lunes, 14 de mayo de 2018

ANTIGUA FÁBRICA DE BIZCOCHOS CANALE


Hoy se llama Palacio Lezama, pero durante un siglo fue la Fábrica de Bizcochos Canale. En el número 320 de la Avenida Martín García todavía está el cartel que dice “Entrada de Obreros”. Y el 326 está la entrada principal como en los viejos tiempos. Solo que ahora es el ingreso a las oficinas de 3 ministerios del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El Edificio Canale forma parte del patrimonio histórico industrial de Argentina y un punto clave en la arquitectura de  la ciudad de Buenos Aires, al estar localizado en el vértice que une los barrios de La Boca, San Telmo y Barracas.

Pocas empresas en el imaginario popular concentran la idea de nacionalidad como los Bizcochos Canale. Podría citar al polvo para hornear Royal, las alpargatas de la Fábrica Argentina de Alpargatas, los autos Rastrojero y Torino y poco más. Son marcas de la empresa privada argentina, de los tiempos en los que la empresa privada tenía alguna idea de nacionalidad. Un sentido que se contrapone con el paradigma de estos tiempos, en los que parece que vender o asociarse al capital internacional es el “futuro”. 
La fábrica de Bizcochos Canale también es la muestra casi perfecta de una empresa que se hace de la nada, por un inmigrante que no tenía nada cuando llegó al Río de la Plata. Deberíamos tener en cuenta que toda la inmigración que recibió Argentina entre los años 1870 y 1914, llegó con la promesa de acceder a tierras cultivables y un futuro de campesino próspero en pocos años. Pero nada de eso era cierto y – con suerte – podía acceder a un arrendamiento de tierras a un costo altísimo. Lo normal era que terminara formando parte de la peonada. En el marco de esta fantasía frustrada, se produce la alta concentración de inmigrantes en los centros urbanos. Uno de ellos era el Sr Canale, como se lo conoció años después de su éxito a José Canale, un genovés que se instaló en el barrio de San Telmo, a diferencia de sus coterráneos que se afincaron en el barrio de La Boca.  Canale llegó al puerto de Buenos Aires con algunos conocimientos de panadería y una receta casera de unos bizcochos que luego lo harían rico, famoso y casi un emblema de argentino emprendedor.
En 1875 instaló un negocio de elaboración y venta de pan en la esquina de las calles Defensa y Cochabamba, en el barrio de San Telmo. Ese es el origen del posterior negocio familiar que tuvo muchas derivaciones, fabricando pastas secas, dulces y mermeladas, encurtidos, conservas y años más tarde elaborando vinos. En todas las áreas en que incursionó este equipo empresario familiar fue exitoso. Tuvo el mérito también, de haber sido uno de los primeros emprendimientos que entendió a la perfección, el valor de la publicidad realizada de manera constante y en los lugares claves.
Aunque Canale murió joven (en 1888, a los 44 años) el negocio siguió su crecimiento bajo la batuta de su viuda, Blanca Vaccaro, que con sus 5 hijos formó el equipo familiar para el desarrollo posterior. En 1890 importaron las primeras máquinas para la producción industrial en gran escala de sus bizcochos y panes dulces.  En 1901 se presentan en sociedad los bizcochos tal como se los conoce hoy. Tuvieron un gran impacto. Porque era el primer producto de panificación, fabricado en el país, que podía competir con cierto éxito ante las galletas importadas de Inglaterra y Francia. Las únicas en su tipo en el comienzo del siglo XX.
En 1910  el crecimiento comercial tiene cierta magnitud y su consecuencia es la construcción de una planta industrial, con una infraestructura que supere el negocio de tipo familiar del barrio de San Telmo. Se instalan en una planta en la calle Patagones 123 y en apenas tres años, la producción exige otro espacio mayor. Construyen entonces el edificio de la avenida Martín García 320 al 364. Un predio de más de 100 metros de largo por 70 de profundidad, que comienza su funcionamiento con la mejor tecnología de la época. La obra es dirigida por Amadeo, Julio y Humberto Canale, este último ingeniero civil y único universitario de los 5 hijos de José Canale.   

La fábrica de Bizcochos Canale hacia 1925
A los largo del siglo XX, la empresa lanzó una serie de productos que forman parte del imaginario popular en material de alimentación, Son marcas que todavía existen porque han logrado tener vida propia más allá de quién sea el fabricante. La marca y la fórmula de elaboración garantizan ventas seguras. Es el caso de los bizcochos, las conservas, las mermeladas y la galletitas Cerealitas.
En 1985 la planta industrial sufrió un incendio que afectó seriamente el material industrial instalado. Esto produjo algunos problemas financieros en la estructura de la empresa. El resultado fue que la familia Canale se terminó retirando del negocio. En 1994 fue adquirida por la empresa SOCMA (propiedad de la familia Macri) que poco hizo por la sobrevivencia de la empresa y de  la marca, hasta que en 1999 la internacional Nabisco adquiere en una sola operación la empresa Canale y Terrabusi, quedándose prácticamente con el monopolio del negocio en materia de galletas.
Nabisco, cuyas intenciones era hacer pie en el Mercosur, trasladó casi toda su producción a Brasil y las instalaciones tradicionales de ambas fábricas quedaron paralizadas. Alrededor de 10 años estuvo vacío este edificio que hoy luce como en sus mejores tiempos. En el año 2006, la 23ª edición de la muestra de diseño y arquitectura de la Fundación Oftalmológica Argentina se hizo en este edificio para marcar el punta de partida de un proceso de revitalización de los barrios tradicionales de San Telmo, La Boca y Barracas. Es la primera gran recuperación de la estructura arquitectónica. La muestra fue un éxito de público, de ideas y aportes profesionales y de interés empresario. Entre los años 2012 y 2014 un emprendimiento particular le agregó dos plantas más, vidriadas, con el fin de explotarlas como centro de oficinas.

Pero fue el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires quien finalmente se quedó con el edificio. En el 2014 le encargó al Estudio Mc Cormack la realización de un proyecto que se llamó “Edificio Canale”.  La obra  estuvo a cargo de  la arq Emilce Argüello y de la constructora LUMI Construcciones SA.  Actualmente funcionan los ministerios de Modernización e Innovación, Espacio y Ambiente Público, Desarrollo Urbano y Transporte y otros organismos del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
La realidad hoy indica que se recuperó un edificio importante del patrimonio histórico industrial de Argentina, al tiempo que se revitalizó notablemente un área de la ciudad que estaba claramente rezagada en su desarrollo. El Parque Lezama tiene ahora en su flanco sur una perspectiva más amigable y las calles aledañas de lo que hoy se conoce como Palacio Lezama  han tomado un ritmo comercial mucho más intenso.
Fotos: ©sarmiento-cms
Foto antigua: edición de la revista Caras y Carteas.

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lunes, 7 de mayo de 2018

PARQUE LEZAMA: UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA HISTORIA (3º Nota)


En la 1º nota y 2ºnota se hizo un recorrido por la historia cronológica y los avatares que desembocaron en la creación del parque como espacio público, en la última década del siglo XIX. En ese proceso se fueron gestando otras historias que han tenido su correlato en diversas expresiones artísticas. Algunas de ellas se materializaron en los 76.500 metros cuadrados que tiene el espacio. Otras dieron lugar a obras literarias y canciones. En esta nota haremos un recorrido por esa parte de la historia del Parque Lezama y su entorno más directo como el Bar Británico. Esta es la tercera y última nota sobre este espacio tan particular de Buenos Aires. 





Desde que Gregorio Lezama decidiera convertir el jardín de su quinta en un lugar donde acumularía obras de arte, el parque estuvo marcado por esa impronta artística. Son muchos los casos de autores que hacen referencia al sitio. El más conocido es la novela Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato que empieza así:

Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama. Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos (…)

No es el único trabajo de Sábato que tiene que ver con el Parque Lezama. Pero es el único en el que lo menciona explícitamente. Una buena parte de su obra la escribió en el parque y en al Bar Británico o el restaurante Lezama, ambos sobre la calle Brasil. “Por la Esperanza” fue uno de sus últimos trabajos. Una carta a los jóvenes que le encargó la revista La Maga en el año 1995, en pleno furor neoliberal de menemismo. En un homenaje que le hicieron vecinos, periodistas y amantes de literatura del barrio de San Telmo, Sábato contó que esa carta a los jóvenes la escribió en la mesa del Bar Británico que está en el vértice de la pared y la ventana que da sobre la calle Brasil. “Mientras miraba el parque Lezama que tantos recuerdo me trae de juventud”.  En ese mismo homenaje, en que se colocó una placa en la esquina del parque de Defensa y Brasil, contó que buena parte del libro mencionado fue escrito en la mesa del restaurante Lezama (sobre la calle Brasil) que está junto a la ventana derecha. “Me gustaba escribir acá por las mañanas porque no había casi gente y tenía el parque enfrente”, les dijo a quienes asistieron al homenaje mientas muchos seguidores aprovechaban para fotografiarse en el lugar junto al escritor que ya tenía más de 80 años.

María Elena Walsh y Horacio Ferrer escribieron también en el Bar Británico. El segundo mucho más que la primera ya que era habitué del lugar. Pero la música y poetisa dejó testimonio del parque en el Vals Municipal. Una estrofa de esta  famosa canción, traducida a varios idiomas y cantada por todo el mundo, dice:
Es un chico que piensa en inglés
y una vieja nostalgia en gallego.
Es el tiempo tirado en cafés
y es memoria en la Plaza Dorrego.
Es un pájaro y un vendedor
que rezongan con fe provinciana.
Y también es morirse de amor
un otoño en el Parque Lezama.

Al igual que Ernesto Sábato, el poeta Baldomero Fernández Moreno era visitante constante del parque. Y escribió en 1941 un poema cuyo título es precisamente Parque Lezama. Fernández Moreno vivía en la Av. de Mayo al 1100, en el edificio contiguo al Hotel Castelar. Varias veces a la semana se trasladaba hasta el parque para escribir. Solía hacerlo en  e l Bar Británico o en el actual Hipopótamos, también un bar notable de la ciudad que está justo en frente. La última estrofa del poema los menciona indirectamente:

Patricio, enhiesto parque de Lezama
cortado y recortado a mi deseo,
verdinegro por donde te mirase
salvo el halo de oro del Museo:
desde un bar arco iris te saludo
ahito de café y melancolía,
dejo en la silla próxima una rosa
y digo tu elegía y mi elegía

La novela Amalia de José Mármol es un clásico de la literatura argentina y más precisamente del romanticismo. Gran parte de la historia se desarrolla en el parque y sus alrededores, solo que en 1851 ese lugar de la ciudad todavía no era el Parque Lezama.  Así Marmol se refiere al actual mirador que está en la punta de la barranca que da a la esquina de Paseo Colón y Martín García como Punta Catalina  y a la calle Defensa, entre Brasil y Martín García, como “Al cabo de seiscientos pasos, la callejuela da salía a la empinada y solitaria barranca de Marcó, cuya pendiente rápida y estrechísimas sendas causan temor de día mismo a los que se dirigen a Barracas, que prefieren la barranca empedrada de Brown o la de Balcarce, antes que bajar por aquel medio precipicio, especialmente si el terreno está húmedo”.




ESCULTURAS, ORNAMENTOS Y BUENA ARQUITECTURA

José Gregorio Lezama modificó completamente el lugar. No quedaron rastros del paisaje que se describía en la  novela Amalia. La barranca de  Balcarce ya no cruzaba el entorno y se mantenía la Punta Catalina como gran espacio para disfrutar el río hasta el horizonte. Construyó una gran casa de estilo italiano sobre La Barranca de Marcó (actual calle Defensa) que dejó de ser ese lugar resbaladizo y empinado como un precipicio que describía José Mármol. Y rodeo la pequeña mansión con un amplio parque cargado de árboles entre los que se destacaban los olmos, las acacias, magnolias, tilos y otras especies exóticas como el ficus de la India.

La construcción se caracterizaba por amplios salones techados de artesonados de maderas y puertas labradas y laqueadas en algunos casos. Una amplia galería con grandes arcos se extendía por todo el frente. Que estaba adornado con hornacinas, copones y pequeñas estatuas. Las paredes habían sido decoradas por   al artista uruguayo León Pallejá.  La casa de los Lezama es desde   sede del Museo Histórico Nacional.

La transformación del parque en espacio público en 1894 vino acompañada de varios cambios. Uno de ellos fue un nuevo diseño paisajístico a cargo de Carlos Thays, el arquitecto y paisajista francés que había sido nombrado Director de Parques y Paseos de Buenos Aires 3 años antes. Thays introduce en el parque las Tipas, variedad de árboles autóctonos del norte argentino. También traza nuevos caminos e impone el grutesco en las escalinatas que dan a la barranca sobre el río, hoy Paseo Colón, y que se conservan parcialmente. También es suyo el diseño del mirador de la antigua Punta Catalina.

Pero los cambios más llamativos fueron el anfiteatro sobre la calle Brasil y el rosedal que se puso en la parte llana de la barranca que da sobre la Av. Martín García, lugar que se conoce hoy como La Pradera. A lo largo de esa avenida se montó una inmensa pérgola con diversas plantas enredaderas. Esta glorieta que se extendía desde la calle Defensa hasta Paseo Colón, también albergó una pista de patinaje.  Hacia el primer quinquenio del siglo pasado, el parque contaba con diferentes atracciones como un tren para los niños, una calesita (aún funciona sobre la calle Defensa), un pequeño lago artificial, el teatro al aire libre, un circo y el restaurante El Ponisio.

Todos los cambios producidos en el parque son consecuencia de la primera idea artística y paisajística de Gregorio Lezama. Bien es cierto que la mayoría de las intervenciones fueron para empeorar y no para conservar, salvo la gestión de Carlos Thays que dotó al espacio de la fortaleza necesaria para mantener el espíritu artístico a un lugar que paulatinamente iba a ser ocupado por gente diversa en uso público.

Un punto destacado de la época familiar de los Lezama es el templete de influencia grecorromana, en cuyo centro hay una estatua de Diana Fugitiva o Siringa. Y en el camino de acceso al pequeño recinto, en los laterales están las figuras evocativas de El Invierno, La Vid, La Primavera y Palas Atenea. En la actualidad (según el Arcón de Buenos Aires) “solo queda una sola de las estatuas originales de la casa Lezama: La Primavera. La mayoría de las estatuas originales y maceteros sufrieron mucho deterioro cuando el Parque se transformó en paseo público. Gradualmente fueron dadas de baja o llevadas a restaurar, luego de lo cual fueron instaladas en otros lugares”.




Del viejo parque de la familia Lezama queda el paseo de las Palmeras con sus hileras laterales de copones de mármol de Carrara, montadas sobre plintos labrados con motivos griegos. Faltan cinco de esas piezas ornamentales, que fueron robadas y no precisamente por indigentes. Quienes las llevaron conocían perfectamente el valor de lo que sustraían. Hoy fueron reemplazadas por piezas idénticas en cemento.

El parque fue un lugar privilegiado para albergar regalos en ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo. Actualmente se encuentran el Cruceiro, regalo de la comunidad gallega en la Argentina, la Loba Romana o Loba Capitolina, presente de la ciudad de Roma a Buenos Aires, con las figuras de Rómulo y Remo que originalmente fueron en bronce y ahora son de cemento producto del robo de las originales. Pero el monumento más importante de esos acontecimiento es el regalo de la ciudad de Montevideo en 1936, en ocasión del 4º centenario de la 1º fundación de Buenos Aires. Se llama Monumento a la Cordialidad Internacional  y es obra del escultor Antonio Pena y el arquitecto Julio Villamajó. Está ubicado sobre la Avenida Martín García.

Pero el monumento que sin duda la bienvenida a los turistas es el de Don Pedro de Mendoza, situado en la esquina de las calles Defensa y Brasil. Es obra del escultor Juan Carlos Oliva Navarro y fue inaugurado el 23 de junio de 1937.

Finalmente hay que destacar la fuente y gruta ubicada en la esquina de Brasil y Paseo Colón, inaugurada en 1931. A la fuente se la conoce como Fuente du Val D’Osne. El Valle de Osne fue un lugar de gran prestigio en la fundición de obras de arte para todo el mundo. Lo que vemos hoy en la hornacina son las figuras de Néyade y Neptuno, ambas forman parte de una escultura mayor, cuyas partes están repartidas en distintas espacio de la ciudad.

En el Museo Histórico Nacional se exhiben hoy más de 50.000 piezas relacionadas con la historia de Argentina,  que abarcan el período colonial hasta 1950. Entre los  objetos en exposición se encuentran trajes, relojes y otras pertenencias de Manuel Belgrano, el sable y otros instrumentos militares del general San Martín,  como así también el mobiliario de su dormitorio al momento de morir. La bandera de la batalla de Ayohuma,  oleos de Prilidiano Pueyrrerón, muebles del Virrey Sobremonte,  el uniforme del General Güemes y el catalejo del general inglés Carr Beresford durante las Invasiones Inglesas.

En suma. En materia de creación artística el parque ha estado siempre en el primer plano. Es parte del legado de Lezama. Por alguna razón especial que no se puede definir, también ha sido lugar de preferencia de pintores, escultores y escritores. Muchos han dejado testimonio y otros solo menciones en sus biografías. Cada una de estos objetos encierra una historia particular, dentro de esa gran historia que la antigua finca de los Lezama hoy Parque Lezama.

Fotos: © sarmiento-cms

Galería de imágenes en Flickr.


Pueden amplia la información en Wikipedia  y el Arcón de Buenos Aires