Formaron un tándem que dejó varias trabajos en el catálogo de las obras necesarias para cualquier persona. La Vuelta al día en ochenta mundos, Último Round, Silvalandia, son algunas de ellas. En la parodia del combate que muestran las fotos, se representa una relación fluida y entrañable. Fueron sacadas en Saignon, un pequeño pueblo en el que ocurrieron muchas más cosas que este “combate del siglo”.
Ellos lo bautizaron “El
Combate del Siglo” y tuvo lugar en el verano de 1972 en Saignon, en los
alrededores de la casa de Julio Cortázar. Es casi seguro que recibió ese nombre
por la pelea Dempsey-Firpo de 1923 – en Nueva York – que la prensa mundial
bautizó con ese nombre. Y al final la parodia quedó temporalmente en el medio
de otro “combate del siglo”, el que protagonizaron Carlos Monzón-José
“Mantequilla” Nápoles en 1974, en Puteaux, cerca de París. Se sabe, que ambos
combates, fueron de máxima atención para Cortázar, al que le gustaba el boxeo.
Este combate de “los
Julio” no tiene nada de épico en el mundo del boxeo y el lugar, incluso, es un
pequeño pueblo de la región francesa de Provenza-Alpes-Costa Azul. Saignon
tiene hoy apenas 1.058 habitantes y para la época de la foto apenas llegaba a
600. El escenario, el paisaje que
muestran las fotos, no es un parque, un patio o un espacio privado; simplemente
es el campo abierto que quedaba a las puertas de la casa, que Julio Cortázar
solía utilizar para retirarse a escribir cuando no estaba en París o de viaje.
Saignon está a 63 km al norte de Marsella en una zona de serranías de no más de
500 metros sobre el nivel del mar.
Sobre este lugar, hay una
buena descripción de Alain Sicard, catedrático de la Universidad de Poitiers, primer director del Centro de Investigaciones Latino Americanas (CRLA) y
el fundador del Fondo Julio Cortázar de ese centro perteneciente a la universidad.
“Creo
que todavía no había comprado la casa de Saignon –que para que ustedes sepan es
un pueblito al lado de Apt, en las montañas del Luberon–, una hermosísima
región detrás de Aix en Provence. Una región muy cotizada, de reunión de “les
BoBos” parisinos”.
“Les BoBos” a los que se refiere Sicard en la entrevista que le
hicieron en marzo de 2008, Chiara Bolognese, Sylvie Colla y Susana Gómez, son
los “burgueses bohemios” parisinos que se caracterizan por tener un estilo de
vida particular, formar parte de la clase media francesa en la que se
encuentran la mayoría de intelectuales y artistas de la ciudad.
Luego prosigue con su
descripción de ese entorno. “En aquella
época veraneaban allí muchos argentinos y Saúl
(Yurkievich) iba todos los veranos. En otra casa vecina
estaba el gran pintor argentino Luis Tomassello y un poco más lejos, Jacques
Leenhardt, luego fue Juan José Saer. Más adelante Cortázar compró una casa ahí,
cuando estaba casado con Ugné Karvelis. Por entonces Saúl había alquilado una
casa con jardín; yo estaba de paso y me dijo que si quería conocer a Cortázar
fuera esa noche porque hacía un asado. Da la casualidad de que ese asado es
tema del cuento “Silvia”, incluido
en Último Round”.
Este era un lugar que
usaban con frecuencia Julio Cortázar y Julio Silva, el menos conocido de “los
Julio”, a pesar que Cortázar haya hecho una buena descripción de Silva en “Un Julio habla del otro Julio”, un texto también incluido
en “Último
Round”. Sobre ese tiempo y la relación entre “los Julio”, dice Sicard en el
reportaje mencionado:
“En
la foto está Ugné, no voy a entrar en la historia de las viudas de Cortázar, de
las mujeres. Éramos jóvenes en la época; son días felices en las colinas del
Luberon, íbamos por la mañana al mercado de Apt, un lindo mercado de Provenza,
extraordinario de colores, e íbamos a hacer compras… son lugares que merece la
pena ver. Cuando decidieron el divorcio con Ugné, que fue bastante difícil,
ella le hizo vender la casa. Fue un desastre para Julio porque se sentía muy
bien en esa casa. Si ustedes leen las últimas páginas de La vuelta al día en ochenta mundos, verán que es una evocación de un
día en Saignon. Julio Silva es el que queda de ese grupo, aparte de Claudette (esposa
de Sicard) y yo. Pero Julio sigue muy
fiel al recuerdo de Cortázar, lo veo muy a menudo. Es un hombre puro también
Julio”.
![]() |
De izquierda a derecha: Alian Sicard, Julio Silva
(de pie), Ugné Karvelis, Cortázar, Saúl Yurkevich, Gladys Anchieri (primera organizadora del Fondo Julio Cortázar) y Claudette (esposa
de Sicard)
|
Sobre las fotos a las
que se refiere Sicard dice: “Estas fotos
se hicieron precisamente en Saignon, donde encontré por primera vez a Julio. No
sé si en aquel verano o el siguiente, pero fue posterior a los episodios que
les comentaba antes. Están Saúl, Gladys… son años después del 74, 75. Aquí
estamos comiendo un plato que yo había importado desde las orillas del
Atlántico de Poitou Charente, el eclade”.
En el relato Un Julio habla del otro Julio, Cortázar
hace estos comentarios en relación a Julio Silva.
“Aquí
hay un Julio que nos mira desde un daguerrotipo, me temo que algo socarronamente,
un Julio que escribe y pasa en limpio papeles y papeles, y un Julio que con
todo eso organiza cada página armado de una paciencia que no le impide de
cuando en cuando un rotundo carajo dirigido a su tocayo más inmediato o al
scotch tape que se le ha enroscado en un dedo con esa vehemente necesidad que
parece tener el scotch tape de demostrar su eficacia”.
"El
mayor de los Julios guarda silencio, los otros dos trabajan, discuten y cada
tanto comen un asadito y fuman Gitanes. Se conocen tan bien, se han habituado
tanto a ser Julio, a levantar al mismo tiempo la cabeza cuando alguien dice su
nombre, que de golpe hay uno de ellos que se sobresalta porque se ha dado
cuenta de que el libro avanza y que no ha dicho nada del otro, de ése que
recibe los papeles, los mira primero como si fuesen objetos exclusivamente mensurables,
pegables y diagramables, y después cuando se queda solo empieza a leerlos y
cada tanto, muchos días después, entre dos cigarrillos, dice una frase o deja
caer una alusión para que este Julio lápiz sepa que también él conoce el libro
desde adentro y que le gusta”.
Luego relata cómo fue
la primera vez que se encontraron.
"Por eso este Julio lápiz siente ahora que tiene que decir algo sobre Julio Silva,
y lo mejor será contar por ejemplo cómo llegó de Buenos Aires a París en el 55
y unos meses después vino a mi casa y pasó una noche hablándome de poesía
francesa con frecuentes referencias a una tal Sara que siempre decía cosas muy
sutiles aunque un tanto sibilinas. Yo no tenía tanta confianza con él en ese
tiempo como para averiguar la identidad de esa musa misteriosa que lo guiaba
por el surrealismo, hasta que casi al final me di cuenta de que se trataba de
Tzara pronunciado como pronunciará siempre, por suerte, este cronopio que poco
necesita de la buena pronunciación para darnos un idioma tan rico como el suyo.
Nos hicimos muy amigos, a lo mejor gracias a Sara, y Julio empezó a exponer sus
pinturas en París y a inquietarnos con dibujos donde una fauna en perpetua
metamorfosis amenaza un poco burlonamente con descolgarse en nuestro
living-room y ahí te quiero ver”.
Julio Cortázar define
ese tiempo con una frase: “En esos años
pasaron cosas increíbles”.
En el plano de lo no
creíble era el proyecto que manejaba “en esos años”. Era no creíble para los
editores y mucho menos creíble para los críticos. Aunque nunca se llevó
demasiado bien con esos gremios, “en esos años” estaba especialmente crítico
con ellos. Lo prueba la respuesta que le da al periodista González Bermejo (entrevista
para la agencia Prensa Latina) cuando le pregunta por los géneros literarios.
"Está
bien que haya usado la palabra ‘género’ porque se la voy a demoler. Me da la
impresión que hoy hablamos de ‘novelas’ por razones de método, justamente por
ese racionalismo occidental. Pero en realidad los productos, los libros que
estamos leyendo tienen ya una gran plasticidad, una abertura muy grande en
todas direcciones. Hay novelas que son poemas, hay poemas que son novelas; hay
novelas que son collages”.
Existe una carta escrita
desde Saignon, fechada el 30 de julio de 1966 y dirigida a su amiga Graciela de
Sola, en la que define algo de su proyecto. “Irritará
a los famas y encantará a algunos cronopios”, dice. Y luego explica que La Vuelta al día en ochenta
mundos, “será una especie de
almanaque o de baúl de sastre, pero prefiero el primer término porque no les
tengo simpatía a los sastres y en cambio toda mi infancia estuvo iluminada por
El almanaque del mensajero, del que quizá quede algún ejemplar en su casa (hay
que mirar en los muebles viejos, en los sótanos)”.
Usa la palabra “almanaque”
pero él ya sabe que su trabajo será una especie de libro collage. Incluso el
subtítulo que tuvo originalmente fue collage. Y en medio de esa búsqueda,
aparece la necesidad de encontrar un compañero de trabajo. Es en ese momento
donde Cortázar incorpora a Julio Silva en su propuesta y se lo dice así en una
carta: “Estoy metido hasta las rodillas,
que ya es algo en mí, dadas mis dimensiones, en un libro divertidísimo que le
he prometido a Orfila para su nueva editorial y que responderá al título de La
vuelta al día en ochenta mundos y al subtítulo de Collage”.
En otra carta dirigida
a Silva, fechada el 23 de agosto de 1966, Cortázar le explica claramente en qué
consiste su propuesta y que pretende con su colaboración: “Trabajo mucho en La vuelta
al día en ochenta mundos que así se
llamará el libro-collage que saldrá en México el año que viene. Nada me haría
más feliz que contar con tu consejo para la diagramación de este libro que será
una especie de almanaque de textos cortos y muy diversos, un libro para
cronopios […] Me gustaría un libro con mucho viento adentro, blancos por todos
lados, viñetas entre texto y texto, dibujitos raros en los márgenes y otras
astucias sílvicas y cortazarianas”
El texto de la carta es
el comienzo de un sistema de trabajo y colaboración que Cortázar lo describe
con claridad en el relato Un Julio habla
del otro Julio.
“Creo
que el trabajo con Cortázar fue un encuentro, una necesidad y una diversión
haciendo algo con una idea precisa; esos pequeños textos son muy importantes
porque a veces son la base de una historia que se despliega después; como un
pintor que primero hace un croquis y después lo despliega en un cuadro. Todo
escritor guarda textos sueltos, siempre hay un cajón de sastre. Esos textos
constituyen la base de esos dos libros”.
Así define Julio Silva
el inicio de los trabajos con Cortázar. Es un testimonio que recogió Marisol
Luna Chávez, el 23 de mayo de 2006, en la casa estudio que Silva tiene en el barrio
de Montparnasse, París, sobre el Boulevard Brune. Los dos libros que menciona
son La vuelta al día en ochenta mundos
y Último Round. Este testimonio bien
puede ser la continuación o contestación a la carta que Julio Cortázar le
escribió en agosto del ’66.
Cuando Cortázar le
escribe diciendo: “Estoy metido hasta las
rodillas (…) en un libro divertidísimo”, Silva ya sabe de qué se tratan las
dificultades a las que se refiere. Le comenta
a Luna Chávez que Cortázar “se
quejaba de las cosas que se imprimían, primero la técnica de impresión era
mala, luego el aspecto estético. Y empezamos a trabajar, a cambiar la
presentación”. Luego agrega que “para
hacer una edición tienes que seleccionar el papel, cuidar la tipografía,
estructurarla. Un libro es una cosa que te tiene que dar ganas de leerlo. Así
comenzó la aventura con Orfila Reynal en Siglo XXI Editores, con La vuelta al día en ochenta mundos. Luego vino Último Round, que pudimos
imprimir en Italia donde estaba más avanzada la tecnología, y la calidad del
papel nos permitía imprimir fotos”.
En el relato Un Julio habla del otro Julio, Cortázar
sintetiza una forma de trabajo que – en este caso – Silva amplia con detalles
menos literarios pero más precisos en la gestación de las dos obras
mencionadas. “Julio me traía los textos
poco a poco. Entonces buscábamos las imágenes; abríamos un libro, una revista,
toda la diversidad de materiales impresos a nuestro alcance y las
encontrábamos. Algunas eran inusitadas, desconocidas, otras, como la foto de
Julio Verne no. La imagen abría la puerta para el texto, tenía el lado
analógico. A veces, también con la imagen había que contradecir el texto”. Y
luego agrega: “Como en un collage. Te das
cuenta que es como recortar la cabeza y los pies, y quien tiene imaginación con
la cola, pegás una imagen ordinaria y se
convierte en extraordinaria, y hace que en el texto haya una antinomia”.
Pero si en Saignon o en
París, en plena gestación de las ediciones, el trabajo pudo ser más o menos así
como lo describen ellos, lo peor era cuando se trataba de corregir las
ediciones en una época donde internet no existía y la comunicación on line ni siquiera entraba en las
utopías. Sobre esto Julio Silva le comenta a Luna Chávez: “En la época corregir era un dilema, ahora te mandan la información por
internet y podés corregir en tu casa. Eran kilos de papel, el correo en esa
época era caro. Cortázar escribió hasta en el borde de las páginas y en papel
transparente para que costara lo mínimo mandar un correo y éste tardaba quince
días o un mes para llegar. Ahora escribís y dos segundos después está en tu
computadora, corregís las pruebas y las mandás; el sistema cambió”.
Tal como lo explica
Alain Sicard, Julio Silva es uno de los pocos que queda de aquella época de
Saignon y tiene una relación de agradecimiento con el recuerdo de su amistad
con Cortázar. Dice: “Manteníamos el
contacto, lo podés ver en las cartas, había como un juego. A él le gustaban
esas cosas. A mí me tocó esa suerte. Yo hice lo necesario. Fui a visitarlo con
un pretexto cualquiera, porque en 1955 Cortázar no estaba tan solicitado como
en los últimos años de su vida. Él era un solitario y con la gente que se le
acercaba era muy amable. Fueron otros caminos. El caso aquí es que nos fuimos
acercando, poco a poco, me dio a leer la versión original de Rayuela y yo me
quedé como si te dan una bomba y no sabés cómo desarmarla”.
Volviendo al comentario
de Cortázar sobre que “en esos años pasaron cosas increíbles”, hay que agregar
que pasaron desde lo sencillo, austero y creativo. El espíritu festivo de esos
años y de ese lugar, quedan en evidencia en una correspondencia que le envía a
Alejandra Pizarnik, desde París, el 14 de julio de 1965. Dice sobre su casa de
Saignon:
“Desde luego no tengo nada para mandar, como
no sea la cuenta del albañil que nos agregó una pieza a la casita de Saigón y
que nos dejó tecleando por varios meses, el muy artesano. Si me pagan esa
cuenta, se las dejo publicar; tiene unas faltas de ortografía muy decorativas,
y en cierto modo es un acto letrista. La mejor parte es donde dice:
Sf. S.V.P., à raison de… 45, 67 fr., à valoirsur ch.p.,
soustrait de 54,25 fr. pour
des imp. colmatés… 456,27 fr.
Hacía mucho que no leía un poema tan ceñido. Ni tan
caro”.
Y para terminar, porque
todo reportaje debe terminar, el final viene dado por este texto de Cortázar sacado
de Uno de tantos días en Saignon,
del libro Último Round:
"Y
así termino de bajar el sendero tarareando una canción criolla que cantaban
Gardel y Razzano y que de niño me llenaba de una tristeza sin nombre: Ya mis perros se murieron y mi rancho quedó
solo. Falta que me muera yo para que se acabe todo."
Pero no fue así. El
escritor no fue profético y el mundo que construyó con su literatura tiene
nuevas dimensiones. Mientras tanto Julio Silva sigue insistiendo con sus
dibujos, “esa fauna en permanente metamorfosis”, tal como la describió Julio Cortázar
en Un Julio habla del otro Julio.
Fuentes
Entrevista de Ernesto González Bermejo
para Prensa Latina: “Julio Cortázar: una apuesta a lo imposible”. http://www.mshs.univ-poitiers.fr/crla/contenidos/Cortazar/recherche.php?Id=30
· Entrevista a Alain Sicard. Conversación
en torno al Fondo Julio Cortázar.
·
“Papeles, trazos y testimonios”. Marisol
Luna Chávez. http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/5108/5108/pdfs/51luna.pdf
·
Carta de Julio Cortázar a Alejandra
Pizarnik. http://alejandrapizarnik.blogspot.com.ar/2010/04/carta-de-julio-cortazar-alejandra.html
·
Fronterad revista digital http://www.fronterad.com/?q=julio-cortazar-y-paris-%E2%80%98ultimo-round%E2%80%99-pasaje-al-centro-mandala
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