ninguno. Es la presencia determinante de la barranca del Parque Lezama. Un parque de ocho hectáreas, valorado por sus especies y uno de los pocos lugares que conserva el diseño original de Carlos Thays,  el gran transformador de los espacios públicos de la ciudad de Buenos Aires. El entramado del ramaje, la espesura de la copa y los colores definidos y diferenciados de su tronco y ramas, lo convierten en protagonista por derecho propio.


En plena pendiente de la barranca, impone su presencia. Una casualidad en el diseño paisajístico de estos días, lo ha dejado solo. El árbol entonces ha crecido a sus anchas. Tiene un porte majestuoso, de ramas grises, negruzcas y algunas machas color plata durante el invierno.  Un ramaje firme y sostenido, pega impulso hacia arriba en cualquier momento del año. En verano se carga con una  generosa copa  de hojas. Su volumen  domina todo el escenario y su gran ramaje, desplegado a pleno a unos tres metros del suelo, es una gran  bóveda que protege del sol a los visitantes.
Está ubicado a mitad de camino entre el Museo Histórico Nacional y la pradera del parque que empieza en el Paseo de los Olmos. Una línea de centenarios árboles que bordea el camino que va desde el Monumento a la Cordialidad Internacional (regalo de Uruguay por el centenario de la Independencia en 1910), sobre la Avenida Martín García, hasta la cima de la barranca que originalmente se llamó Punta de Doña Catalina y que  ahora no tiene nombre. Es solo un mirador en el extremo más alto de  la barranca, que luego cae a pique sobre la esquina de las avenidas Paseo Colón y Martín García.


Los espacios de un parque –de cualquiera del mundo – se valoran según su apariencia arbórea, su diseño, su historia y/o por la relación que se establece entre  los visitantes y habitantes cercanos. Esta barranca tiene una larga historia silenciada y un presente cargado de visitantes que  se citan bajo este árbol. Escenario bucólico el actual, con tertulias diversas durante la semana. Gente que estudia, gente que se ama, gente que se cuenta cosas , gente solitaria que arregla cuentas consigo mismo,  gente que solo observa el paisaje. Bajo la sombra de su copa,  suceden innumerables historias cotidianas. Pero en otro tiempo, este  lugar tuvo otros usos menos destacados.
En 1536, año de la primera fundación de Buenos Aires,  por Pedro de Mendoza, la barranca era solo el camino de paso entre el asentamiento,  ubicado en lo más alto de la meseta, y el Río de  la Plata. Mejor dicho, de los bañados que separaban este promontorio y la costa del río. Desde este lugar, la guardia militar divisaba perfectamente todo el horizonte en dirección sur y este. Pero ese primer asentamiento no prosperó, fue abandonado y 44 años después, Buenos Aires fue fundada de nuevo por Juan de Garay,  pero 2 kilómetros más al norte, donde hoy está la Plaza de Mayo. Todo este lugar, pasó a ser el extrarradio, el arrabal.
Buenos Aires fue un importante puerto negrero. Por aquí ingresaban todos los esclavos que luego eran rematados y enviados a las ciudades y haciendas del norte argentina y al Virreinato del Perú. Las principales fortunas de entonces (últimas dos décadas del 1700) se construyeron vendiendo negros esclavos y el contrabando. Por esta barranca que hoy domina este árbol, pasaron cientos de miles de negros  traídos de África. Aquí tuvo su asentamiento la Real Compañía de Filipinas. Fueron pocos años, pero no por eso menos tenebrosos.

En los primeros años del silo XIX, el Parque Lezama fue utilizado por asentamiento de tropas y almacén de pólvora y artillería. El espacio donde se ubicaron esas instalaciones, es donde hoy está el Museo. Tenían entrada por la actual calle Defensa, que por ese tiempo se la conocía como “Cuesta de Marcó”. La pendiente que hoy vemos despejada, debió ser sitio de entrenamiento.
En la primera década del 1800, comenzó la transformación del parque y de esta pendiente de la barranca. Por esos años, se instalaron en las zonas aledañas,  varias quintas que proveían de verduras y frutas frescas al mercado de la ciudad,  ubicada en los Altos de San Pedro y luego en la Recova de  la Plaza de Mayo. Muchos de esos pequeños agricultores eran ingleses e  irlandeses, inmigrantes que llegaron para criar ovejas y algunos de ellos (a los que no le fue tan bien) se convirtieron en quinteros. El más famoso de todos es un tal Brittain, en cuyo predio se empezaron  a cultivar las primeras  peras de agua en  la ciudad. Las llamó  Peras del Buen Cristina Williams”  y es la variedad que hoy encontramos en  las góndolas de los supermercados como Peras Williams.
La presencia en la zona de los Fair, Cope y Brittain, atrajo a otros británicos. En 1808 compró el predio un inglés llamado Daniel Mac Kinley. Un joven recién casado y recién llegado al Río de la Plata, que quiso emular alrededor de su casa un paisaje verde como su país natal. Los Mac Kinley hicieron una quinta y dejaron un gran espacio para parquizar.  Para los vecinos, estas tierras dejaron de ser “El Bajo de la Residencia” y pasaron a llamarse “La Quinta del Inglés”. Su propietario mantenía enarbolada todo el día la bandera británica en lo más alto de su casa”.  
El norteamericano Charles Ridgely Horne, fue propietario entre 1846 y 1867. Hombre vinculado a Juan Manuel de Rosas y el bando Federal, Horne tuvo importantes cargos relacionados con el comercio exterior, la Aduana y el Puerto de Buenos Aires. Su residencia fue lugar privilegiado de reuniones. Y el parque alrededor fue ganando en presencia y  diseño.
En 1867, Horne le vende su casa a Gregorio Lezama, un terrateniente de origen salteño que había logrado una gran fortuna en tierra y propiedades en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. Lezama es quien le da la verdadera identidad al  parque. La pendiente donde hoy está este árbol cobra sentido, en el diseño que Lezama piensa para el lugar. Coleccionista botánico, el nuevo propietario contrata a los mejores especialistas europeos en paisajismo. Lezama se propuso y logró hacer un enorme jardín botánico con numerosas esculturas de gran valor. Las pendientes de la barranca de la Punta de Doña Catalina dejaron de ser un lugar a medio camino entre la quinta y el jardín y pasaron a ser un recinto de especialidades botánicas de todo el mundo.  El arquitecto,  paisajista y urbanista francés Carlos Tahys,  a partir de 1894 se encargó de darle diseño definitivo: todos los senderos de la pendiente sureste, terminarían en el Paseo de los Olmos que, a su vez, marcaría la separación entre la barranca y la pradera, donde instaló un gran rosedal.  De esa época no queda rosedal  ni rosas y se han perdido infinidad de especies botánicas. Pero esa es otra historia más contemporánea de nuestros día, que la contaré en otra ocasión.

Fotos: sarmiento-cms / el jinete imaginario

sábado, 19 de octubre de 2019

VIBRACIONES DE VOCES EN LA HISTORIA


Tres imágenes nocturnas de un día laboral, tres miradas en la noche sobre este punto sensible de la arquitectura social de Argentina. La Plaza de Mayo.










La Plaza de Mayo siempre está llena de gente, aunque sea de noche y esté vacía. Este recinto que no alcanza a dos hectáreas, es el centro del sistema nervioso de los argentinos. Aquí han pasado muchas cosas. Y las voces de entonces siguen vibrando bajo luz de sus farolas antiguas. El silencio en esta plaza es denso, acogedor y cargado de memoria. La memoria de los argentinos. La  arquitectura  institucional de su entorno no convierte el espacio en ceremonial. Son las voces que se fueron, vuelven y se van en un agitado deambular por la historia. Mañana, desde el amanecer, todos esos ruidos, cantos, bailes, reclamos, protestas,  luchas, batallas, derrotas  y avances en el encuentro de la sociedad argentina, se irán para dejar  el lugar a la velocidad del nuevo día, de los nuevos  tiempos.




El espacio de los reclamos.

Al fondo, una imagen de lo que queda del Cabildo original de Buenos Aires. Frente  a  esos balcones de madera,  los argentinos de entonces hicieron sus primeros reclamos. El más famoso de todos,  es la movilización de vecinos el 22 de mayo de 1810 que dejó una frase para la historia; “El pueblo quiere saber de qué se trata”. Fue el pedido generalizado de quienes estaban esa mañana frente al Cabildo, donde se desarrollaba un Cabildo Abierto  para resolver el futuro gobierno de la colonia, ante la caída de la monarquía española  a manos de las tropas de Napoleón. Como se  sabe,  ese Cabildo Abierto fue el preámbulo de la Revolución de  Mayo tres días después, que marca el comienzo de la  vida independiente de Argentina.
Los líderes callejeros de ese día fueron Domingo French y Antonio Beruti y quienes estaban en la calle se los denominó “Chisperos”. Ambos vivían a pocas cuadras de esta plaza. Y los dos terminaron formado parte de los ejércitos de la independencia y posteriormente a la política. Se les atribuye  la creación de la escarapela nacional. Una distinción que repartían en la plaza los Chisperos  para identificar  a quienes estaban a favor de un gobierno independiente. La escarapela celeste y blanca  luego fue adoptada por Manuel Belgrano como parte del uniforme de sus tropas acantonadas en Rosario, el lugar donde creó la bandera nacional con los mismos colores.
Todo ese bullicio de entonces, marcó para siempre el destino de esta plaza. Todos los grandes movimientos sociales nacieron o tuvieron su bautismo de presentación en este rectángulo de 2 hectáreas, desde el peronismo hasta  el radicalismo. Pero antes, fue el lugar de concentración de anarquistas y socialistas en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, cuando peleaban por las ocho horas laborales, descanso semanal, aguinaldo y vacaciones. La plaza no solo albergó esos reclamos, sino que es el punto que marca la temperatura del humor nacional.



La Plaza de Mayo siempre fue un faro. 

Un faro o un mojón. Fue punto de encuentro, zona de litigios, área de reclamos, espacio de celebraciones, punto de felices saludos triunfales. La Plaza de Mayo es ese lugar extraño que de ser una gran explanada que separaba el fuerte del cabildo y albergaba el único mercado de la  ciudad (en tiempo de la colonia) a ser centro político, social y económico de Argentina. La  Plaza de Mayo es el nervio sensible del país, es el corazón de las decisiones. Es el faro de las emociones.
En la imagen,  una de las dos fuentes de agua de la plaza, las palmeras  yatay en penumbra y la Casa Rosada al fondo. Estas fuentes no son las originales. En tiempo de la colonia y primeros años tras la independencia, en el lugar que ocupan estaba la Recova. Un edificio que dividía la plaza por la mitad con una línea de cuarenta locales. La mitad de ellos mirando hacia el este y el resto al oeste. Era el mercado de la ciudad desde el año 1803.
En 1856, el pintor Prilidiano Pueyrredón  rediseñó el espacio y lo convirtió en un espacio verde con jardines, bancos y suelo de ladrillo y argamasa. Y en 1870 se instalaron las dos primeras fuentes. Esas  obras de la fundición  francesa Du Vall D´Osne están ahora en la esquina de la Avenida 9 de Julio y Córdoba.   Las actuales son más pequeñas y  seguramente  más funcionales para resistir las concentraciones masivas que este  lugar recibe casi todos los meses del año. Ya saben, Argentina es un país donde la palabra Crisis está a la orden del día.  

Imágenes El Jinete imaginario/César Manuel Sarmiento

En instagram: @eljineteimagianrio
En You Tube:  El Jinete Imaginario


jueves, 17 de octubre de 2019

PUNTOS DE FUGA EN PUERTO MADERO


Apuntes con historia de uno de los lugares más exclusivos de Buenos Aires



Fue la obra de ingeniería más importante de su tiempo. Apenas estuvo en funcionamiento unos pocos años. Como las ilusiones de los que llegaron. A comienzos del siglo XX Argentina sonaba en el mundo como “la tierra prometida”, algo que el tiempo se encargaría de contradecir. Pero a este puerto que funcionó entre 1889 y 1919, llegaron millones de personas con la esperanza de conseguir un futuro mejor para ellos y sus hijos. Este lugar no es hoy una zona  portuaria ni de estiba industrial. Es una zona elegante de la gastronomía de Buenos Aires. Pero al caer la noche, cuando se encienden las farolas de los muelles, se confunden las voces festivas de hoy con la melancolía de las voces pasadas que tuvieron aquí su primera (y tal única) alegría al llegar a Argentina, escapando de la pobreza y de la guerra.  
Puerto Madero tiene dos dársenas (norte y sur), 4 diques, 8 muelles, 16 depósitos de hierro y madera unos, de hormigón otros, pero todos recubiertos por ladrillos borravino,  dándoles una estética británica. Frente a cada depósito se instalaron dos  grúas Armstrong & Mitchell para las tareas de estiba de  los barcos que llegan al puerto de Buenos Aires. La dársena Norte fue reservada a los buques de pasajeros, que llegaban cargados de inmigrantes que llegaban con la ilusión de “hacer la América“. Hacia el  1900, la ciudad de Buenos Aires tenía más  inmigrantes que habitantes nativos.


En 1882 el gobierno del Presidente Julio Argentino Roca,  le encargó al comerciante de Buenos Aires, Eduardo Madero, que se encargara de diseñar y construir una nueva terminal, porque el antiguo y original puerto de La Boca del Riachuelo, no era adecuado a los nuevos tiempos y había colapsado por la llegada masiva de inmigrantes y por el aumento del comercio internacional de Argentina. Pero dice un refrán español que “las cosas de palacio van despacio”. Y vaya si se tomaron su tiempo, que el nuevo y primer gran puerto de la ciudad, se empezó a construir en 1887 y se inauguró en 1889 la primera parte y en 1890 la segunda.  
El puerto permanecía activo hasta 1919, cuando fue inaugurado el Puerto Nuevo, una obra de ingeniería sencilla pero eficaz, que aún hoy está en funcionamiento. Estuvo a cargo del Ingeniero Luis Huergo. Pero ya en 1909 había sido superada su capacidad para absorber el crecimiento económico de Argentina y el desarrollo tecnológico de los nuevos barcos con mayor porte.
En 1989, cien años después de su inauguración, se formó la Corporación Puerto Madero con participaciones iguales entre el gobierno nacional y municipal. Luego se incorporaría el capital privado, haciendo de esta corporación una entidad mixta para  el desarrollo urbanístico de la costa sur este de la ciudad de Buenos Aires.
En 1991 se aprobó el master plan para el desarrollo urbanístico de las 170 hectáreas que conforman hoy uno de los barrios más caros y exclusivos de la ciudad. El proyecto fue realizado “un equipo formado por los arquitectos Juan Manuel Borthagaray, Cristian Carnicer, Pablo Doval, Enrique García Espil, Mariana Leidemann, Carlos Marré, Rómulo Pérez, Antonio Tufaro y Eugenio Xaus. La realización de dicho plan significó la mayor obra de su tipo jamás realizada en Buenos Aires, con una inversión total por parte del Estado de cerca de 1000 millones de dólares”, según consigna la  enciclopedia Wikipedia.
Entre 1994 y 1996, el desarrollo urbanístico de la zona fue a toda velocidad. Los estudios de arquitectura competían en características de diseño y en modelos de restauración y acondicionamiento de los antiguos almacenes o dock del lado oeste de los muelles. Tras un freno obligado durante la crisis de la economía argentina entre 1998 y 2003, vuelve a tomar impulso. Y para el final de la primera década de este siglo, ya alcanza su configuración definitiva.


Puerto Madero es un lugar raro. Por su espacio, por  el silencio, el contacto con los pájaros durante el día, por la amplitud del cielo durante la noche. Aquí se recupera la visión en perspectiva. Los habitantes de la ciudad recuperan su relación con  el cielo y las estrellas en magnitud. Si uno se coloca en cualquier de los puentes del extremo norte o sur,  entonces una visión tan amplia de la ciudad como no podría ser en otro sitio.
Por la noche, la iluminación de los muelles y las difusas luces de los bares y restaurantes,  parecen puntos de gura de un dibujo imaginario.

Fotos El Jinete Imaginario

NOTA: Este trabajo se realizo con información de la enciclopedia Wikipedia. Aquí pueden consultar la página de referencia para ampliar detalles y precisiones. 

viernes, 12 de julio de 2019

RIBERA DE LUCES


Cada noche, se encienden las luces de la ribera de la ciudad. No es un malecón al uso como el de tantas otras ciudades portuarias. La ribera de Buenos Aires está ocupada por el remanente del antiguo Puerto Madero. En el lado oeste de las dársenas de amarre, los viejos almacenes de los cuatro Docks que lo componen, fueron reciclados.  Y en el lado este, se construyó un barrio nuevo de gran despliegue arquitectónico. Cambió la fisonomía de la ciudad, pero los porteños siguen sin ver el río. En su lugar,  tienen una ribera de luces.


Pasaron casi 100 años para que este puerto denominado Madero encontrar su verdadera función e inserción en la ciudad de Buenos Aires. La obra empezó en abril de 1887 y se habilitó el complejo completo en marzo de 1898. Pero solo funcionó plenamente como puerto de viajeros y carga y descarga de mercancías, apenas 10 años. Quedó obsoleto en la primera década del siglo XX por la evolución y aumento del tamaño de los barcos de los servicios de ultramar. En 1919 fue reemplazado por el actual Puerto Nuevo, que había pensado el  ingeniero Huergo en 1880 y perdió la competencia del proyecto con Eduardo Madero.

Entre 1920 y comienzo de la década de 1990, los viejos almacenes de ladrillos rojizos diseñados por los ingenieros  ingleses Hawkshaw, Son & Hayter  y construidos por la firma alemana Wayss & Freytag  Ltd, alrededor de 1905, no cumplieron más función que la de ser auxiliares de algunas  dependencias del Estado, como el Correo Internacional o la Armada Argentina. Con el tiempo, muchos de ellos se fueron deteriorando en su estructura por la falta de uso y mantenimiento edilicio.  



Recién en 1994 comenzó la obra de remodelación de este sector de la ciudad, que impedía el acceso directo de los porteños a la ribera del Río de la Plata. En el siglo transcurrido desde su inauguración, el sitio solo fue acumulando vagones ferroviarios en desuso en las vías muertas de actividad. Dice  la enciclopedia Wikipedia:

El gobierno de la ciudad inició, con el asesoramiento del ayuntamiento de Barcelona, los estudios del plan de reciclaje, convocándose en 1991 un concurso nacional de ideas, de donde surgió el "master plan" (plan maestro) para el nuevo barrio, del cual surgieron dos ganadores cuyas propuestas se fusionaron posteriormente, por lo cual el plan urbano del nuevo barrio fue obra de un equipo formado por los arquitectos Juan Manuel Borthagaray, Cristian Carnicer, Pablo Doval, Enrique García Espil, Mariana Leidemann, Carlos Marré, Rómulo Pérez, Antonio Tufaro y Eugenio Xaus. La realización de dicho plan significó la mayor obra de su tipo jamás realizada en Buenos Aires, con una inversión total por parte del Estado de cerca de 1000 millones de dólares.



El desarrollo pleno del actual Puerto Madero,  no alcanzó su desarrollo pleno hasta el año 2006 y 2007. Pero la inversión realizada hacia el final del siglo XX, tuvo una proyección geométrica  en desarrollo arquitectónico, diseño de nuevos espacios de entretenimiento y esparcimiento, la  gastronomía y actividades deportivas.

A diferencia  de la gran obra portuaria de finales del siglo XIX,  este desarrollo urbanístico no para de crecer. Las sucesivas crisis  económicas argentinas parece n no afectar la inversión en esta parte de la ciudad. Bien es cierto, que aquí se concentra gran parte de las sedes de los principales inversores en  el país. El sector residencial es el más caro de Buenos Aires. Un informe del mes de enero pasado de la empresa Reporte Inmobiliario, indica que el precio promedio del metro cuadrado residencial es de 8.012 u$s.  Una cifra superior a la que se registra en Punta del Este, el exclusivo balneario uruguayo.





Pero si bien los residentes pertenecen a sectores sociales argentinos de altos ingresos, todo el paseo que rodea los cuatro diques es concurrido durante la semana por empleados de grandes corporaciones que tiene su sede en este barrio. Durante los fines de semana, es un paseo turístico obligado para los visitantes de  Buenos Aires y zona de relajación para porteños de todos los estratos sociales. Miles de personas utilizan los restaurantes del lugar. Y por las noches, es sitio obligado para una cena o encuentro lejos de los ruidos de la ciudad.

Por las noches,  Puerto Madero tiene  otra imagen, cambia el escenario para el visitante. Y en todo el recorrido, desde la Dársena Sur hasta la Avenida Córdoba, es una sucesión de luces. En cada una de ellas, hay una historia.
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Fotos: sarmiento-cms
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Pueden consultar más información en



miércoles, 3 de julio de 2019

ESCENA DE NOVELA NEGRA EN UNA ESQUINA TRADICIONAL


Escena de novela negra. Eso es lo que sugiere esta imagen de la esquina de Avenida Garay y Paseo Colón. Aunque la escena también podría  ser la de tres jóvenes que marchan alegremente hacia una noche feliz. El lugar no tiene nada de histórico ni han  ocurrido sucesos clave en la historia de la Ciudad de Buenos Aires. Podría ser solo una cuesta, igual que otras que tiene la barranca que  - en otro tiempo – daba con el Río de la Plata. Sin embargo, ciertas casualidades han dejado su impronta en esta esquina. Por ejemplo, el mural  Educación o Esclavitud.

A cien metros del  Parque Lezama, este lugar podría ser uno más de paso. En los registros urbanos solo apareció en la prensa en junio de 1966, cuando se incendió el enorme depósito del servicio oficial de Correo de Argentina,  que dependía de la Secretaría de Comunicaciones del gobierno nacional. El predio ocupaba toda la manzana de  Av. Garay, Balcarce, Brasil y Paseo Colón. Desde ese tiempo hasta hoy, solo fue ocupado parcialmente por la Dirección Antártica del Ejército argentino. un  sitio al que nadie le presta atención,  pero que en su interior alberga el Museo  de las Actividades Antárticas “Gral Hernán Pujato”. Un lugar donde se pueden ver todo tipo de artefactos, aparejos, instrumentos y medios de movilidad que se usaron en las distintas campañas antárticas terrestres de Argentina.
Otros seguramente recuerden esta esquina porque es “la esquina del mural. Una obra que sin duda ven a través del autobús, cuando gira desde Paseo Colón, para tomar la Av. Garay en dirección a la Plaza Constitución, el principal centro ferroviario del sur de la ciudad.  Pero esa “esquina del mural”, es la que contiene en uno de sus muros, una de las principales obras del muralismo argentino. A través de este enlace, pueden acceder a una nota en este mismo blog, que  publiqué en  2015, y que se titula MURALISMO EN BUENOS AIRES.


La obra fue realizada por El Taller Muralista de la Unión de Trabajadores de la Educación. Se titula “Educación o Esclavitud” y tiene unos 300 metros cuadrados. No es posible circular por esta esquina sin ver sus imágenes, que representan a un grupo de maestros enfrentando a las fuerzas de represión que persiguen el reclamo popular.  El tema – en un país como argentina – es atemporal,  puesto que la metodología de la represión,  como sistema de solución de problemas, sigue siendo tan vigente como a finales del siglo XIX. La calidad de la obra  desde el punto de vista artístico ha sido remarcada por los expertos. Pero a simple vista, también se puede observar que el nivel técnico del trabajo es de primera. Ha sobrevivido a la lluvia, la humedad y la desidia de todos los gobiernos desde junio del 2001 (cuando se realizó)  hasta ahora sin ningún mantenimiento.  
Hoy la esquina va a sumar un  nuevo vecino ilustre, la sede central del Banco Santander Rio. Es el edificio vidriado e iluminado  que se ve al fondo de la foto. Como se puede deducir, los arquitectos no se han esmerado mucho en el diseño. Pero sin duda, esa central de operaciones traerá un importante movimiento. Este ya no será de paso. Unos vendrán por trámites y otros se sumarán a sus trabajos. Igual  que los empleados de la Administración Nacional de Aviación Civil, que se encuentra a escasos 30 metros.
Pero por las noches, la esquina es una cuesta que da  para la imaginación. En ese silencio suenan las voces de antaño, los de la cuesta de la Barranca de la Punta Catalina, que era  como se llamaba en tiempos de la fundación de la ciudad, a este extremo, cuyo punto más alto tiene hoy al Parque Lezama.

miércoles, 3 de abril de 2019

RESERVA ECOLÓGICA COSTANERA SUR: LOS CAPRICHOS DE LA NATURALEZA

La Reserva Ecológica Costanera Sur es el espacio protegido más grande de la ciudad de Buenos Aires.  Un área de 350 hectáreas a puro verde, con una vegetación salvajemente ordenada  por la gestión  del Gobierno de la Ciudad, en colaboración con asociaciones ambientalistas. La circunvalación tiene una extensión de 7,9 km. Es un sitio RAMSAR, está en la lista de humedales destacados del mundo. Es un lugar accesible, ubicado a escasos metros de la City porteña, el corazón económico, financiero  y político de Argentina. En el canal de  You Tube El Jinete Imaginario tienen videos explicativos del área.




La Reserva Ecológica Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires, es uno de esos lugares que crecen a contramano y a pesar de todo. Un montón de escombros destinados a crear una isla artificial en el Río de la Plata, a escasos metros de la City porteña, destinada a albergar residencias de  gente con poder, al final terminó siendo lo que se ve. Un espacio de 350 hectáreas  a puro verde, con una vegetación salvajemente ordenada  por la gestión  del Gobierno de la Ciudad, en colaboración con asociaciones ambientalistas.
La Reserva es el espacio protegido más grande de la ciudad de Buenos Aires.  Además, está a tiro de piedra del espacio álgido urbano, donde se concentra la mayor parte del poder económico, financiero y político de Argentina. Es un lugar de fácil acceso. Discurre en forma paralela a la antigua Costanera Sur, que se extendía entre la  Avenida Córdoba (al norte) y la Avenida Brasil (al sur). Esa avenida Costanera  (ahora lleva el nombre Intendente Hernán Giralt) hoy es un paseo invadido por puesto de comida al paso. Es decir, casi en la mitad de su recorrido no es paseo sino patio de comida. Los que elijan circular por ahí, poco tendrán del entorno natural adyacente y mucho de humo, olor de carne a la parrilla y otras cosas del arte culinario autóctono, además de puestos pequeños donde artesanos y otros que no lo son, ofrecen sus productos al turista ocasional.
También es un lugar de fácil acceso, porque este entorno natural se ha desarrollado junto al antiguo Puerto Madero. La costanera es una consecuencia de esta obra de ingeniería. El puerto se  terminó en 1898,  luego de 10 años de trabajo. Y quince años después, se pensó en aprovechar la estructura para construir un paseo paralelo. Así nació el paseo de la costanera que se inauguró en 1919. Fue un centro recreativo de gran convocatoria entre los porteños. No solo por la posibilidad del baño en el río, sino también porque dio lugar a la apertura de diversos locales donde por las tardes y noches se ofrecían espectáculos musicales y teatrales para amenizar las veladas de los paseantes. Esta costanera funcionó a pleno hasta mediados de la década de 1970. Y en los años ’80 su agonía fue lenta. El espacio que hoy conocemos como Reserva, había invadido por completo el paisaje de la costa porteña. El horizonte, ya no se veía desde la costanera, sino desde los bordes de este nuevo lugar semi salvaje  que crecía incontrolable frente a la ciudad.

Balneario y Costanera Sur. 1935 (AGBA) 





Así nació la Reserva 
La enciclopedia digitial Wikipedia da una explicación clara y sencilla de cómo surgió este lugar.
“Se encuentra en un gran terreno ganado al río, al rellenar una porción del mismo con los escombros de las demoliciones realizadas para la construcción de autopistas urbanas (como la Autopista 25 de Mayo) de la ciudad de Buenos Aires en las décadas de los 70 y 80. El proyecto original planteaba una avenida central o axial de oeste a este que sería la continuación de la avenida Rivadavia o de la Avenida de Mayo o ambas y un abanico de avenidas que se abriría aproximadamente desde el límite oriental de Puerto Madero y que concluirían en una avenida costanera semicircular. Entre estas avenidas se construirían edificios en torre”.
Pero la idea de un centro escindido de la ciudad, no tuvo en cuenta al enorme capacidad del río por acumular limo, raíces y plantas acuáticas que luego se  constituyen en bañados, que terminan siendo islas naturales. Así se fue construyendo desde siempre el delta del río Paraná, tributario del río de la Plata. Ese delta, hoy avanza lentamente sobre el área de origen de este río. Por lo tanto, cualquier barrera transversal al curso natural, era el elemento preciso que necesitaba el río para terminar su trabajo.
La Dictadura Militar 1976/83 fue reemplazada por el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, tras la debacle nacional por la Guerra de las Malvinas (abril/junio 1982). Las arcas del Estado no estaban para mega obras, con el agravante de que los estudios técnicos indicaban que el “piso” del terreno era poco resistentes y  en constante transformación. El resultado fue que no hubo ninguna construcción y mientras tanto el rió y las aves fueron haciendo su trabajo natural.
En 1986 varias asociaciones ambientalistas piden que se declare la zona como área verde protegida. La propuesta es impulsada por la Fundación Vida Silvestre, Aves Argentinas y Amigos de la Tierra, entre otras. Y el 5 de junio de ese año,  el Concejo Deliberante de la ciudad (el parlamento municipal de entonces) declaró el sitio como Parque Natural y Zona de Reserva Ecológica. Hoy, el lugar es un gran humedal que ha sido declarado sitio RAMSAR (Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional, especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas).

Información básica
La Reserva tiene dos entradas. Uno a la altura de la calle Viamonte (por el norte) y otra en la avenida Brasil (por el sur), siendo esta la más concurrida los fines de semana. Aquí se encuentran instaladas, las dos ferias artesanales y los puestos de comida. El  conjunto escultórico Fuente Monumental Las Nereidas (de la artista tucumana Lola Mora) es una obra cumbre del arte argentino contemporáneo. Y se encuentra en la entrada al espigón de la antigua costanera y de la actual Reserva.
Originalmente los recorridos eran estrechos senderos que los voluntarios, que sostenían su desarrollo, le iban ganando a la vegetación. Pero luego de varios años de incendios provocados (probablemente por especuladores inmobiliarios) el gobierno municipal construyó caminos consolidados de ripio. Unos para la circulación de los visitantes, con cartelería indicando los riesgos y precauciones, y otros para el personal especializado en incendios con sus respectivos móviles.
La circunvalación tiene una extensión de 7,9 km. Pero una red de caminos interiores también permite hacer recorridos más cortos. El más sencillo tiene 2,2 km. Es el Camino de los Lagartos. Va desde la entrada de Brasil hasta la de Viamonte. Es una línea paralela a la Costanera, solo separada por la laguna de los coipos. Es un tramo arbolado, que forma una galería en la mayor parte de su recorrido. Es el camino más frecuentado por los visitantes.
Los runners, los corredores,  los senderistas y los aficionados al trekking siempre eligen el tramo más largo. Hacen el recorrido de derecha a izquierda, empezando por el camino del lado sur hasta llegar a la costa y seguir por el Camino de los Sauces, hasta el Punto de Encuentro. (una intersección sobre la costa del río, donde confluyen 4 caminos interiores). Luego empalman ese camino con la línea costera de juncales y ceibales, hasta el Camino de los Alisos que finaliza en la entrada de Viamonte. El recorrido completo incluye el tramo del  Camino de los Lagartos, antes comentado.












En el centro está la traza del Camino del Medio. En perspectiva, es como  una continuación de la calle Hipólito Irigoyen en el lado sur de la Plaza de Mayo. Este camino separa a dos de las cuatro lagunas existentes. La Laguna de los Patos (en el lado sur) y la Laguna de las Gaviotas (en el lado norte). La otra laguna de envergadura es la ya mencionada de los Coipos. Y  otra de menor dimensión  es la Laguna de los Macaes,  que poco a poco se va convirtiendo en un bañado.
En su interior, en el aspecto biológico y ambiental,  el lugar es el sitio de 314 variedades de aves, 23 especies de reptiles, 26 de peces, 14 de anfibios, y 19 especies  de mamíferos. Los aficionados a la botánica pueden encontrar 600 variedades de plantes y 44 de hongos. Y los entomólogos pueden encontrar hasta 850 especies de artrópodos.  
Una descripción más detallada de las variedades, van a encontrar en este enlace a Wikipedia y especialmente en el portal Reserva Ecológica Costanera Sur. Sus miembros se definen así: “Un grupo de observadores asiduos concurrentes a la reserva fueron los iniciadores de este proyecto. Varios objetivos los aglutinaban: dar a conocer la riquísima vida silvestre de Costanera Sur, difundir la observación de aves como una actividad recreativa y destacar la importancia de la conservación de la naturaleza”. 
También pueden encontrar información específica sobre variedades y especies animales y vegetales en BIORECS (El sitio de la diversidad biológica de la Reserva Ecológica Costanera Sur) y en este enlace del proyecto  Naturalist
La entrada es libre y gratuita. Solo las mascotas, y los vehículos a motor tienen cerrada la entrada. Está abierta de martes a domingos. Cierra los lunes por tareas de mantenimiento y los días de lluvia por seguridad. Los horarios en invierno (abril a octubre) son de 8 a 18 hs. Y en verano (noviembre a marzo) son de 8 a 19 horas.
También hay visitas guiadas varios días a la semana. Y suele  haber visitas algunos anocheceres de luna llena. Todas las  consultas sobre estas dudas y preguntas, las pueden resolver entrando al  área de turismo del portal del Gobierno de laCiudad.

Fotos: César Manuel Sarmiento y Balneario_Costanera_Sur_(Archivo_GCBA,_1935)
NOTA: Están disponibles  videos explicativos del recorrido en el Canal de You Tube El Jinete Imaginario. Son dos Listas de Reproducción con 10 y 9 videos respectivamente.


jueves, 28 de febrero de 2019

LA ARTISTA ADOLESCENTE

¿Tendrá 15 años? Tal vez. Quizá menos. Pero tiene una habilidad musical como un baterista de muchos escenarios en la vida. Se  acompaña con una grabación que apenas se escucha, desde un equipo elemental que controla quien tal vez su madre que - por cierto - está embarazada.
¿Es esta su vocación? ¿Es ella ahora mismo un artista? No lo sé. Por el momento es su trabajo diario en la esquina de Florida y Viamonte en el centro de Buenos Aires. Seguramente la han corrido los más artistas callejeros más grandes de la Av. Córdoba y Florida (mucho más concurrida) o los tangueros de Lavalle y Florida (esquina hiper concurrida). Pero aunque no es de las mejores esquinas, ella ha logrado crear un público fiel y generoso, que la sigue diariamente al menos unos minutos. Y por supuesto, deja su contribución.
¿Qué sucederá con ella más adelante? Es un misterio. Porque en las horas en que debería estar escolarizada, esta niña/adolescente/mujer está trabajando de artista callejera. Sin duda no tiene otra salida. No sabemos sus posibilidades de futuro. Pero queremos imaginar que seguirá progresando en su capacidad técnica, que aparecerá su caudal artìstico y un día - no sé cuándo - la veamos en algunos de los grandes escenarios del rock o del blues.
Buenos Aires, como muchas otras ciudades, tiene un ejército bien pertrechado de músicos que ocupan los huecos  de los espacios más concurridos y transitados.  Algunos grandes músicos empezaron en las calles. El ejemplo más famoso es el de Edith Piaf en un barrio marginal de Paris. En el panorama autóctono, tenemos a Raúl Barbosa quien cansado del ninguneo de la industria cultural local, emigró a Francia. Pero los primeros meses no fueron pródigos en contratos  en teatros y locales, entonces se mudó con su  acordeón chamamecero y litoraleño a las calles de París. Luego, claro, el éxito se dio por vía natural: su talento lo amerita.

Esta  niña/adolescente/ mujer hoy no tiene nombre. No importa que yo escriba que se llama María, Ayelen, Marcela o Karina. Porque  ella es una de las tantas niñas/adolescentes/mujer que viven  en los grandes centros urbanos argentinos, a donde la miseria se instaló hace muchos años y no está dispuesta a irse. Ella hoy es una representación de una generación de argentinos que nació sin oportunidades. Muchos terminarán en la droga y su vida será in justamente corta. Otros permanecerán en la miseria hasta el fin de sus días. Ella  - igual que algunos pocos – eligió una tangente: la de expresarse a través de la música. Otros eligen el fútbol como vía milagrosa. Ella se decidió por el arte. Aunque tal vez todavía no sepa los elementos complejos de la expresión artística, porque su formación no le alcance para saberlos. Pero el empeño que muestra en cada golpe s obre los parches de su batería, indican o preferimos pensar que llegará lejos. 
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martes, 26 de febrero de 2019

EL VIEJO ESTILO EN EL 639 DE LA CALLE ESTADOS UNIDOS


Los barrios de San Telmo y Montserrat, son los sitios fundacionales de la ciudad de Buenos Aires. Son los lugares donde también se verifica el poco apego al patrimonio histórico cultural que han tenido y tienen las autoridades nacionales y de la ciudad. Esa vocación se perdió. Se terminó aproximadamente al comienzo de los años ‘50 del siglo pasado. En los años ‘40 se extinguió la última generación de la oligarquía liberal, ilustrada y positivista que le dio forma a Argentina y a  la ciudad. A partir de ese momento, todo fue picota, destrucción y abandono del patrimonio.
Bajo el pretexto de modernizar la ciudad, aún hoy se sigue autorizando la demolición de edificios y casas que fueron orgullo de la arquitectura de Buenos Aires. Poco a poco se le ha ido quitando identidad. No solo a la ciudad, sino también  a las nuevas generaciones que han crecido en  medio de edificios planos, cargados de vidrio y aluminio, con un mal gusto o desprecio absoluto por el diseño.
La calle Estados Unidos (desde el comienzo hasta la Av. 9 de Julio) conserva viviendas de diferentes épocas. Todas ellas se mantienen por vocación particular de sus propietarios. Aunque va creciendo en los últimos 10 años, una costumbre o moda, de comprar viejas casas en los viejos barrios para reciclarlas e intentar recuperar su tradicional aspecto.  Eso está ocurriendo, no solo en San Telmo y Montserrat, sino también en la zona este del barrio de Barracas y en el viejo Palermo, aunque hoy tengo nombres tan exóticos y traídos de los pelos como “Palermo Soho” o “Palermo Hollywwod” o “Palermo Queen”.

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Imagen: ©sarmiento-cms

ALGUNAS LUCES SOBRE PEDRO DE MENDOZA


El Bar Británico no tiene terraza. Solo un par de mesas sobre las angostas veredas de la esquina de Brasil y Defensa. Pero desde su interior se puede ver el acceso principal al Parque Lezama. Sus grandes ventanales de 10 por 3 metros permiten una visión óptima sobre el conjunto escultórico en honor a Pedro de Mendoza y Luján, el primero de los dos fundadores que tuvo la ciudad de Buenos Aires. El otro fue Juan de Garay. Pero el primero, oriundo de Guadix, miembro de una familia noble de la provincia de Granada, no tuvo suerte en el primer emplazamiento de la ciudad. El 3 de febrero de 1536 instaló el fuerte que bautizaría como "Santa María de los Vientos Finos", un nombre sugerido por el capellán de la expedición de Mendoza, devoto de la Virgen del Buen Ayre.
Esa Buenos Aires duró hasta 1542. Su emplazamiento fue en esta punta de la barranca sobre el Río de la Plata, que años más tarde se conoció como Punta Catalina. Estas luces que se hoy se ven desde la terraza del Bar Británico, están emplazadas en el mismo lugar donde se instaló el primer casería de lo que muchos años después sería Buenos Aires.
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Imagen: ©sarmiento-cms

miércoles, 14 de noviembre de 2018

PLAZA DE MAYO. EL CENTRO DE LA HISTORIA


La plaza es siempre el corazón de un pueblo o ciudad. Hay plazas muy famosas en todo el mundo por razones específicas. La mayoría de ellas está asociada a un acontecimiento histórico o un hecho político o cultural o artístico. Por ejemplo la Piazza de San Marcos (Venecia) la Plaza de Tlatelolco (Ciudad de México) la Place de la Concorde (París) o Trafalgar Square (Londres). Y esa gran galería de sitio memorables, también hay un lugar para la Plaza de Mayo de Buenos Aires. Para los argentinos no es una plaza, es el centro de la historia, de su historia como país.



En septiembre de 2006 se estrenó  en la plaza la instalación artístico sonora  Mayo, Los Sonidos de la Plaza (1945-2001). Fue un trabajo de musicólogo y periodista Martín Luitt que definió su trabajo como “una inmersión sonora en la historia”. De más está decir que la presentación ese 10 de septiembre fue todo un éxito. Los porteños acudieron en  número como para llenar el recinto y escuchar  los sonidos del 17 de octubre de 1945 o los murmullos al principio y los cánticos después de las rondas de los jueves de las Madres de Plaza de Mayo o el discurso de Alfonsin desde el Cabildo en el estreno de la nueva democracia.
Aquella propuesta sonora solo era posible porque la plaza es algo más que un recinto de encuentros de la sociedad porteña. La Plaza de Mayo es la caja de resonancia para lo bueno y para lo malo de todo lo que ocurra en la sociedad argentina. Los límites emocionales de la plaza son las  fronteras de Argentina. Los límites físicos son apenas dos manzanas delimitadas por las calles Rivadavia, Balcarce, Hipólito Irigoyen y Bolívar. Un lugar ubicado en el extremo Este de la ciudad pegado al Río de la Plata en sus orígenes, aunque ahora el río ha quedado bastante lejos por la constante expansión de la ciudad sobre la costa.



La plaza es el sitio donde Juan de Garay puso el famoso tronco que simbolizaba la justicia, para dejar fundada por segunda vez la ciudad. Fue el 11 de junio de 1580, cuarenta y cuatro años después de la primera fundación de Pedro de Mendoza en febrero de 1536. Esta fue en las barrancas del actual Parque Lezama. Pero Garay prefirió los bajos de esta zona de la costa. A partir de ahí, trazó las mensuras que establecerían las titularidad de las tierras repartidas entre el casi centenar de hombres que lo acompañaron desde Asunción del Paraguay.



El 25 de mayo de 1941, ciento treinta y un años después del primer gobierno patrio argentino,  la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, colocó una plaza de bronce al pie de la Pirámide de Mayo (realizada por el escultor Manuel F. Vilaboa) con un texto que refleja fielmente la historia del lugar:
“En esta Plaza Histórica el fundador Juan de Garay plantó el símbolo de la justicia el 11 de junio de 1580. La Plaza Mayor fue desde entonces el centro de la vida ciudadana donde el pueblo celebró sus actos más solemnes como sus fiestas y expansiones colectivas. La Reconquista y la Defensa de la ciudad culminaron en la Plaza Mayor que se denominó Plaza de la Victoria. En 1810 fue el glorioso escenario de la Revolución de Mayo y en 1811 levantose en ella la Pirámide conmemorativa de la fecha patria: hechos trascendentales de la Historia Argentina se sucedieron en la Plaza de la Victoria. Aquí el pueblo de Buenos Aires juró la Independencia de la patria el 13 de septiembre de 1816 y la Constitución Nacional el 21 de octubre de 1860. El edificio de la Recova Vieja, demolida en 1884 fue un rasgo característico en los tiempos de la Independencia y de la Organización Nacional”.
La Plaza de la Victoria a la que se refiere el texto era el actual sector oeste de la plaza, del lado del Cabildo y culminaba en la Recova Vieja que no era otra cosa que un gran mercado de frutos del país, donde se aprovisionaba el pueblo de la pequeña ciudad que era entonces Buenos Aires. Al otro lado, del lado Este, en dirección al río, estaba la Plaza del Fuerte, cuya muralla este daba directamente sobre el agua. El espacio que ocupaba ese fuerte   es donde está la actual Casa Rosada, como comúnmente se conoce a la Casa de Gobierno, sede de la Presidencia de la Nación. La Plaza de la Victoria era denominada Plaza Mayor durante la época virreinal y al demolerse la Recova Vieja pasó a denominarse Plaza de Mayo en honor al 25 de Mayo, fecha del primer gobierno argentino y que dará lugar al comienzo de un largo proceso que culminará con la Declaración de la Independencia en 1816.



La vida del lugar hoy tiene muy poco que ver con sus orígenes. Es un lugar de trasiego intenso desde las primeras horas del día, incluso un poco antes que aparezca el sol sobre la costa del río. Alrededor se sitúan la Catedral metropolitana, El Cabildo antiguo, la sede central del Banco de la Nación Argentina, la Casa Rosada, el Ministerio de Hacienda y Economía, las oficinas centrales del principal organismo impositivo del país, la AFIP, además de otros edificios de bancos y aseguradoras. La plaza también es el eje del principal centro económico y financiera del país, conocido como La City Porteña. Todo esto explica por sí solo,  la gran cantidad de personas que circulan por ella a lo largo del día. Además de los turistas que,  por cierto, no son pocos.

Galería de imágenes en Flickr en los  álbumes  Plaza deMayo – Amanecer (I) y Plaza de Mayo – Amanecer (II)

NOTA: para una información más pormenorizada, sugiero consultar estos enlaces de Wikipedia y Arcón de Buenos Aires

martes, 11 de septiembre de 2018

ESENCIA Y MISIÓN DEL MAESTRO


Hoy es el Día del Maestro en Argentina, país cuyos gobiernos se esmeran en destruir la educación pública con diversos métodos. Hoy habrá muchas expresiones de denuncia. Pero también creo que es un buen momento para reproducir ese artículo de Julio Cortazar, sobre el oficio de enseñar. Es una mirada hacia adentro, hacia las formas de posicionarse ante la enseñanza. “Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño”, dice. Lo que sigue es el texto completo de ese artículo publicado en la Revista Argentina,  el 20 de octubre de 1939.


Julio Cortazar recién llegado a Mendoza en 1944, donde enseñó literatura francesa



Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que ya casi es presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de Escuela Normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue. Y que la lectura de estas líneas –que no tiene la menor intención de consejo- podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener.

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro tiende hasta la inteligencia, hacia el espíritu y finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal, permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña –yo diría mejor: del que construye descubriéndose pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar «un maestro correcto». Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina.

Julio Cortazar con sus primeros alumnos. Probablemente en Bolivar o Chivilcoy (Pcia de Buenos Aires)



Algún maestro así habremos tenido todos nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina.

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a ser educadores. Y la pregunta surge, entonces, imperativa: ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia al progreso.
¿Puede contestarse la pregunta? ¿Es que acaso tiene respuesta?

Yo poseo mi respuesta, relativa y acaso errada. Que juzgue quien me lee. Yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre lo animal. El vocablo «cultura» ha sufrido como tantos otros, un largo malentendido. Culto era quien había cumplido una carrera, el que había leído mucho; culto era el hombre que sabía idiomas y citaba a Tácito; culto era el profesor que desarrollaba el programa con abundante bibliografía auxiliar. Ser culto era –y es, para muchos- llevar en suma un prolijo archivo y recordar muchos nombres...

Pero la cultura es eso y mucho más. El hombre –tendencias filosóficas actuales, novísimas, lo afirman a través del genio de Martín Heidegger- no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso. El hombre es un compuesto; de la armonía de sus posibilidades surge la perfección. Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o de un niño. Y aún no he logrado precisar qué debe entenderse por cultura; los ejemplos resultan inútiles. Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de la cultura: la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad.
Así tiene que ser el maestro.

Y ahora, esta pregunta dirigida a la conciencia moral de los que se hallan comprendidos en ella: ¿Bastaron cuatro años de Escuela Normal para hacer del maestro un hombre culto?
No; ello es evidente. Esos cuatro años han servido para integrar parte de lo que yo denominé más arriba «largo estudio»; han servido para enfrentar la inteligencia con los grandes problemas que la humanidad se ha planteado y ha buscado solucionar con su esfuerzo: el problema histórico, el científico, el literario, el pedagógico. Nada más, a pesar de la buena voluntad que hayan podido demostrar profesores y alumnos; a pesar del doble esfuerzo en procura de un debido nivel cultural.

La Escuela Normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése es desde ya un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La Escuela Normal da elementos, variados y generosos, crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos: hay que caminar hacia ellos y conquistarlos.

El maestro debe llegar a la cultura mediante un largo estudio. Estudio de lo exterior, y estudio de sí mismo. Aristóteles y Sócrates: he ahí las dos actitudes. Uno, la visión de la realidad a través de sus múltiples ángulos; el otro, la visión de la realidad a través del cultivo de la propia personalidad. Y, esto hay que creerlo, ambas cosas no se logran por separado. Nadie se conoce a sí mismo sin haber bebido la ciencia ajena en inacabables horas de lecturas y de estudio; y nadie conoce el alma de los semejantes sin asistir primero al deslumbramiento de descubrirse a sí mismo. La cultura resulta así una actitud que nace imperceptiblemente; nadie puede despertarse mañana y decir: «Sé muchas cosas y nada más». La mejor prueba de cultura suele darla aquél que habla muy poco de sí mismo; porque la cultura no es una cosa, sino que es una visión; se es culto cuando el mundo se nos ofrece con la máxima amplitud; cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia; cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo lo más puro, lo más bello, lo más bueno, reside la esencia que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios.

Julio Cortazar con sus compañeros de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta



Al salir de la Escuela Normal, puede afirmarse que el estudio recién comienza. Queda lo más difícil, porque entonces se está solo, librado a la propia conducta. En el debilitamiento de los resortes morales, en el olvido de lo que de sagrado tiene es ser maestro, hay que buscar la razón de tantos fracasos. Pero en la voluntad que no reconoce términos, que no sabe de plazos fijos para el estudio, está la razón de muchos triunfos. En la Argentina ha habido y hay maestros: debería preguntárseles a ellos si les bastaron los cuatro años oficiales para adquirir la cultura que poseen. «El genio –dijo Buffon- es una larga paciencia». Nosotros no requerimos maestros geniales; sería absurdo. Pero todo saber supone una larga paciencia.

Alguien afirmó, sencillamente, que nada se conquista sin sacrificio. Y una misión como la del educador exige el mayor sacrificio que puede hacerse por ella. De lo contrario, se permanece en el nivel del «maestro correcto». Aquéllos que hayan estudiado el magisterio y se hayan recibido sin meditar a ciencia cierta qué pretendían o qué esperaban más allá del puesto y la retribución monetaria, ésos son ya fracasados y nada podrá salvarlos sino un gran arrepentimiento . Pero yo he escrito estas líneas para los que han descubierto su tarea y su deber. Para los que abandonan la Escuela Normal con la determinación de cumplir su misión. A ellos he querido mostrarles todo lo que les espera, y se me ocurre que tanto sacrificio ha de alegrarnos. Porque en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte.
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Artículo publicado el 20 de octubre de 1939, en la Revista Argentina, y firmado por Julio Florencio Cortázar, profesor, graduado en letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires.

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Imágenes propias: captura directa de las fotos expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes en ocasión de la muestra homenaje.