martes, 26 de noviembre de 2019

EL GRAN ESCENARIO


Los teatros son esos lugares privilegiados de las ceremonias mundanas. Lugares especiales de exaltación. El Teatro Gran Rex de Buenos Aires es uno de esos sitios. Donde además de la carga emocional de la producción artística, se suma la leyenda de un escenario por donde pasaron grandes figuras del teatro, la música y la danza del mundo en el último siglo. Es un lugar clave de la cultura porteña y recinto consagratorio para cualquier artista en el  mundo.



El  edificio de unos de los coliseos culturales más importantes de  la ciudad, es de una austeridad suprema. Igual que el  Obelisco (el  mayor símbolo de la ciudad) no tiene ningún despliegue  arquitectónico que remarque formas o agregue elementos que cubran su desnudez.  Planos despejados y espacio suficiente para que la gente, los que participan de la vida diaria, le vayan cargando al lugar sus propias definiciones. El Teatro Gran Rex como el Obelisco, son de esos lugares que arquitectónicamente parecen que no dicen nada, pero están  llenos de significado y en constante cambio, por la participación de la gente en el imaginario cultural de la ciudad.
En lo más alto del frente del edificio, están grabadas sobre relieve en cemento, las letras del nombre. Desde la vereda de enfrente al teatro – ubicado en el número 857  de  la Avenida Corrientes – se puede ver la magnitud del  nombre que le confieren al frontispicio, un aire de tótem urbano en el corazón de la ciudad. La cubierta vidriada en su totalidad, solo marcada por las líneas laterales en hormigón, permiten observar el  movimiento interior en sus descansos y agitaciones de espectadores.  La característica principal de este edificio es su austeridad ornamental, la amplitud de los espacios destacados en los ventanales frontales y la envergadura.

Por las noches se puede ver la actividad social en dos planos simultáneos. La vida interior en  los distintos hall de los pisos superiores y la frenética actividad de la calle y el hall central ocupado por espectadores que realizan el prólogo a la función. Visto desde  la acera de enfrente, atendiendo la coloración dorada de su iluminación interior,  se puede seguir los movimientos de   la  gente e intuir los diálogos, encuentros y afectos entre quienes participan de esas ceremonias del  espectáculo.
El Gran Rex es un punto clave del espectáculo de Buenos Aires. Junto al Teatro Opera – que está enfrente – forman un conjunto cultural de primer  orden a nivel mundial y reciben anualmente a  las primeras figuras del espectáculo y la canción internacional. Tiene una capacidad de 3.262 espectadores.  No son tantos, comparados a otros centros mundial de grandes espectáculo, pero es mucho más de  la capacidad promedio de cualquier teatro. No son tantos tampoco si se compara la cifra con  el tamaño del  edificio. Pero una de  las características principales de este lugar, es  la amplitud de  los espacios de espera, circulación y espacios de descanso, que le dan un aire de  lugar de tertulia. Al menos eso es lo que sucede en  los momentos previos y finales de cada espectáculo o en  los descansos intermedios.











Fue  construido en 1937 en apenas siete meses. Poco tiempo si se tiene en cuenta el tamaño y la funcionalidad del lugar. Es un edificio clave de la  arquitectura moderna de Buenos Aires y una obra cumbre del estilo racionalista del arquitecto Alberto Prebisch, quien también fue el  autor del  Obelisco de la ciudad que – con el tiempo – se iba a convertir en   el símbolo porteño por excelencia. El trabajo de Prebisch en el  teatro, fue realizado en  sociedad y colaboración  con el  ingeniero civil Adolfo T. Moret.  Una participación determinante en  la  estructura general, ya que el Gran Rex está hecho en  hormigón armado, con un techo de sala realizado en cabriadas metálicas.  Este tipo de construcciones fueron  la  principal novedad en la arquitectura de  época. El Obelisco también es una estructura de hormigón, lo mismo que el Edifico Kavanagh  (situado a pocas cuadras del Gran Rex). Ambos fueron construidos en 1936, un año antes que el teatro. Y los tres, representan  lo más importante del racionalismo en la  arquitectura.
Por la mañana, visto desde  la perspectiva de la avenida, el edificio se presenta solo como un gran rectángulo, carente de ornamentos, donde solo se destacan los ventanales que ocupan todo el frente y los bordes de  hormigón,  que enmarcan los espacios vidriados, revestido en travertino romano sin lustrar. Esta sala es una gran cáscara dividida en fajas encimadas, inspirada en el Radio City de Nueva York. Los materiales son mármol Botticcino italiano, revoque, madera enchapada y bronce. Los espectadores se disponen en tres niveles: platea, primer balcón y segundo balcón. Tanto las butacas como los telones y alfombras originales fueron de color tierra siena quemada, y las paredes fueron pintadas a la témpera de color ocre ligeramente rojizo.


Fotos: sarmiento-cms /el jinete imaginario. 



miércoles, 13 de noviembre de 2019

BAR BRITÁNICO: EL FOGÓN DE LA TERTULIA


\*/ Las tertulias de “el Británico” siempre fueron  abiertas, anárquicas, ocurrentes y generosas de ideas. Algunas de ellas terminaron  siendo parte de un hecho cultural o de una obra de arte.


 \*/ A “el Británico” se podía ir solo y terminar la tarde y la noche en medio de un tumulto que hablaba y opinaba superponiendo discursos.


\*/ Estas tertulias llenaban  el ambiente de un murmullo ruidoso, que no se apagaba ni al amanecer.   


\*/ El Bar Británico es uno de  los 86 Bares Notables de  la Ciudad de Buenos Aires. Pero nunca fue un lugar solemne.






La luz es tenue apenas. Faltan algunos minutos para las seis de la mañana. El cielo que se ve tras los ventanales,  es de un color celeste azulado intenso. La temperatura es agradable afuera  todavía, a pesar del marcado verano. Pero en el interior el ambiente es un poco más fresco. Está en  penumbras. Hay un silencio irreconocible. Pero agudizando el oído y las percepciones, quizá todavía se escuche algo del fuerte murmullo que horas antes invadían el espacio.
En el Bar Británico las sillas están apiladas sobre las mesas,  el lugar está vacío y solo se ve el trajín de la limpiadora, que recoge restos del piso y prepara el agua jabonosa que luego repartirá por todos los rincones del  local. Los parroquianos han sido desalojados. Esa es la palabra precisa. Porque esa gente nunca abandona. Hay que decirle que se tiene que ir. Así a secas,  sin muchas explicaciones. Son innecesarias. Porque en  el fragor de la tertulia no entienden otra cosa más que la  continuidad del debate de su mesa. Pero al bar hay que cerrarlo al menos media hora, para poder limpiar y empezar la jornada como si nada hubiera sucedido.



Así eran  las cosas hasta que “Los Gallegos”  tuvieron que vender. Luego continúo la costumbre unos años más, porque los vecinos  y sus fanáticos de otras partes de la  ciudad, se lo impusieron al nuevo propietario Agustín Souza. Pero el “invento” se terminó definitivamente en noviembre de 2014, cuando los hermanos Aznarez  compraron  el fondo de comercio a Souza, le lavaron la cara al bar, empezaron otra  historia que no iba a incluir mantenerlo abierto las 24 horas. Por una cuestión comercial, los fanáticos de la tertulia nocturna ya no iban a poner ver el amanecer desde las ventanas de el Británico”,  como se lo menciona siempre, ahorrándose la palabra bar, porque todo el mundo sabe que es un bar o algo más que un bar.
El Bar Británico es uno de  los 86 Bares Notables de  la Ciudad de Buenos Aires. Esos lugares que guardan historia arquitectónica, patrimonio cultural interior y una historia oral que se cuenta entre vecinos, parroquianos y fanáticos del lugar. Son esos espacios porteños donde  la historia de  la ciudad y su gente se cuenta en capítulos que se pueden leer visitándolos de uno en uno. Pero de todos los Bares Notables, “el Británico” es de los más notables junto al líder de los conocidos, el Café Tortoni. Pero este bar de San Telmo, ubicado en la esquina de la calles Defensa y Brasil, frente a uno de los extremos del Parque Lezama, no tiene nada que envidiarle el líder que está en la Avenida de Mayo, que está en todas las guías de turismo sobre Buenos Aires.
Porque en las mesas de “el Británico” también se han cocido grandes tertulia, se han escrito grandes libros, se ha filmado buen cine, ha habido mucha música, demasiada poesía y todo tipo de performance artística. Todo eso, sin contar los debates políticos, el chusmerío sobre la economía o el boca a boca de los asuntos mundanos del barrio y de los mundillos culturales de otras zonas de la ciudad.
El Bar Británico nunca fue un lugar solemne. Su residencia no era un lugar destacada de la ciudad. A  comienzos del siglo XX, esta zona formaba parte del arrabal porteño. En la época colonial, San Telmo y Monserrat habían sido el  centro político y social de Buenos Aires. Grandes residencias y lugares de encuentro, tertulia de la época y conspiraciones revolucionarias. Pero las epidemias de fiebre amarilla a finales del siglo XIX,  mudaron a las familias hacia la  zona norte. Y con  esas familias se fue el dinero, el glamour, el amor por las bellas artes y las reuniones sociales de  la  gente destacada. Los edificios amplios y abundantes en habitaciones  y zonas de servicio, fueron alquilados por partes, formando inquilinatos, ocupados en su mayoría por inmigrantes que a fines del siglo XIX y principios del XX, llegaron a la ciudad  con la ilusión de “hacer la América”.  La esquina de Defensa y Brasil no iba a tener un lugar elegante ni decorado a la europea como un  salón. En esa esquina se instaló una pulpería que se llamó “La Cosechera”.  Y por esa época, el paisanaje la  conocía como la pulpería que estaba en la  punta de la Cuesta de Marcó, como se llamaba  ocasionalmente a la pendiente de la calle Defensa, que baja desde este extremo del Parque Lezama hasta la Avenida Martín García.
¿Desde cuándo se llamó “el Británico”? Nadie lo sabe. El lugar nunca tuvo una historia oficial como si la  tienen otros Bares Notables. En el caso del Café Tortoni o Hermanos Cao o El Gato Negro, sus dueños se encargaron de documentar su  tiempo. Pero “al Británico”  le faltó el  cronista que dejara testimonio y nadie se tomó el trabajo de recoger la historia oral, salvo en los últimos años. Pero todo indica que la pulpería “La Cosechera”  empezó a llamarse  “el bar de los británicos”, alrededor de 1925 a 1930.
Lo que hoy conocemos como Parque Lezama, no había sido parque, sino la residencia del hacendado Gregorio Lezama. Pero durante las  tres cuartas partes del  siglo XIX a ese predio de 8  hectáreas se lo conoció como “La Quinta del Inglés”. Porque desde 1808 hasta 1852, sus propietarios fueron un inglés (Daniel Mackinlay) y un norteamericano  (Carlos Ridgely Horne). Pero lo determinante para el  lugar fue que en la Avenida Patagones (actual Avenida Caseros) la empresa Ferrocarril del Sud construyó – hacia 1905 – los edificios para albergar a sus técnicos e ingenieros. Todos esos ingleses e irlandeses fueron a ocupar  sus horas de ocio a “La Cosechera”.  Tanto anglosajón circulando por el lugar, terminó por imponer la idea de que ese  el “Bar de  los británicos”.



¿Cuánto comenzaron las tertulias? Nadie lo sabe. Pero si conocemos a los instigadores de las tertulias. “Los Gallegos” se  convirtieron en los promotores  involuntarios de las tertulias. En la década del 1950 estos personajes eran  los camareros del bar, pero su dueño decidió venderlo y los tres empleados resolvieron  comprarle el fondo de comercio. Para poder pagarlo, exprimieron  al máximo el trabajo y el tiempo de apertura. Dividieron el día en tres turnos y se repartieron los horarios. José Trillo se ocupó de la  mañana, Pepe  Miñones fue por la tarde y Manolo Pose en  el  turno  noche. Desde entonces el bar permaneció abierto las 24 horas todos los días del año a excepción  del 25 y 31 de diciembre. El 24 y el 30 diciembre  estaba abierto hasta las  8 de la  noche.
Durante cinco décadas “el Británico” fue parada nocturna obligada de taxistas. Se jugaba a los naipes y los dados en sus mesas, pero sin dinero a la vista y se escondías los elementos cuando aparecía la  policía. Fue punto de encuentro para artistas,  bohemios e  intelectuales de todo tipo. Fue lugar de debates semanales programados como el Foro del Bar Británico, organizado por  el  actor y director teatral Juan Carlos Gené.  Fue lugar de lectura y charlas literarias y musicales por las tardes. Todos los personajes de la cultura  y sus seguidores pasaban por “el Británico”  en esos años. El poeta Baldomero   Fernández  Moreno, la poeta María Elena Walsh escribieron textos en donde se menciona este lugar que ellos mismos  eran habitué. El escritor Ernesto  Sábato escribió gran parte de su libro “Sobre Héroes y Tumbas”  en las mesas de lo que entonces se  llamaba Salón Familiar, el lado sur del  bar, con el ventanal  sobre la calle Brasil, desde donde se puede  mirar el Parque Lezama, el lugar donde comienza la novela y donde trascurren gran parte de los episodios. La lista es interminable de  músicos. Y en la historia reciente, la película más famosa filmada en  el bar es “Las cosas del querer”, dirigida por Jaime Chavarri y protagonizada por Ángela Molina y Manuel Bandera. Pero hay muchas más, como  así también cortos publicitarios.
Pero esas listas de personajes conocidos del mundo artístico y cultural, nada dicen de todos los tertulianos que le ponían calor y fragor al debate por  las tardes y sobre todo por las noches. En este bar,  había tanta concurrencia un miércoles  o jueves de madrugada como un  viernes  por la tarde o un sábado por  la  noche. Durante mucho tiempo fue un bar de “mesa llena”, donde no era fácil encontrar lugar. Pero siempre había silla  disponible. Porque si algo de característico tenían las tertulias y la gente del lugar, es que eran abiertas y la mayor parte de los participantes eran amigos o se conocían o se habían cruzado alguna vez en algún lugar. Por eso no era extraño ver que la gente s e pasara de una mesa a otro grupo,  que debatía otra cosa, y continuara su velada. En ese punto,  el  mundo social de “el Británico”  fue inigualable.
 Las tertulias de “el Británico” siempre fueron  abiertas, anárquicas, ocurrentes y generosas de ideas. Algunas de ellas terminaron  siendo parte de un hecho cultural o de una obra de arte. Esa era la característica principal, el sello que diferenció las reuniones de este lugar en comparación a otros bares. A “el Británico” se podía ir solo y terminar la tarde y la noche en medio de un tumulto que hablaba y opinaba superponiendo discursos. Estas tertulias llenaban  el bar de un murmullo ruidoso, que no se apagaba ni al amanecer.   

Fotos: sarmiento-cms / el jinete imaginario. 


lunes, 4 de noviembre de 2019

EL ÁRBOL DE LA BARRANCA.

No es de las especies más viejas,  pero domina el entorno como ninguno. Es la presencia determinante de la barranca del Parque Lezama. Un parque de ocho hectáreas, valorado por sus especies y uno de los pocos lugares que conserva el diseño original de Carlos Thays,  el gran transformador de los espacios públicos de la ciudad de Buenos Aires. El entramado del ramaje, la espesura de la copa y los colores definidos y diferenciados de su tronco y ramas, lo convierten en protagonista por derecho propio.


En plena pendiente de la barranca, impone su presencia. Una casualidad en el diseño paisajístico de estos días, lo ha dejado solo. El árbol entonces ha crecido a sus anchas. Tiene un porte majestuoso, de ramas grises, negruzcas y algunas machas color plata durante el invierno.  Un ramaje firme y sostenido, pega impulso hacia arriba en cualquier momento del año. En verano se carga con una  generosa copa  de hojas. Su volumen  domina todo el escenario y su gran ramaje, desplegado a pleno a unos tres metros del suelo, es una gran  bóveda que protege del sol a los visitantes.
Está ubicado a mitad de camino entre el Museo Histórico Nacional y la pradera del parque que empieza en el Paseo de los Olmos. Una línea de centenarios árboles que bordea el camino que va desde el Monumento a la Cordialidad Internacional (regalo de Uruguay por el centenario de la Independencia en 1910), sobre la Avenida Martín García, hasta la cima de la barranca que originalmente se llamó Punta de Doña Catalina y que  ahora no tiene nombre. Es solo un mirador en el extremo más alto de  la barranca, que luego cae a pique sobre la esquina de las avenidas Paseo Colón y Martín García.


Los espacios de un parque –de cualquiera del mundo – se valoran según su apariencia arbórea, su diseño, su historia y/o por la relación que se establece entre  los visitantes y habitantes cercanos. Esta barranca tiene una larga historia silenciada y un presente cargado de visitantes que  se citan bajo este árbol. Escenario bucólico el actual, con tertulias diversas durante la semana. Gente que estudia, gente que se ama, gente que se cuenta cosas , gente solitaria que arregla cuentas consigo mismo,  gente que solo observa el paisaje. Bajo la sombra de su copa,  suceden innumerables historias cotidianas. Pero en otro tiempo, este  lugar tuvo otros usos menos destacados.
En 1536, año de la primera fundación de Buenos Aires,  por Pedro de Mendoza, la barranca era solo el camino de paso entre el asentamiento,  ubicado en lo más alto de la meseta, y el Río de  la Plata. Mejor dicho, de los bañados que separaban este promontorio y la costa del río. Desde este lugar, la guardia militar divisaba perfectamente todo el horizonte en dirección sur y este. Pero ese primer asentamiento no prosperó, fue abandonado y 44 años después, Buenos Aires fue fundada de nuevo por Juan de Garay,  pero 2 kilómetros más al norte, donde hoy está la Plaza de Mayo. Todo este lugar, pasó a ser el extrarradio, el arrabal.
Buenos Aires fue un importante puerto negrero. Por aquí ingresaban todos los esclavos que luego eran rematados y enviados a las ciudades y haciendas del norte argentina y al Virreinato del Perú. Las principales fortunas de entonces (últimas dos décadas del 1700) se construyeron vendiendo negros esclavos y el contrabando. Por esta barranca que hoy domina este árbol, pasaron cientos de miles de negros  traídos de África. Aquí tuvo su asentamiento la Real Compañía de Filipinas. Fueron pocos años, pero no por eso menos tenebrosos.

En los primeros años del silo XIX, el Parque Lezama fue utilizado por asentamiento de tropas y almacén de pólvora y artillería. El espacio donde se ubicaron esas instalaciones, es donde hoy está el Museo. Tenían entrada por la actual calle Defensa, que por ese tiempo se la conocía como “Cuesta de Marcó”. La pendiente que hoy vemos despejada, debió ser sitio de entrenamiento.
En la primera década del 1800, comenzó la transformación del parque y de esta pendiente de la barranca. Por esos años, se instalaron en las zonas aledañas,  varias quintas que proveían de verduras y frutas frescas al mercado de la ciudad,  ubicada en los Altos de San Pedro y luego en la Recova de  la Plaza de Mayo. Muchos de esos pequeños agricultores eran ingleses e  irlandeses, inmigrantes que llegaron para criar ovejas y algunos de ellos (a los que no le fue tan bien) se convirtieron en quinteros. El más famoso de todos es un tal Brittain, en cuyo predio se empezaron  a cultivar las primeras  peras de agua en  la ciudad. Las llamó  Peras del Buen Cristina Williams”  y es la variedad que hoy encontramos en  las góndolas de los supermercados como Peras Williams.
La presencia en la zona de los Fair, Cope y Brittain, atrajo a otros británicos. En 1808 compró el predio un inglés llamado Daniel Mac Kinley. Un joven recién casado y recién llegado al Río de la Plata, que quiso emular alrededor de su casa un paisaje verde como su país natal. Los Mac Kinley hicieron una quinta y dejaron un gran espacio para parquizar.  Para los vecinos, estas tierras dejaron de ser “El Bajo de la Residencia” y pasaron a llamarse “La Quinta del Inglés”. Su propietario mantenía enarbolada todo el día la bandera británica en lo más alto de su casa”.  
El norteamericano Charles Ridgely Horne, fue propietario entre 1846 y 1867. Hombre vinculado a Juan Manuel de Rosas y el bando Federal, Horne tuvo importantes cargos relacionados con el comercio exterior, la Aduana y el Puerto de Buenos Aires. Su residencia fue lugar privilegiado de reuniones. Y el parque alrededor fue ganando en presencia y  diseño.
En 1867, Horne le vende su casa a Gregorio Lezama, un terrateniente de origen salteño que había logrado una gran fortuna en tierra y propiedades en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. Lezama es quien le da la verdadera identidad al  parque. La pendiente donde hoy está este árbol cobra sentido, en el diseño que Lezama piensa para el lugar. Coleccionista botánico, el nuevo propietario contrata a los mejores especialistas europeos en paisajismo. Lezama se propuso y logró hacer un enorme jardín botánico con numerosas esculturas de gran valor. Las pendientes de la barranca de la Punta de Doña Catalina dejaron de ser un lugar a medio camino entre la quinta y el jardín y pasaron a ser un recinto de especialidades botánicas de todo el mundo.  El arquitecto,  paisajista y urbanista francés Carlos Tahys,  a partir de 1894 se encargó de darle diseño definitivo: todos los senderos de la pendiente sureste, terminarían en el Paseo de los Olmos que, a su vez, marcaría la separación entre la barranca y la pradera, donde instaló un gran rosedal.  De esa época no queda rosedal  ni rosas y se han perdido infinidad de especies botánicas. Pero esa es otra historia más contemporánea de nuestros día, que la contaré en otra ocasión.

Fotos: sarmiento-cms / el jinete imaginario

martes, 22 de octubre de 2019

OTRO TIEMPO, OTRAS IDEAS, OTRAS PROPUESTAS


*/ No  soy artista ni pretendo serlo. No tengo formación  académica. Solo tengo información de tantos años de caminar museos, galería y colecciones de arte y fotografía.

*/ El collage como forma expresiva no es una elección. Es una imposición por mis carencias técnicas pictóricas. No lo lamento, porque lo que quiero hacer es esto que hago.

*/ No soy artista, así como tampoco me considero un escritor aunque escriba. Soy un periodista  y de eso he presumido toda  la vida. Estoy orgulloso de serlo.


Hace dos años publiqué  un post  en  que decía que debería invertir mi  tiempo en buscar otras expresiones desde  lo creativo, que pusiera mis manos en otros menesteres, además de mezclar palabras. Y hace un par de meses  lo volví a publicar, diciendo que lo debería haber hecho hace dos años. Total, un círculo de indefiniciones y  diletancias.  Al final y nadie sabe por qué,  se produce un efecto, que luego se  convierte en  idea y luego termina traducida en madera, papel, fibras, cartón, hilos y cuerdas.
No  soy artista ni pretendo serlo. No tengo formación  académica. Solo tengo información de tantos años de caminar museos, galería y colecciones de arte y fotografía. El collage como forma expresiva no es una elección. Es una imposición por mis carencias técnicas pictóricas. No lo lamento, porque lo que quiero hacer es esto que hago. Porque siempre que se emprende algo nuevo, lo más importante es hacer lo que se quiere. Eso da un impulso doble a los primeros pasos.
No soy artista, así como tampoco me considero un escritor aunque escriba. Soy un periodista  y de eso he presumido toda  la vida. Estoy orgulloso de serlo. Pero también he puesto a prueba otros recursos, que solo el tiempo y la comunicación (la bendita comunicación) con  la gente y su entorno,  dirán si tienen algún valor. En el caso del periodista es distinto. Porque sí sé que tengo valor y lo he demostrado muchas veces en 32 años de trabajo. Lo han reconocido también. Aunque en estos tiempos de desocupación feroz, nadie lo quiera reconocer. Y se aplique a raja tabla esa maldición profesional que dice: “En periodismo vales tanto como el éxito de tu última nota”.
El periodismo tiene la impronta de lo inmediato, temporal. Llamo al periodismo como una profesión en gerundio. Todo está sucediendo y nunca termina de suceder. Y el periodista está dentro de ese gerundio. Solo tiene que contarlo de la mejor manera posible. La  honestidad ante el  hecho, el compromiso con la gente a la que comunica, las técnicas descriptivas forman la primera argamasa del trabajo. Luego el perfeccionamiento del lenguaje y la precisión en la escritura termina por  modelar una forma de entender el oficio.
Ahora también sigo comunicando. Pero de otra forma. Los libros que saldrán y los collage, es otra forma de comunicar e interpelar a la sociedad en la que vivo. No abandonaré el periodismo aunque el  mercado y el sistema se empeñen en  ello, aunque los colegas ya no te registren, aunque la edad conspire contra el reconocimiento, el trabajo y  los ingresos personales.  Hare periodismo de otra forma. Saldré de las urgencias del  mercado, recuperaré la crónica (la crónica periodística tal como la entendía García Márquez) y no investigaré ni hare de James Bond o Sherlock Holmes en los asuntos políticos  y económicos. Solo  contaré la realidad de esta sociedad que – con mucha frecuencia – te rompe los ojos. Y las urgencias del sistema no tienen tiempo de decirlo.  
Mientras tanto, los trabajos como los que muestra la imagen serán la prioridad, ocuparán gran parte de mí tiempo. La producción es nueva. Todo es experimental en lo personal. En el camino surgirán nuevas cosas  que iré mostrando en este blog. También pondré la atención en la publicación de mis libros y – de ser  posible -  hacer una edición totalmente artesanal de cada uno de ellos. Es decir,  agregarle creatividad gráfica y de edición a la poesía. Veremos, andaremos, buscaremos y quizá encontremos. ¿Quiénes? Mi Entusiasmo y  yo.
***
Las imágenes son propias. 

sábado, 19 de octubre de 2019

VIBRACIONES DE VOCES EN LA HISTORIA


Tres imágenes nocturnas de un día laboral, tres miradas en la noche sobre este punto sensible de la arquitectura social de Argentina. La Plaza de Mayo.










La Plaza de Mayo siempre está llena de gente, aunque sea de noche y esté vacía. Este recinto que no alcanza a dos hectáreas, es el centro del sistema nervioso de los argentinos. Aquí han pasado muchas cosas. Y las voces de entonces siguen vibrando bajo luz de sus farolas antiguas. El silencio en esta plaza es denso, acogedor y cargado de memoria. La memoria de los argentinos. La  arquitectura  institucional de su entorno no convierte el espacio en ceremonial. Son las voces que se fueron, vuelven y se van en un agitado deambular por la historia. Mañana, desde el amanecer, todos esos ruidos, cantos, bailes, reclamos, protestas,  luchas, batallas, derrotas  y avances en el encuentro de la sociedad argentina, se irán para dejar  el lugar a la velocidad del nuevo día, de los nuevos  tiempos.




El espacio de los reclamos.

Al fondo, una imagen de lo que queda del Cabildo original de Buenos Aires. Frente  a  esos balcones de madera,  los argentinos de entonces hicieron sus primeros reclamos. El más famoso de todos,  es la movilización de vecinos el 22 de mayo de 1810 que dejó una frase para la historia; “El pueblo quiere saber de qué se trata”. Fue el pedido generalizado de quienes estaban esa mañana frente al Cabildo, donde se desarrollaba un Cabildo Abierto  para resolver el futuro gobierno de la colonia, ante la caída de la monarquía española  a manos de las tropas de Napoleón. Como se  sabe,  ese Cabildo Abierto fue el preámbulo de la Revolución de  Mayo tres días después, que marca el comienzo de la  vida independiente de Argentina.
Los líderes callejeros de ese día fueron Domingo French y Antonio Beruti y quienes estaban en la calle se los denominó “Chisperos”. Ambos vivían a pocas cuadras de esta plaza. Y los dos terminaron formado parte de los ejércitos de la independencia y posteriormente a la política. Se les atribuye  la creación de la escarapela nacional. Una distinción que repartían en la plaza los Chisperos  para identificar  a quienes estaban a favor de un gobierno independiente. La escarapela celeste y blanca  luego fue adoptada por Manuel Belgrano como parte del uniforme de sus tropas acantonadas en Rosario, el lugar donde creó la bandera nacional con los mismos colores.
Todo ese bullicio de entonces, marcó para siempre el destino de esta plaza. Todos los grandes movimientos sociales nacieron o tuvieron su bautismo de presentación en este rectángulo de 2 hectáreas, desde el peronismo hasta  el radicalismo. Pero antes, fue el lugar de concentración de anarquistas y socialistas en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, cuando peleaban por las ocho horas laborales, descanso semanal, aguinaldo y vacaciones. La plaza no solo albergó esos reclamos, sino que es el punto que marca la temperatura del humor nacional.



La Plaza de Mayo siempre fue un faro. 

Un faro o un mojón. Fue punto de encuentro, zona de litigios, área de reclamos, espacio de celebraciones, punto de felices saludos triunfales. La Plaza de Mayo es ese lugar extraño que de ser una gran explanada que separaba el fuerte del cabildo y albergaba el único mercado de la  ciudad (en tiempo de la colonia) a ser centro político, social y económico de Argentina. La  Plaza de Mayo es el nervio sensible del país, es el corazón de las decisiones. Es el faro de las emociones.
En la imagen,  una de las dos fuentes de agua de la plaza, las palmeras  yatay en penumbra y la Casa Rosada al fondo. Estas fuentes no son las originales. En tiempo de la colonia y primeros años tras la independencia, en el lugar que ocupan estaba la Recova. Un edificio que dividía la plaza por la mitad con una línea de cuarenta locales. La mitad de ellos mirando hacia el este y el resto al oeste. Era el mercado de la ciudad desde el año 1803.
En 1856, el pintor Prilidiano Pueyrredón  rediseñó el espacio y lo convirtió en un espacio verde con jardines, bancos y suelo de ladrillo y argamasa. Y en 1870 se instalaron las dos primeras fuentes. Esas  obras de la fundición  francesa Du Vall D´Osne están ahora en la esquina de la Avenida 9 de Julio y Córdoba.   Las actuales son más pequeñas y  seguramente  más funcionales para resistir las concentraciones masivas que este  lugar recibe casi todos los meses del año. Ya saben, Argentina es un país donde la palabra Crisis está a la orden del día.  

Imágenes El Jinete imaginario/César Manuel Sarmiento

En instagram: @eljineteimagianrio
En You Tube:  El Jinete Imaginario


jueves, 17 de octubre de 2019

PUNTOS DE FUGA EN PUERTO MADERO


Apuntes con historia de uno de los lugares más exclusivos de Buenos Aires



Fue la obra de ingeniería más importante de su tiempo. Apenas estuvo en funcionamiento unos pocos años. Como las ilusiones de los que llegaron. A comienzos del siglo XX Argentina sonaba en el mundo como “la tierra prometida”, algo que el tiempo se encargaría de contradecir. Pero a este puerto que funcionó entre 1889 y 1919, llegaron millones de personas con la esperanza de conseguir un futuro mejor para ellos y sus hijos. Este lugar no es hoy una zona  portuaria ni de estiba industrial. Es una zona elegante de la gastronomía de Buenos Aires. Pero al caer la noche, cuando se encienden las farolas de los muelles, se confunden las voces festivas de hoy con la melancolía de las voces pasadas que tuvieron aquí su primera (y tal única) alegría al llegar a Argentina, escapando de la pobreza y de la guerra.  
Puerto Madero tiene dos dársenas (norte y sur), 4 diques, 8 muelles, 16 depósitos de hierro y madera unos, de hormigón otros, pero todos recubiertos por ladrillos borravino,  dándoles una estética británica. Frente a cada depósito se instalaron dos  grúas Armstrong & Mitchell para las tareas de estiba de  los barcos que llegan al puerto de Buenos Aires. La dársena Norte fue reservada a los buques de pasajeros, que llegaban cargados de inmigrantes que llegaban con la ilusión de “hacer la América“. Hacia el  1900, la ciudad de Buenos Aires tenía más  inmigrantes que habitantes nativos.


En 1882 el gobierno del Presidente Julio Argentino Roca,  le encargó al comerciante de Buenos Aires, Eduardo Madero, que se encargara de diseñar y construir una nueva terminal, porque el antiguo y original puerto de La Boca del Riachuelo, no era adecuado a los nuevos tiempos y había colapsado por la llegada masiva de inmigrantes y por el aumento del comercio internacional de Argentina. Pero dice un refrán español que “las cosas de palacio van despacio”. Y vaya si se tomaron su tiempo, que el nuevo y primer gran puerto de la ciudad, se empezó a construir en 1887 y se inauguró en 1889 la primera parte y en 1890 la segunda.  
El puerto permanecía activo hasta 1919, cuando fue inaugurado el Puerto Nuevo, una obra de ingeniería sencilla pero eficaz, que aún hoy está en funcionamiento. Estuvo a cargo del Ingeniero Luis Huergo. Pero ya en 1909 había sido superada su capacidad para absorber el crecimiento económico de Argentina y el desarrollo tecnológico de los nuevos barcos con mayor porte.
En 1989, cien años después de su inauguración, se formó la Corporación Puerto Madero con participaciones iguales entre el gobierno nacional y municipal. Luego se incorporaría el capital privado, haciendo de esta corporación una entidad mixta para  el desarrollo urbanístico de la costa sur este de la ciudad de Buenos Aires.
En 1991 se aprobó el master plan para el desarrollo urbanístico de las 170 hectáreas que conforman hoy uno de los barrios más caros y exclusivos de la ciudad. El proyecto fue realizado “un equipo formado por los arquitectos Juan Manuel Borthagaray, Cristian Carnicer, Pablo Doval, Enrique García Espil, Mariana Leidemann, Carlos Marré, Rómulo Pérez, Antonio Tufaro y Eugenio Xaus. La realización de dicho plan significó la mayor obra de su tipo jamás realizada en Buenos Aires, con una inversión total por parte del Estado de cerca de 1000 millones de dólares”, según consigna la  enciclopedia Wikipedia.
Entre 1994 y 1996, el desarrollo urbanístico de la zona fue a toda velocidad. Los estudios de arquitectura competían en características de diseño y en modelos de restauración y acondicionamiento de los antiguos almacenes o dock del lado oeste de los muelles. Tras un freno obligado durante la crisis de la economía argentina entre 1998 y 2003, vuelve a tomar impulso. Y para el final de la primera década de este siglo, ya alcanza su configuración definitiva.


Puerto Madero es un lugar raro. Por su espacio, por  el silencio, el contacto con los pájaros durante el día, por la amplitud del cielo durante la noche. Aquí se recupera la visión en perspectiva. Los habitantes de la ciudad recuperan su relación con  el cielo y las estrellas en magnitud. Si uno se coloca en cualquier de los puentes del extremo norte o sur,  entonces una visión tan amplia de la ciudad como no podría ser en otro sitio.
Por la noche, la iluminación de los muelles y las difusas luces de los bares y restaurantes,  parecen puntos de gura de un dibujo imaginario.

Fotos El Jinete Imaginario

NOTA: Este trabajo se realizo con información de la enciclopedia Wikipedia. Aquí pueden consultar la página de referencia para ampliar detalles y precisiones. 

viernes, 19 de julio de 2019

LA PLAZA QUE NADIE SABE CÓMO SE LLAMA


Para los que la cruzan a diario es ¡Ahí…!  Frente a la Cancillería”. Pero para el catastro municipal es la Plaza San Martín. Este espacio verde, de abundante arbolado, con ejemplares añosos y copas tupidas de hasta cinco metros, es un lugar de privilegio para observar la arquitectura de Buenos Aires. Desde aquí, mirando hacia el lado sur, girando la mirada de izquierda a derecha, se observa el Palacio San Martín, el edificio Kavanagh, el Conjunto Monumental dedicado al Libertador  y el Palacio Paz.


 

Miles de personas circulan a diario por aquí. Y para todos es “ahí… frente a la Cancillería”. Es lo mismo recorrerla por cualquiera de las calles que la circundan. Tanto sea  la Av. Santa Fe o las calles Esmeralda o Arenales. Precisamente en el 761 de Arenales está la entrada principal del Palacio San Martín, sede principal de la Cancillería Argentina. La antigua residencia de la familia Anchorena, hoy está reservada  para actividades protocolares. La sede administrativa  del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, está en la esquina de Esmeralda y  Arenales. Por eso,  a esta plaza de la llama “¡Ahí…!  Frente a la Cancillería.
Pero la plaza tiene nombre. Es la Plaza San Martín. Precisamente donde está la estatua ecuestre   dedicada al Libertador General José de San Martín. La escultura forma parte de un conjunto monumental  llamado Monumento al General San Martín y a los Ejércitos de la Independencia. Una obra de primer orden del escultor francés Louis Joseph Daumas.
La plaza frente al Palacio Anchorena, también es la Plaza San Martín. Pero es el extremo norte, separado del resto por la apertura a la circulación vehicular de la calle Maipú. Pero estos detalles quedan para los estudiosos, los eruditos y los curiosos a tiempo parcial. Tampoco casi nadie sabe que el Palacio Anchorena es obra de uno de los arquitectos más importantes de la historia argentina, Alejandro Christophersen. Fue construido en 1905, cuando los beneficios de producir buenas carnes y granos para el antiguo Imperio Británico, dejaba buenos dividendos en las familias porteñas propietarias de la tierra.



La vista general  de la Plaza San Martín deja la sensación que el solar se compone solamente donde está el monumento. Ese lugar a donde van los visitantes ilustres a dejarle flores al libertador como gesto protocolar. En el otro extremo hay una barranca donde se toma sol en verano, se mira desde lejos la Torre de los Ingleses y se puede apreciar de lejos,  ese infierno de tránsito que es la terminal ferroviaria de Retiro. El mismo infierno donde gran cantidad de porteños se mueven a diario, pero que desde la barranca parece un lugar encantador.
Frente al Palacio San Martín, el espacio verde de abundante arbolado, con ejemplares añosos de tronco generoso y copas de abundante vegetación, con una altura de hasta cinco metros, es un lugar de paso para la mayoría de la gente. Solo unos pocos transeúntes utilizan sus bancos como lugar de descanso y disfrute del entorno arquitectónico de primer orden. Porque desde este extremo, se aprecia con toda claridad y detalle la fachada de estilo Beaux- Arst,  que el arquitecto Christophersen y Mercedes Castellanos de Anchorena, decidieron darle al Palacio Anchorena.
En dirección sur se observa el edificio Kavanagh. Por encima de los alerces, tipas y palo borracho que ocupan la  zona central de la plaza,  se ven los pisos altos de este edificio de 120 metros de altura, inaugurado en enero de 1936. Por varios años, fue el edifico más alto de Argentina y la estructura  de hormigón armado más grande de Sudamérica. Fue construido por el ingeniero Rodolfo Cervini que tardó dos años en terminarlo. En 1994, la Asociación Estadounidense de Ingeniería Civil lo distinguió como “hito histórico internacional de la ingeniería”, como detalle la enciclopedia Wikipedia.


 Desde esta misma perspectiva y a cierta distancia, se puede ver la magnitud del conjunto monumental dedicado al Libertador, con su explanada en  primer plano y el horizonte poblado de una arboleda generosa y tupida, impide  ver la fachada del edificio del Hotel Plaza (contiguo al Edificio Kavanagh) una obra del arquitecto alemán Alfred Zucker, inaugurado en 1909. Un capricho del empresario Ernesto Tornquist, para sumar un emprendimiento monumental a los festejos por el centenario de la Revolución de Mayo, en 1910.
A  la derecha de la visión sur, está el Palacio Paz. Girando unos pocos grados el ángulo de observación,  se puede ver su fachada principal. También conocido como Palacio Retiro fue,  en su tiempo,  fue la residencia más grande y lujosa de Buenos Aires. Fue propiedad de José C. Paz, el fundador del diario La Prensa, quien lo mandó construir en 1902. La obra demandó 12 años y Paz no llegó a verlo concluido porque murió dos años antes. En 1911 también falleció el arquitecto que hizo el diseño original, el arquitecto francés Louis-Marie Henri Sortais. El resultado de los trabajo finalizados por el arquitecto Carlos Agote, fue una mansión de 12.000 metros cuadrados, 140 habitaciones y diversos ambientes  entre los que se cuenta un jardín de invierno.  Hoy es la sede del Círculo Militar y además en su interior funciona el Museo del Ejército. Para quien  lo  observe desde la calle o desde esta “plaza sin nombre”, lo más destacado es  la herrería del portal principal. Uno de los más bellos trabajos en la materia, que pueda tener la arquitectura de Buenos Aires.
Esta plaza seccionada  del resto de la Plaza San Martín, tiene una explicación que solo se comprende por la cantidad de modificaciones que tuvo el diseño original dedicada al Libertador. Asentada  en los terrenos donde estuvo la única plaza de toros de la ciudad, sus dimensiones fueron variando  en esta zona que se conocía como “La meseta del Retiro”. Aquí también funcionó un polvorín de la milicia, fue asiento de diversos regimientos y se desarrollaron importantes acontecimientos durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Precisamente después de estas batallas, el Cabildo de Buenos Aires decidió nombrar al lugar como “Campo de la Gloria”. Finalmente fue el lugar de nacimiento y entrenamiento del  Regimiento de Granaderos, base del ejército libertador del general San Martín.
En 1860, diez años después de la muerte de San Martín, las autoridades consideraron pertinente dedicar un lugar al libertador. Entonces se convocó el primer concurso de ideas para el diseño de la plaza pública. Desde esa fecha a la actualidad, la plaza ha ido cambiando su aspecto y extensión según la iniciativa de  los gobiernos  de  turno de la ciudad. Los problemas de circulación, en una zona muy congestionada de tránsito, indujo a las autoridades a liberar ese tramo de la calle Maipú. Luego, por cuestiones de seguridad durante las ofrendas al libertador por parte de los visitantes ilustres al país, se la cerró parcialmente. Hoy, nuevamente está disponible a la circulación, razón por la cual, este extremo norte de la plaza, queda como un apartado. Aparece ante el ciudadano como un lugar sin nombre y que todos han calificado como “¡Ahí… Frente a la Cancillería”.
***
Esta crónica fue realizada con material informativo propio y la enciclopedia Wikipedia, como así también el portal Arcón de Buenos Aires. 
Fotos sarmiento.cms

viernes, 12 de julio de 2019

RIBERA DE LUCES


Cada noche, se encienden las luces de la ribera de la ciudad. No es un malecón al uso como el de tantas otras ciudades portuarias. La ribera de Buenos Aires está ocupada por el remanente del antiguo Puerto Madero. En el lado oeste de las dársenas de amarre, los viejos almacenes de los cuatro Docks que lo componen, fueron reciclados.  Y en el lado este, se construyó un barrio nuevo de gran despliegue arquitectónico. Cambió la fisonomía de la ciudad, pero los porteños siguen sin ver el río. En su lugar,  tienen una ribera de luces.


Pasaron casi 100 años para que este puerto denominado Madero encontrar su verdadera función e inserción en la ciudad de Buenos Aires. La obra empezó en abril de 1887 y se habilitó el complejo completo en marzo de 1898. Pero solo funcionó plenamente como puerto de viajeros y carga y descarga de mercancías, apenas 10 años. Quedó obsoleto en la primera década del siglo XX por la evolución y aumento del tamaño de los barcos de los servicios de ultramar. En 1919 fue reemplazado por el actual Puerto Nuevo, que había pensado el  ingeniero Huergo en 1880 y perdió la competencia del proyecto con Eduardo Madero.

Entre 1920 y comienzo de la década de 1990, los viejos almacenes de ladrillos rojizos diseñados por los ingenieros  ingleses Hawkshaw, Son & Hayter  y construidos por la firma alemana Wayss & Freytag  Ltd, alrededor de 1905, no cumplieron más función que la de ser auxiliares de algunas  dependencias del Estado, como el Correo Internacional o la Armada Argentina. Con el tiempo, muchos de ellos se fueron deteriorando en su estructura por la falta de uso y mantenimiento edilicio.  



Recién en 1994 comenzó la obra de remodelación de este sector de la ciudad, que impedía el acceso directo de los porteños a la ribera del Río de la Plata. En el siglo transcurrido desde su inauguración, el sitio solo fue acumulando vagones ferroviarios en desuso en las vías muertas de actividad. Dice  la enciclopedia Wikipedia:

El gobierno de la ciudad inició, con el asesoramiento del ayuntamiento de Barcelona, los estudios del plan de reciclaje, convocándose en 1991 un concurso nacional de ideas, de donde surgió el "master plan" (plan maestro) para el nuevo barrio, del cual surgieron dos ganadores cuyas propuestas se fusionaron posteriormente, por lo cual el plan urbano del nuevo barrio fue obra de un equipo formado por los arquitectos Juan Manuel Borthagaray, Cristian Carnicer, Pablo Doval, Enrique García Espil, Mariana Leidemann, Carlos Marré, Rómulo Pérez, Antonio Tufaro y Eugenio Xaus. La realización de dicho plan significó la mayor obra de su tipo jamás realizada en Buenos Aires, con una inversión total por parte del Estado de cerca de 1000 millones de dólares.



El desarrollo pleno del actual Puerto Madero,  no alcanzó su desarrollo pleno hasta el año 2006 y 2007. Pero la inversión realizada hacia el final del siglo XX, tuvo una proyección geométrica  en desarrollo arquitectónico, diseño de nuevos espacios de entretenimiento y esparcimiento, la  gastronomía y actividades deportivas.

A diferencia  de la gran obra portuaria de finales del siglo XIX,  este desarrollo urbanístico no para de crecer. Las sucesivas crisis  económicas argentinas parece n no afectar la inversión en esta parte de la ciudad. Bien es cierto, que aquí se concentra gran parte de las sedes de los principales inversores en  el país. El sector residencial es el más caro de Buenos Aires. Un informe del mes de enero pasado de la empresa Reporte Inmobiliario, indica que el precio promedio del metro cuadrado residencial es de 8.012 u$s.  Una cifra superior a la que se registra en Punta del Este, el exclusivo balneario uruguayo.





Pero si bien los residentes pertenecen a sectores sociales argentinos de altos ingresos, todo el paseo que rodea los cuatro diques es concurrido durante la semana por empleados de grandes corporaciones que tiene su sede en este barrio. Durante los fines de semana, es un paseo turístico obligado para los visitantes de  Buenos Aires y zona de relajación para porteños de todos los estratos sociales. Miles de personas utilizan los restaurantes del lugar. Y por las noches, es sitio obligado para una cena o encuentro lejos de los ruidos de la ciudad.

Por las noches,  Puerto Madero tiene  otra imagen, cambia el escenario para el visitante. Y en todo el recorrido, desde la Dársena Sur hasta la Avenida Córdoba, es una sucesión de luces. En cada una de ellas, hay una historia.
***
Fotos: sarmiento-cms
..................................................................

Pueden consultar más información en