Buenos Aires no es una ciudad que se caracterice por el muralismo. Pero desde hace unos años, los murales, el graffiti y al arte callejero o “street art”, han encontrado espacio y estimación entre sus habitantes. Nuevos creadores se han incorporado, ganado espacio en una ciudad que combina el arte con su mejor tradición arquitectónica. Aquí una vista general de este fenómeno, pasando por los murales del Subterráneo de Buenos Aires, las Galerías Pacífico, la Galería Santa Fe, el muralismo combativo de Ricardo Carpani y el Grupo Espartaco o la temática social en el arte mural de Quinquela Martín en La Boca.
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Mural de Martín Ron y Nase en la esquina de Scalabrini Ortiz y Soler del barrio de Palermo, en Buenos Aires |
El efecto sobre el espectador, la interacción de la obra con
su entorno, las posibles reacciones de los observadores y otras preocupaciones
por el estilo, han marcado desde siempre la obra de los artistas. En ese
contexto, el mural es una disciplina que busca dejar el caballete, el taller y
sus paredes, la galería y sus focos, para instalarse en medio del espacio
público.
En la ciudad de Buenos Aires, en el comienzo de las
expresiones artísticas murales, ese espacio público estuvo restringido a las
iglesias. Luego le siguieron las cúpulas de los grandes teatros o cines, las
entradas y vestíbulos de los edificios, las galerías comerciales y
especialmente las nuevas estaciones del transporte subterráneo. Más tarde, el
mural empezó a tener un lugar destacado en las paredes de las calles o en las
alturas de las medianeras de los edificios. Al final, la fachada de muchas
casas son decoradas con murales temáticos o expresiones libres. Así, Buenos
Aires, que no es una ciudad con la tradición muralista de México – por ejemplo
– está teniendo una progresión significativa de esta manifestación artística.
Al mismo tiempo, junto a ese impulso, se produce una revalorización de los
murales existentes y que por diversas razones fueron condenados al olvido.
La temática a lo largo de esta historia ha sido diversa. Como
puede suponerse, el tema religioso ha sido dominante en los primeros años,
porque los recintos lo imponían y quienes contrataban a los artistas lo
exigían. Se cree que el más antiguo que se conserva es el de la "Dolorosa". Se encuentra en la
Iglesia Nuestra Señora del Pilar, del barrio de La Recoleta. Ocupa la parte
trasera del altar de ese nombre y se cree que fue pintado al fresco alrededor
de 1735. Otro mural renombrado de la época colonial y que ya no existe, es el
de Jean León Palliére; pintado en el Coliseo Argentino, primer teatro de
envergadura de la ciudad, alrededor de 1804. La demolición del edificio situado
en las actuales calles Perón y Reconquista en 1873, terminó también con los
días de esa obra.
Los murales del siglo XIX que todavía sobreviven a la picota
o el espíritu renovador son los que hizo
Francisco Paolo Parisi en la Catedral de Buenos Aires, hacia 1891, utilizando
la técnica del encausto. También para el final del siglo, Carlos Barberis hizo
los murales ornamentales del cielorraso de la farmacia La Estrella, en la
esquina de Alsina y Defensa. Hay que
destacar de esa misma época, la obra de Nazareno Orlandi, de temática clásica,
que se mantiene en la Iglesia del Salvador, el Colegio Mariano Acosta, el Salón
Dorado de la Casa de la Cultura de la ciudad (ex edificio del diario La Prensa)
y las cúpulas del Cine-Teatro Gran Splendid, hoy convertido en una inmensa
librería.
En el Subte, el mural encuentra al gran público.
La primera irrupción claramente masiva que tuvo el mural en
Buenos Aires, fue en la decoración de las estaciones del transporte
subterráneo. Los porteños usuarios de las líneas C y D fueron los primeros en
encontrar unos inmensos murales en los andenes de las estaciones. Luego se
sumaron los vestíbulos de las boleterías. Y así hasta que la propuesta se
volvió masiva en los últimos 15 años. En la línea C, por ejemplo, las paredes están decorados con murales de
mosaico esmaltado y el motivo son paisajes de diferentes regiones de España.
Los andenes de las estaciones en dirección a Retiro, tienen panorámicas
alegóricas a Bilbao, Santander, San Sebastián, Álava y Navarra. Y los que
tienen dirección a Constitución, tienen como temas a Santiago, Lugo, Asturias y
Santander. Estas obras fueron realizadas
entre 1923 y 1934 y provocaron que durante años, a esta línea del Subterráneo
de Buenos Aires, se la llamara “La línea de los españoles”. Todas estas obras, fueron declaradas
monumento nacional. A pesar del deterioro, en algunas se puede ver la firma del
ceramista: “M.G.Montalvan. Ceramista,
Triana, España, 1934”.
El comienzo fue la línea C, pero rápidamente se incorporaron
otros murales, especialmente en la línea A, D y F. En la D se destacan las
obras en mosaico cerámico con motivos de las misiones jesuíticas del norte
argentino en las paredes del vestíbulo de la estación Plaza Italia. En el suelo
del mismo andén, la obra es sobre un cartón de Quinquela Martín, en la que el
motivo es el puerto de La Boca. En 1959 se inauguró en la estación Boedo, de la
Línea E, un mural sobre boceto de Alfredo Guido, titulado “Boedo a mediados del siglo XX”.
Hacia la década de 1930, la mayoría de las estaciones fue teniendo un
espacio para un mural alegórico a un tema, un artista o un hecho destacado de
la vida argentina. Para las líneas D y
E, se invitó a artistas como Otto Durá, Alfredo Guido y Léonie Matthis de
Villar a inspirarse en las leyendas, tradiciones y costumbres nativas.
Un claro ejemplo de estas tendencias es la estación Plaza
Italia de la Línea D.
En el piso del andén central se encuentra un mural basado en un boceto de
Benito Quinquela Martín del año 1939, realizado por Constantino Yuste, llamado “La descarga de los convoyes”, con unas
medidas de 6,35 por 4,23 metros. En
dirección a las escaleras que llevan al nivel superior, una de sus arcadas está
decorada con el mural “Capilla en la
sierra”, basado en un cartón de Fray Guillermo Butler y realizado por
Cattaneo y Compañía, cuyas medidas son 10,10 x 2,5 metros.
El vestíbulo oeste posee dos murales también realizados por Cattaneo y
Cia. Uno de ellos está basado en bocetos de 1938 de Leónie Matthis de Villar e
incluye las escenas “Besamanos de los
caciques”, “La visita del gobernador”
y “Casamientos colectivos”, y sus
medidas son 3,5 por 2,15 metros; mientras que el otro se titula “La Iglesia del Pilar, siglo XIX”, está
basado en bocetos de José Millé de 1938 y sus medidas son 3,6 por 2,15 metros.
Luego de un largo período de abandono, en los últimos 30 años
se vigorizó la propuesta de que las estaciones del subterráneo tuvieran murales. Alrededor de 25 nuevos
murales se incorporaron al patrimonio de la ciudad. Así, Rogelio Polesello (en la línea D,
estación José Hernández); Josefina Robirosa (misma línea, estación Olleros);
Carlos Páez Vilaró y el fileteador Andrés Compagnucci (línea B, estación Carlos
Gardel) conviven con las viñetas de Horacio Altuna (línea C, pasaje Lima
Norte), Quino (en el mismo espacio) y Hermenegildo Sábat que rinde homenaje a
los próceres del tango, en Lima sur de la línea A. Se destaca también, la obra
de 1997, en la estación José Hernández de la línea D, “En el Jardín”, basada en la pintura de Raúl Soldi en la cúpula de
la Galería Santa Fe.
Murales en
vestíbulos y galerías.
Al final del siglo XIX, los murales fueron dejando las
iglesias para instalarse dentro de los edificios o grandes espacios públicos no
confesionales. Esta conjunción viene de la mano de la difusión del art nouveau
en la arquitectura porteña, especialmente con el modernismo catalán y la
secesión vienesa, representada por la obra de Julián García. Hay claros
ejemplos de ellos en los edificios de Moreno 1330/32, Paraguay 1330 (La casa de
los azulejos), Av. Rivadavia 2031 (La casa de los lirios), Luis Sáenz Peña 274
del Arq. Julián García, así como las del Arq. Virginio Colombo de Av. Rivadavia
3220 e Hipólito Yrigoyen 2562. En estos edificios, las fachadas y muros
interiores presentan ornamentaciones con relieves escultóricos, y/o también,
hermosas combinaciones de azulejos, cerámicos, mayólicas y vidrios pintados.
Hacia 1930, el art nouveau deja lugar a otras expresiones,
aparecen las propuestas racionalistas y en la arquitectura la Bauhaus. En esta
década irrumpe el movimiento muralista mexicano, con David Alfaro Siqueiros,
Diego Rivera y José Clemente Orozco. Siqueiros ansiaba trasladar la experiencia
mexicana a otros países sudamericanos, con pinturas que exaltaran las luchas
sociales, combatiendo los privilegios de clase, reivindicando las culturas
precolombinas, defendiendo la revolución contra el capitalismo y sobre todo,
siguiendo la consigna: "¡Abajo la
pintura de caballete!". La obra de Siqueiros titulada "Ejercicio Plástico", para la
quinta de Don Torcuato "Los Granados", del director del diario
"Crítica" Natalio Botana, fue pintada en 1933. Del equipo
participaron Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Enea Spilimbergo.
Pero el carácter de los murales mexicanos y su fuerte
contenido revolucionario, no fue dominante en Argentina. Las condiciones
políticas eran otras y al respecto Berni escribió: "Tomar como pretexto la
voluntad de hacer una experiencia técnica no puede justificar la ausencia de
contenido. Siqueiros, para realizar una pintura mural, tuvo que tomarse a la
primera tabla que le ofrecía la burguesía". En sentido contrario, pintores
como Berni – a pesar de haber realizado importantes murales – fueron
partidarios de los cuadros de gran tamaño que pudieran transportarse. Ahí están
los ejemplos de “Chacareros”, “Desocupados” y “Manifestación”.
Al respecto, hay otra versión también. Algunos críticos
mencionan que Berni desarrolló un "muralismo portátil". El concepto
contradictorio, encierra el problema de muchos artistas de esa época: no había
muchos espacios para el muralismo. Por eso la obra de Berni de los años 30
tiene escala y estructura mural, pero a
falta de muros, fue realizada sobre arpillera, de modo que podía ser trasladada
de un lado a otro.
En 1944, nace el Taller de Arte Mural, formado por Juan
Carlos Castagnino, Antonio Berni, Demetrio Urruchúa y Lino Enea Spilimbergo.
Junto con Manuel Colmeiro realizan en 1946, los frescos de la cúpula de las
Galerías Pacífico, (una copia argentina de las tiendas francesas, Bon Marché).
Este es uno de los conjuntos murales de mayor significación y envergadura en la
ciudad, al tiempo que es el único trabajo de este equipo muralistas.
Murales en las Galerías Pacífico de Buenos Aires |
El edificio surgió como una galería comercial en el siglo
XIX, pero ese objetivo quedó desplazado con la instalación de los ferrocarriles
británicos. En 1945, la empresa ferroviaria decide recuperar en la planta baja la
actividad comercial, mientras mantiene sus oficinas en los pisos superiores.
Deciden realzar el espacio y a sugerencia del estudio de arquitectos Aslan y
Ezcurra convocan al Talle de Arte Mural para el programa iconográfico que
abarcaba la cúpula y las cuatro lunetas ubicadas en cada una de las entradas de
las galerías.
Los murales de las Galerías Pacíficos tiene esta disposición:
La obra de Antonio Berni está en el lado sur. “El amor” o “La germinación”
es un mural complejo desde su temática y significado. El artista propone la
germinación de la vida, ayudada por el sol, y figuras simbólicas que
representan el amor y la acción del hombre en la naturaleza. Este mural se
destaca por sus fuertes contraposiciones: trabajo y descanso, vida y muerte,
cielo y tierra. Sus colores vibrantes ayudan aún más a entender la fuerza y la
vida que representa.
La obra de Castagnino está en la luneta oeste. “La vida doméstica”
refleja un conjunto de emociones e ideas vinculadas con la vitalidad, la
alegría, el movimiento, la generosidad, la abundancia y la felicidad.
En el lado norte está la obra de Demetrio Urruchúa. El mural “La Fraternidad” trata sobre las
relaciones entre las diferentes razas y sexos. Hay una alusión a la hermandad
de las razas, pero a su vez nos habla de la individualidad, la incomunicación y
la indiferencia entre las mismas. También se destaca el tema de la maternidad. Se
observa que este mural es un poco más oscuro que los demás. El artista
utilizaba el color gris para la mezcla de su paleta.
Al este está la obra de Lino Enea Spilimbergo. “El dominio de las fuerzas naturales” es un mural dinámico. En él,
un conjunto de fuertes varones domina los mares y las montañas, registrando las
dificultades propias de la navegación, la pesca y la minería. La escena plasma
una visión un tanto idealista del conjunto, en que la humanidad debe resolver
eficientemente sus necesidades alimenticias, metalúrgicas e industriales para
que la vida social sea posible.
Finalmente Manuel Colmeiro Guimaraes. Su obra quedó plasmada en dos
pechinas de la cúpula central y se basa en el relato bíblico de Génesis 3:1, a
la vez que homenajea a su Galicia natal. Allí la presencia del mar, organizador
del imaginario y la vida social, evoca con su eterno rumor oceánico las fuerzas
últimas de las que florece la vida.
Otra muestra del vigor del muralismo, son las obras de las
Galerías Santa Fe, ubicada al 1.600 de la avenida del mismo nombre. Pintados en
1953, estos murales ocupan más de mil metros cuadrados. En el acceso por Av.
Santa Fe se encuentran dos obras al fresco del catalán Juan Battle Planas. En
ellas se ven personajes barbudos y proféticos, y realza el antiguo logotipo de
la galería. En el centro de la galería está la obra de Noemí Gerstein, una
escultura de barras de hierros soldados, la figura del hombre es expresada con
los mismos materiales industriales, representan a los obreros en plena
actividad. En el pasaje izquierdo está la obra "Los Músicos", de Luis Seoane, cada una de las figuras
allí presentes, representan a un músico, cada uno tocando un instrumento
distinto. Hacia la salida por la calle Marcelo T. de Alvear está el mural al
óleo de la austríaca Gertrudis Chale inspirado en las costumbres del noroeste. También
se pueden ver representaciones de Leopoldo Presas, que realizo un muro con
fondo azulado, cubriendo el ancho de la galería. Hay obras de Soldi, una de
ellas está en el centro de la bóveda, conteniendo una forma de espiral,
teniendo una imagen de un maniquí, con imágenes de la vida cotidiana,
vinculadas con la actividad de la galería. La otra, titulada "Los Amantes", había sido
pintada al momento de la construcción de la galería. El nombre del mural
obedece a que quería homenajear a su novia que vivía en frente. La obra restante,
con mosaicos venecianos y de contenido abstracto, pertenece a Leopoldo Torres
Agüero.
La mayor parte de las obras están ubicadas a una altura de 13
metros, máxima envergadura a la altura de la cúpula central. Los murales son de
grandes dimensiones como los de Presas y Torres Agüero que tienen 40 por 15
metros. Fueron objeto de varias restauraciones. La última y más importante fue
a fines del 2007. En diciembre de ese año, el gobierno municipal declaró
Patrimonio Cultural de la Ciudad este conjunto pictórico.
Desde la década de 1950 y hasta la de 1970, surgieron muchas
expresiones de este tipo en la ciudad. Al “Ejercicio
Plástico” de Siqueiros en 1933, en la quinta de los Botana, les siguió la
gran empresa de las Galerías Pacífico en 1946. Siete años más tarde se realizan
los murales de las Galerías Santa Fe. Y más tarde se realizan los murales que
narran la historia del teatro judío en el IFT, los de la Galería Flores de
Urruchúa, Castagnino y Policastro y los de Luis Seoane en la Galería Victoria y
el Teatro San Martín.
La temática social de Quinquela Martín y el muralismo combativo de Ricardo Carpani
Siguiendo otro camino, el de testimoniar la vida, colores,
trabajo y gente del puerto del Riachuelo, del barrio de La Boca, Benito
Quinquela Martín, pintó una serie de murales que hoy apreciamos en la Escuela
Museo Pedro de Mendoza, en el Teatro de la Ribera, y en otros edificios
públicos, como el ex edificio de Obras Sanitarias de la Nación, en Marcelo T.
de Alvear y Av. Callao, los del Teatro Regina. Se destacan en la Escuela Museo,
especialmente los realizados en cerámica, y de ambos: "El desfile del circo", fabricado por los talleres de la
Escuela Otto Krause.
Entre los muralistas de temática claramente combativa, es
Ricardo Carpani, uno de los más representativos. Sus pétreas y fuertes figuras
humanas, luchadoras, sin claudicaciones, llevan su sello distintivo. El tema
reiterado en su obra es del trabajo en las fábricas, las chimeneas, las manos
de grandes puños cerrados como símbolo de lucha.
Perteneciente al Grupo Espartaco, no es ajena la influencia
del brasileño Cándido Portinari. El grupo logró darle sentido a esos rostros
duros con puños en alto que hoy identifican al trabajador que lucha por sus
derechos. En el manifiesto titulado "Por un arte revolucionario
latinoamericano", los artistas proclamaron: "Es imprescindible dejar de lado todo dogmatismo en materia
estética; cada cual debe crear utilizando los elementos plásticos en la forma
más acorde con su temperamento, aprovechando los últimos descubrimientos y los
nuevos caminos que se van abriendo en el panorama artístico mundial".
Realizó los afiches de la Confederación General de
Trabajadores, entre ellos los de la huelga general de 1961 y los del Cordobazo
y varios murales en edificios sindicales, entre ellos, el del Sindicato de los
Obreros del Vestido en Tucumán 737. Otro integrante del Grupo Espartaco, Juan
Manuel Sánchez, realizó los murales de Paraguay 1269 y Junín 200. Carpani pudo
aplicar a su obra mural, algunos de los principios que en la década del 30,
surgieron de la revolución mexicana.
A fines de siglo XX, esta propuesta fue tomada por los
artistas del Taller Muralista de la Unión de Trabajadores de la Educación. En
el cruce de las avenidas Garay y Paseo
Colón, se encuentra el mural “Educación o Esclavitud”, una obra de 300
metros cuadrados, que obliga al transeúnte a levantar su mirada para ver
retratado el enfrentamiento en Plaza de Mayo entre los educadores y las fuerzas
de seguridad. Todos ellos han logrado sobrevivir al tiempo, la humedad y la
desidia de los gobiernos.
Existieron y existen muchos grupos o colectivos de arte mural,
arte público, o artistas que han realizado murales en los últimos quince años,
tal vez un poco más. Se pueden mencionar al Grupo de Trabajo Mural Esteban
Ferreyra (Claudio Dalcó, Néstor Portillo
y Marta Sottile), MuroSur (Marcelo
Carpita, Gerardo Cianciolo), Contraluzmural (Néstor Portillo, que anteriormente
había realizado el taller de gráfica política y muralismo para la Unión de
Trabajadores de la Educación, de la
ciudad de Buenos Aires), Filete
Colectivo (arte público y muralismo), Paredón y Después (de la localidad de La
Matanza) y la experiencia de TAPIS (una experiencia de muralismo y arte público
de la artista platense Cristina Terzaghi junto a alumnos de la Facultad de
Artes de La Plata).
Otras opciones,
nuevas propuestas.
La recuperación de la democracia en 1983 y el colapso
institucional y social de 2001 en Argentina fueron la matriz cultural y
política para el resurgimiento y desarrollo del muralismo con un amplio
universo de obras, artistas y técnicas, sumándose a las nuevas formas de arte y
comunicación pública: esténciles, arte urbano con aerosol, grafitis visuales,
gigantografías, pantallas e intervenciones urbanas.
El muralismo argentino revivió y persiste como tradición de
arte social: artistas y/o militantes hacen murales para reflejar un hecho
social, político o cultural de gran impacto en la comunidad. También se
abrieron estilos y concepciones nuevas vinculadas a relecturas del muralismo
tradicional y la aparición del grafiti visual en los muros públicos.
Mural con la técnica del fileteado, en la cortada San Lorenzo, San Telmo |
También generaron obras murales artistas provenientes de
subculturas urbanas juveniles, rock, el auge del diseño, entre otras variantes
que no tienen vínculos necesariamente con otros llegados de las escuelas de
arte, de la militancia en organizaciones sociales o políticas o con caminos
cercanos a estos campos de acción. Un ejemplo paradigmático, quizás, es Alfredo
Segatori, aerosolista, escenógrafo, que es el autor del mural de mayores
dimensiones en el mundo. Está en la
calle Lavadero del barrio de Barracas y tiene 2.000 metros cuadrados. Es un
homenaje a Quinquela Martín y se titula, precisamente, “El regreso de Quinquela”.
En una entrevista periodística reciente, Lean Frizzera
comentaba: "La práctica del
muralismo es una tendencia europea y brasileña, donde está el point del arte
contemporáneo latinoamericano. En Brasil, hay una explosión de la actividad que
es impulsada por el gobierno. Acá ocurre algo similar, pero sin apoyo
estatal". Frizzera es el autor de una obra cuyo tema es un dragón de tres cabezas que puede verse en la
parte alta de la medianera de un edificio de la calle Malabia, a pocos metros de la avenida Córdoba.
Entre las últimas grandes obras destacables que se realizan
en Buenos Aires, hay que mencionar la de Martín Ron y Nase, en la esquina de
Scalabrini Ortiz y Soler, de 25 metros de alto por10 de ancho, elaborada a 15
metros del suelo, sobre la pared medianera de un edificio. Otros murales
destacables se han realizado en distintas partes del barrio de La Boca, en las
calles próximas a la Usina del Arte, además de la ya citada de Segatori en
Barracas.
Finalmente, queda por destacar que los murales forman parte
del paisaje urbano; transforman los muros silenciosos y grises en testimonios
de imaginación, memoria y cultura. Muchas de estas obras dependen de la
preocupación ciudadana para su mantenimiento, como los de la calle Lanín, obra
de Marino Santa María. El Estado no tiene este patrimonio dentro de sus
principales preocupaciones.
Paredones de redes de ferrocarriles y muros callejeros es
donde los nuevos muralistas desarrollan su expresión estética más vinculada al
cómic, el diseño, la animación y el arte digital que a ciertas tradiciones del
muralismo como arte social. Esta pequeña
pero representativa muestras de artistas, muralistas y obras responde a una
gran diversidad y vitalidad del arte mural argentino desde hace más de dos
décadas.
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