miércoles, 14 de noviembre de 2018

PLAZA DE MAYO. EL CENTRO DE LA HISTORIA


La plaza es siempre el corazón de un pueblo o ciudad. Hay plazas muy famosas en todo el mundo por razones específicas. La mayoría de ellas está asociada a un acontecimiento histórico o un hecho político o cultural o artístico. Por ejemplo la Piazza de San Marcos (Venecia) la Plaza de Tlatelolco (Ciudad de México) la Place de la Concorde (París) o Trafalgar Square (Londres). Y esa gran galería de sitio memorables, también hay un lugar para la Plaza de Mayo de Buenos Aires. Para los argentinos no es una plaza, es el centro de la historia, de su historia como país.



En septiembre de 2006 se estrenó  en la plaza la instalación artístico sonora  Mayo, Los Sonidos de la Plaza (1945-2001). Fue un trabajo de musicólogo y periodista Martín Luitt que definió su trabajo como “una inmersión sonora en la historia”. De más está decir que la presentación ese 10 de septiembre fue todo un éxito. Los porteños acudieron en  número como para llenar el recinto y escuchar  los sonidos del 17 de octubre de 1945 o los murmullos al principio y los cánticos después de las rondas de los jueves de las Madres de Plaza de Mayo o el discurso de Alfonsin desde el Cabildo en el estreno de la nueva democracia.
Aquella propuesta sonora solo era posible porque la plaza es algo más que un recinto de encuentros de la sociedad porteña. La Plaza de Mayo es la caja de resonancia para lo bueno y para lo malo de todo lo que ocurra en la sociedad argentina. Los límites emocionales de la plaza son las  fronteras de Argentina. Los límites físicos son apenas dos manzanas delimitadas por las calles Rivadavia, Balcarce, Hipólito Irigoyen y Bolívar. Un lugar ubicado en el extremo Este de la ciudad pegado al Río de la Plata en sus orígenes, aunque ahora el río ha quedado bastante lejos por la constante expansión de la ciudad sobre la costa.



La plaza es el sitio donde Juan de Garay puso el famoso tronco que simbolizaba la justicia, para dejar fundada por segunda vez la ciudad. Fue el 11 de junio de 1580, cuarenta y cuatro años después de la primera fundación de Pedro de Mendoza en febrero de 1536. Esta fue en las barrancas del actual Parque Lezama. Pero Garay prefirió los bajos de esta zona de la costa. A partir de ahí, trazó las mensuras que establecerían las titularidad de las tierras repartidas entre el casi centenar de hombres que lo acompañaron desde Asunción del Paraguay.



El 25 de mayo de 1941, ciento treinta y un años después del primer gobierno patrio argentino,  la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, colocó una plaza de bronce al pie de la Pirámide de Mayo (realizada por el escultor Manuel F. Vilaboa) con un texto que refleja fielmente la historia del lugar:
“En esta Plaza Histórica el fundador Juan de Garay plantó el símbolo de la justicia el 11 de junio de 1580. La Plaza Mayor fue desde entonces el centro de la vida ciudadana donde el pueblo celebró sus actos más solemnes como sus fiestas y expansiones colectivas. La Reconquista y la Defensa de la ciudad culminaron en la Plaza Mayor que se denominó Plaza de la Victoria. En 1810 fue el glorioso escenario de la Revolución de Mayo y en 1811 levantose en ella la Pirámide conmemorativa de la fecha patria: hechos trascendentales de la Historia Argentina se sucedieron en la Plaza de la Victoria. Aquí el pueblo de Buenos Aires juró la Independencia de la patria el 13 de septiembre de 1816 y la Constitución Nacional el 21 de octubre de 1860. El edificio de la Recova Vieja, demolida en 1884 fue un rasgo característico en los tiempos de la Independencia y de la Organización Nacional”.
La Plaza de la Victoria a la que se refiere el texto era el actual sector oeste de la plaza, del lado del Cabildo y culminaba en la Recova Vieja que no era otra cosa que un gran mercado de frutos del país, donde se aprovisionaba el pueblo de la pequeña ciudad que era entonces Buenos Aires. Al otro lado, del lado Este, en dirección al río, estaba la Plaza del Fuerte, cuya muralla este daba directamente sobre el agua. El espacio que ocupaba ese fuerte   es donde está la actual Casa Rosada, como comúnmente se conoce a la Casa de Gobierno, sede de la Presidencia de la Nación. La Plaza de la Victoria era denominada Plaza Mayor durante la época virreinal y al demolerse la Recova Vieja pasó a denominarse Plaza de Mayo en honor al 25 de Mayo, fecha del primer gobierno argentino y que dará lugar al comienzo de un largo proceso que culminará con la Declaración de la Independencia en 1816.



La vida del lugar hoy tiene muy poco que ver con sus orígenes. Es un lugar de trasiego intenso desde las primeras horas del día, incluso un poco antes que aparezca el sol sobre la costa del río. Alrededor se sitúan la Catedral metropolitana, El Cabildo antiguo, la sede central del Banco de la Nación Argentina, la Casa Rosada, el Ministerio de Hacienda y Economía, las oficinas centrales del principal organismo impositivo del país, la AFIP, además de otros edificios de bancos y aseguradoras. La plaza también es el eje del principal centro económico y financiera del país, conocido como La City Porteña. Todo esto explica por sí solo,  la gran cantidad de personas que circulan por ella a lo largo del día. Además de los turistas que,  por cierto, no son pocos.

Galería de imágenes en Flickr en los  álbumes  Plaza deMayo – Amanecer (I) y Plaza de Mayo – Amanecer (II)

NOTA: para una información más pormenorizada, sugiero consultar estos enlaces de Wikipedia y Arcón de Buenos Aires

miércoles, 17 de octubre de 2018

MURALES A LA CARTA


Cuando en 1812 Juan Bautista de Elorriaga construyó esta casa de dos plantas a cien metros de la Plaza de Mayo de Buenos Aires, no pensó que, dos siglos después, sus paredes se iban a convertir en el “lienzo” propicio para artistas especializados en el arte callejero o el Street Art. La esquina de la calles Defensa y Alsina ha tomado por estos días el color de los lugares sorpresa. En períodos variables, las paredes de lo que se conoce como Altos de Elorriaga muestran  diferentes expresiones del arte mural que crece en forma sostenida desde hace unos años en la ciudad.  Hoy  la casa forma parte del acervo turístico de la ciudad. Es la casa más antigua que se encuentra en pie y además se puede recorrer en visitas concertadas con la Oficina de Turismo porteño.  




La casa ha sobrevivido a pesar de todo, como la mayor parte del patrimonio cultural de Buenos Aires. En la primera década de este siglo su estado era verdaderamente ruinoso, a punto de derrumbarse. En final de la década de 1980 fueron sus últimos años de actividad comercial en  la planta baja. La parte alta de la vivienda estaba fuera de uso desde mucho tiempo antes. Y hasta 1950 se puede decir que mantenía cierta prestancia. Luego fue subocupada o mal ocupada por comerciantes eventuales que nada hicieron por sostener una edificación de mucho riesgo como es esta.
Poca información hay sobre la casa y alguna especulación respecto del arquitecto que la construyó. Se piensa que fue Saturnino Segurola, hermano de Leocadia Segurola,  esposa de Elorriaga. Una calle de Buenos Aires lleva el nombre de este sacerdote que fue director de la Biblioteca Nacional e impulsor de la vacunación antivariólica. Se afirma que la construcción se completó  en 1820 y Elorriaga vivió unos pocos años más, quedando la propiedad en manos de los Segurola.



Desde 1970 forma parte del patrimonio del Museo de la Ciudad, cuya sede principal están en la acera de enfrente en la misma esquina. Es un conjunto de edificios formado por la Casa de los Altos de la Estrella (construida en 1894) y la Casa de los Querubines (construida en 1895).
La esquina tuvo muchos usos, sobre todo en el aspecto comercial, pero nunca fue el centro de atracción por alguna manifestación cultural y mucho menos artística. La aparición de estas expresiones en sus paredes empieza a sentirse como algo natural entre los miles de trabajadores que circulan por la zona, especialmente a los funcionarios del máximo organismo impositivo argentino (AFIP) desde cuyas ventanas se ven toda la casa y sus murales renovables.



Las expresiones de arte callejero en este caso, reafirman la expansión de estas manifestaciones en la ciudad, que vienen creciendo de manera sostenida en producciones de alta calidad. Todo esto contribuye a reafirmar el crecimiento del muralismo argentino, cuyos orígenes se encuentran un siglo atrás con las obras de Jorge E. Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Fernado Fader, Benito Quinquela Martín o Ricardo Carpani, entre otros.
Sobre el muralismo en la ciudad de Buenos Aires pueden consultar las notas de este mismo blog:
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También pueden ver en Flickr  otras producciones fotográficas de murales de Buenos Aires. 

// Muralismo en Buenos Aires 

// Educación o Esclavitud

// Ilusiones entre sueños

// Calle Lanín. Arte y Vida Cotidiana 

martes, 11 de septiembre de 2018

ESENCIA Y MISIÓN DEL MAESTRO


Hoy es el Día del Maestro en Argentina, país cuyos gobiernos se esmeran en destruir la educación pública con diversos métodos. Hoy habrá muchas expresiones de denuncia. Pero también creo que es un buen momento para reproducir ese artículo de Julio Cortazar, sobre el oficio de enseñar. Es una mirada hacia adentro, hacia las formas de posicionarse ante la enseñanza. “Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño”, dice. Lo que sigue es el texto completo de ese artículo publicado en la Revista Argentina,  el 20 de octubre de 1939.


Julio Cortazar recién llegado a Mendoza en 1944, donde enseñó literatura francesa



Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que ya casi es presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de Escuela Normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue. Y que la lectura de estas líneas –que no tiene la menor intención de consejo- podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener.

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro tiende hasta la inteligencia, hacia el espíritu y finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, y he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal, permitir que el niño intuya la belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña –yo diría mejor: del que construye descubriéndose pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar «un maestro correcto». Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina.

Julio Cortazar con sus primeros alumnos. Probablemente en Bolivar o Chivilcoy (Pcia de Buenos Aires)



Algún maestro así habremos tenido todos nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina.

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a ser educadores. Y la pregunta surge, entonces, imperativa: ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia al progreso.
¿Puede contestarse la pregunta? ¿Es que acaso tiene respuesta?

Yo poseo mi respuesta, relativa y acaso errada. Que juzgue quien me lee. Yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre lo animal. El vocablo «cultura» ha sufrido como tantos otros, un largo malentendido. Culto era quien había cumplido una carrera, el que había leído mucho; culto era el hombre que sabía idiomas y citaba a Tácito; culto era el profesor que desarrollaba el programa con abundante bibliografía auxiliar. Ser culto era –y es, para muchos- llevar en suma un prolijo archivo y recordar muchos nombres...

Pero la cultura es eso y mucho más. El hombre –tendencias filosóficas actuales, novísimas, lo afirman a través del genio de Martín Heidegger- no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso. El hombre es un compuesto; de la armonía de sus posibilidades surge la perfección. Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o de un niño. Y aún no he logrado precisar qué debe entenderse por cultura; los ejemplos resultan inútiles. Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de la cultura: la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad.
Así tiene que ser el maestro.

Y ahora, esta pregunta dirigida a la conciencia moral de los que se hallan comprendidos en ella: ¿Bastaron cuatro años de Escuela Normal para hacer del maestro un hombre culto?
No; ello es evidente. Esos cuatro años han servido para integrar parte de lo que yo denominé más arriba «largo estudio»; han servido para enfrentar la inteligencia con los grandes problemas que la humanidad se ha planteado y ha buscado solucionar con su esfuerzo: el problema histórico, el científico, el literario, el pedagógico. Nada más, a pesar de la buena voluntad que hayan podido demostrar profesores y alumnos; a pesar del doble esfuerzo en procura de un debido nivel cultural.

La Escuela Normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése es desde ya un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La Escuela Normal da elementos, variados y generosos, crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos: hay que caminar hacia ellos y conquistarlos.

El maestro debe llegar a la cultura mediante un largo estudio. Estudio de lo exterior, y estudio de sí mismo. Aristóteles y Sócrates: he ahí las dos actitudes. Uno, la visión de la realidad a través de sus múltiples ángulos; el otro, la visión de la realidad a través del cultivo de la propia personalidad. Y, esto hay que creerlo, ambas cosas no se logran por separado. Nadie se conoce a sí mismo sin haber bebido la ciencia ajena en inacabables horas de lecturas y de estudio; y nadie conoce el alma de los semejantes sin asistir primero al deslumbramiento de descubrirse a sí mismo. La cultura resulta así una actitud que nace imperceptiblemente; nadie puede despertarse mañana y decir: «Sé muchas cosas y nada más». La mejor prueba de cultura suele darla aquél que habla muy poco de sí mismo; porque la cultura no es una cosa, sino que es una visión; se es culto cuando el mundo se nos ofrece con la máxima amplitud; cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia; cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo lo más puro, lo más bello, lo más bueno, reside la esencia que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios.

Julio Cortazar con sus compañeros de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta



Al salir de la Escuela Normal, puede afirmarse que el estudio recién comienza. Queda lo más difícil, porque entonces se está solo, librado a la propia conducta. En el debilitamiento de los resortes morales, en el olvido de lo que de sagrado tiene es ser maestro, hay que buscar la razón de tantos fracasos. Pero en la voluntad que no reconoce términos, que no sabe de plazos fijos para el estudio, está la razón de muchos triunfos. En la Argentina ha habido y hay maestros: debería preguntárseles a ellos si les bastaron los cuatro años oficiales para adquirir la cultura que poseen. «El genio –dijo Buffon- es una larga paciencia». Nosotros no requerimos maestros geniales; sería absurdo. Pero todo saber supone una larga paciencia.

Alguien afirmó, sencillamente, que nada se conquista sin sacrificio. Y una misión como la del educador exige el mayor sacrificio que puede hacerse por ella. De lo contrario, se permanece en el nivel del «maestro correcto». Aquéllos que hayan estudiado el magisterio y se hayan recibido sin meditar a ciencia cierta qué pretendían o qué esperaban más allá del puesto y la retribución monetaria, ésos son ya fracasados y nada podrá salvarlos sino un gran arrepentimiento . Pero yo he escrito estas líneas para los que han descubierto su tarea y su deber. Para los que abandonan la Escuela Normal con la determinación de cumplir su misión. A ellos he querido mostrarles todo lo que les espera, y se me ocurre que tanto sacrificio ha de alegrarnos. Porque en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte.
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Artículo publicado el 20 de octubre de 1939, en la Revista Argentina, y firmado por Julio Florencio Cortázar, profesor, graduado en letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires.

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Imágenes propias: captura directa de las fotos expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes en ocasión de la muestra homenaje. 

jueves, 6 de septiembre de 2018

PARQUE LEZAMA. BRUMA Y MISTERIO


El parque Lezama es el parque más antiguo de la ciudad de Buenos Aires. Además es un punto clave de la ciudad. Por su historia y por la vida interior que alberga. Aquí se fundó la primera Buenos Aires, la que hizo Pedro de Mendoza en 1536 y debió ser levantada dos años después. En la segunda fundación, la de Juan de Garay en 1580, ya no ocupó la centralidad administrativa y comercial. Pero el parque – mejor dicho el predio que ocupa – fue el centro de muchas historias. Algunas de ellas fueron pasadas a la literatura en versiones poéticas o en prosa. Y algunas terminaron siendo canciones.



















Pero al margen de las trascripciones artísticas de diverso tipo,  el parque Lezama es el sitio de reposo de una zona de la ciudad con alta concentración poblacional. El parque es un vértice de unión de los barrios de San Telmo, La Boca y Barracas. El primero es el de mayor densidad poblacional de la ciudad. El barrio de La Boca le sigue en esa lista.
Tanto sea en los meses de invierno o verano, es un paseo obligado de los porteños del lugar a cualquier hora del día. Como puede verse en este collage, la bruma del río de la Plata suele invadir  el lugar. Es un fenómeno particular que no siempre se da. Pero es frecuente en los meses de invierno al amanecer o al atardecer como en este caso.
El grupo de fotos que componen  esta imagen corresponde al paseo de las tipas, ese callejón “amurallado” por esos árboles gigantescos, que discurre en lo alto de la barranca que corre paralela a la calle Brasil.
Un paseo singular, con bastante aire de tango y una suerte de melancolía que nunca es tristeza. Y que dibuja un paisaje desde adentro del parque,  diferente a cualquier otra perspectiva.
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Fotos: ©sarmiento-cms 

miércoles, 29 de agosto de 2018

300 METROS A PURO CIELO.

El espacio que ocupan los edificios de la zona llamada Catalinas Norte es un puro desafío al cielo y al vértigo. Esto último en la calle, en la velocidad con la que se maneja el tránsito y se mueve la gente. Lo primero es la envergadura de los edificios que, sin ser excepcionalmente altos, pareciera que se fueran a comer las nubes. Las estructuras vidriadas del conjunto, generan reflejos y efectos espejo durante el día, cambiando la coloración de los edificios según la posición del sol. Por la noche, la soledad de la avenida y las calles interiores, entre edificios, permite visiones lumínicas desde el interior que, vistos desde abajo los edificios en su conjunto, parecen inmensas naves dispuestas a partir a alguna galaxia. Esta es una visión particular de este lugar de Buenos Aires, que creció exponencialmente en apenas 30 años. 





Los terrenos de la Avenida Leandro N. Alem que dan sobre el sector Este (del lado del río) siempre fueron un enorme playón de maniobras de los ferrocarriles argentinos. La zona quedó comprometida como el ante puerto, tanto del viejo como del nuevo puerto de la ciudad. Los 300 metros que van desde la Avenida Córdoba hasta la calle Marcelo T. de Alvear coinciden espacialmente con la Dársena Norte. Es decir, el extremo norte de los diques del viejo Puerto Madero y la ante sala del nuevo pensado por el Ingeniero Huergo. En cualquier caso, toda esta zona fue un sector de maniobras de trenes de carga. La vista que siempre se tuvo desde la barranca de la plaza San Martín y las pendientes leves de las calles Paraguay y Marcelo T. de Alvear siempre fue un horizonte un tanto deprimente, que impedía ver el auténtico horizonte sobre el río. Aquí, la ciudad de Buenos Aires amanecía entre hierros, vigas, vías, vagones de madera y grúas móviles.
Pero las transformaciones de la década de 1990, produjeron un cambio radical. La década noeliberal fue pródiga en privatizaciones y desguaces de gran parte de los bienes del Estado. Y en ese marco, el sistema ferroviario fue una víctima precisa. Se priorizó el transporte por carretera, los puertos cerealeros pasaron a ser los del litoral del Paraná y Bahía Blanca. Entonces la ciudad de Buenos Aires perdió esa enorme masa de granos que se acumulaba, antes de embarcar, en esos playones de carga contiguos a la Avenida Alem. La zona dejaría de ser un lugar de paso hacia Retiro o la City porteña para albergar oficinas de  las empresas más importantes del país.



Proyectos sobre este espacio siempre hubo. Buenos Aires es la  ciudad de los proyectos y el lugar daba lugar para la imaginación de urbanistas y arquitectos. En un rápido recorrido histórico, cuento que “en 1872 Francisco Seeber creo una sociedad anónima llamada The Catalinas Warehouses and Mole Company Ltd., o Sociedad Anónima Depósitos y Muelles de las Catalinas, con el propósito de emplazar un muelle (a la altura de la calle Paraguay) y una aduana.[1]​ Para ello adquirió los entonces ribereños terrenos que se encontraban al este del Paseo de Julio (hoy Avenida Leandro N. Alem)”. Esto lo dice el sitio Wikipedia en la página Catalinas Norte.  Más adelante agrega: “Ya que en la esquina de las calles Viamonte y San Martín se encontraba, y aún se encuentra, la Iglesia de Santa Catalina, la zona era conocida como la bajada de las Catalinas,[1]​ y de allí derivó el nombre de la empresa y posteriormente, del depósito portuario y muelle. Con la compra de más terrenos en el actual barrio de La Boca, se denominó Catalinas Norte a la sección original, y Catalinas Sud a las recién adquiridas.[1]​ Con la construcción del Puerto Madero en la última década del siglo XIX, el muelle de las Catalinas fue desmontado”.
Así estaría explicado el comienzo. Luego se produjeron una sucesión de compras y ventas de lotes, creación de nuevas sociedades, más proyectos y mejores propuestas. Pero el extenso espacio que va desde la Avenida Córdoba hasta la plaza de la Torre de los Ingleses, siguió siendo un playón de carga, luego transformado en baldía y más tarde  ocupado como playa de estacionamiento. En la década de 1970 toma impulso la iniciativa gubernamental de alentar la urbanización del lugar. En 1972 se inaugura el Sheraton Buenos Aires Hotel. En 1973 la Torre Conurban, en 1974 la torre Carlos Pellegrini y en 1975 la Torre Catalinas Norte. En 1976 comenzó  la construcción de la Torre Madero y un poco más tarde al Torre IBM que nos serían terminadas hasta cinco años después, fruto de los vaivenes económicos nacionales. Pero recién a mediados de la década de 1990 todo el lugar toma el verdadero impulso de construcción y urbanización, convirtiéndose en la zona más cara de Buenos Aires. La privatizaciones de las instalaciones ferroviarias y el desarrollo inmobiliario y comercial de lo que hoy es Puerto Madero,  terminaron por configurar definitivamente el lugar. De esa época son las torres gemelas Catalinas Plaza y Alem Plaza. Luego se extendería el boom inmobiliario hacia la calle Lavalle con la construcción de las torres Fortabat y el edificio de César Pelli.



Este espacio urbano tiene muy poco que ver con su origen y posterior utilización. Buenos Aires ya no es el puerto cerealero de Argentina. Al menos no es el más importante, sino más bien de tercer orden. El desarrollo de la ciudad como principal centro cultural latinoamericano y gran polo financiero sudamericano, impuso nuevos usos en el corredor contiguo a la ribera del Río de la Plata. Un río que los porteños no ven por la muralla que forman estos edificios vidriados que se reflejan entre sí y copian el cielo. Pero la perspectiva que ahora se tiene desde el río hacia el interior urbano, ya no es la de un puerto de actividad febril en esa zona. La imagen es la de una ciudad de  edificios enormes que le dan una identidad nueva.
Para una información más pormenorizada sobre los aspectos históricos y arquitectónicos de la zona denominada Catalinas Norte, sugiero consultar los portales de Wikipedia, Arcón de Buenos Aires y Moderna Buenos Aires.
Fotos: ©sarmiento-cms


martes, 24 de julio de 2018

NO HAY PROTESTA SIN CHORIPÁN


Choripán es el acrónimo de chorizo y pan. Es  un simple sándwich  o bocadillo o emparedado, pero al mismo tiempo no es nada de eso. Es un chorizo crudo compuesto por un 70% de carne v acuna y un 30% de cerdo – debidamente sazonada y estacionada antes de armar la tripa – que , una vez asado, se come en un pan partido al medio. Puede llevar una salsa que los argentinos llaman Chimichurri (orégano, ají molido, ajo, perejil, cebollas y pimiento muy picado) o nada. Pero el verdadero sentido simbólico de esta comida popular, es que se convirtió en  un ícono de los sectores populares en las protestas callejeras, eventos deportivos o simples salidas camperas. Originado a mediados del siglo XIX, con la explosión de la explotación ganadera, hoy es un componente cultural básico de las costumbres populares.






Todos los pueblos presumen de originales a la hora de explicar su gastronomía y Argentina no podía ser diferente. Por eso, si usted pregunta en cualquier calle, de cualquier pueblo o ciudad, rápidamente le dirán que el Choripán  es un invento argentino, igual que el asado. Pero esta comida con aspecto de sándwich, emparedado o bocadillo no exige demasiadas artes culinarias. No es más que un chorizo colocado en el interior de un pan francés partido al medio, que puede llevar aderezos o no.

No es el único lugar donde se come. También es común en Chile, Uruguay, Bolivia, Paraguay y el sur de Brasil. Incluso hay versiones similares en Colombia, Venezuela y Cuba. Choripán  es un acrónimo formado por las palabras chorizo y pan. Incluso en términos corrientes y urgentes, la gente lo llama simplemente Chori. También ese es el nombre particular  con el que lo vocean los vendedores en cualquier concentración social, de cualquier tipo, en todas las ciudades y pueblos de Argentina.

Se trata del denominado chorizo Criollo o Parrillero¸ que tiene una consistencia blanda puesto que está crudo y sin estacionar. Lleva alrededor de un 70% de carne vacuna y un 30% de carne de cerdo, aunque las proporciones y tipo de corte corresponden más bien a la receta o inventiva del carnicero que los haga. Se elabora una pasta con diversos condimentos cuya composición depende del fabricante, pero que básicamente se compone de tomillo, comino, pimentón y algo de ají molido o pimienta y sal. Tiene más cosas, pero depende del charcutero. Se lo suele dejar estacionar de 24 a 48 horas y luego se rellena de una tripa de vacuno y se ata en tramos de 10 a 15 cm aproximadamente, que es el tamaño específico del chorizo. Hacer un Choripán es solo cuestión de asarlo a la parrilla, preferentemente a leña, y luego colocarlo en el pan. El comensal le colocará los aderezos que más les guste. Lo tradicional y riguroso es la sala Chimichurri, que se compone de aceite, orégano,  ají molido, perejil, ajo, cebolla y pimiento verde y rojo picado muy pequeño. Hay quien le pone mostaza o salsa mayonesa, pero eso entra en la categoría popular de sacrilegio.




Un signo reconocido mundialmente de Argentina es su carne. No es que haya en todo el territorio, pero la extensa llanura pampeana (la denominada Pampa Húmeda) que abarca la provincia de Buenos Aires, centro y sur de Santa Fe y Córdoba y el este de la provincia de La Pampa, alcanzaron a los largo de 222 años de independencia como país, para garantizarle una producción de carne como para  inundar los mercados europeos entre mediados del siglo XIX y la mitad del siglo XX. El Asado Criollo (hecho a leña con la media res de ternera colocada en una parrilla vertical) es el plato nacional del país y un factor de orgullo generalizado. El Choripán  es el “hermano menor” dentro de esa gastronomía cárnica. Pero con los años – desde la década de 1960 en adelante – este sencillo método de comer carne, adquirió la categoría de seña de identidad de los sectores populares argentinos.

Las sucesivas y sistemáticas crisis económicas argentinas  (que golpean con dureza a la población de menores recursos) hizo que, en ciertas épocas, acceder  a una parrillada de carne variada y generosa en cantidad fuera casi prohibitivo. Entonces fue ganado terreno la costumbre de “al menos” juntarse en una casa, un  centro de recreo, a la vera de un río o laguna o cualquier lugar abierto (preferentemente arbolado) para comer – “aunque más no sea” – una buena cantidad de chorizos asados a la parrilla, acompañados con pan. Una fórmula que llena rápido y bien, las necesidades de hambre. Y  permite una jornada de distención con la fantasía de haber comido un generoso asado.




En la década de 1950 se generalizó su consumo en los alrededores de los canchas de futbol, antes y después de los partidos. Más tarde se hizo habitué en los alrededores de otros eventos deportivos y recitales musicales. Pero fue hasta finales de la década de 1960 – cuando se intensificó la protesta y efervescencia social de la década – que el Choripán recién ganó un puesto de honor en las calles, junto a banderas, bombos, cornetas y manifestantes. Simultáneamente, su consumo empezó a tener una connotación cultural e ideológica. Las organizaciones sociales y  partidos  representativos de los sectores populares, lo adoptaron como el menú básico de encuentros y reuniones. Ninguna convocatoria partidaria o de grupo social podía estar completa si no incluía el reparto o venta de Choripán. Luego, el menú pasó a ser protagonista en las calles junto a los manifestantes. Sus vendedores, son tan expertos como los más antiguos manifestantes, ante las cargas policiales: saben salvar el pellejo además de los utensilios. Las largas distancias que separan las barriadas obreras del  conurbano de la Ciudad de Buenos Aires y su Plaza de Mayo (centro obligado de los reclamos) hicieron del Choripán la comida de emergencia, rápida, sabrosa y festiva con que se la identifica hoy.
 
El Choripán no es un invento argentino, tal como lo reconoce la gente y  se promociona en las cartas de los mejores restaurantes de Buenos Aires para turistas. Pero el componente cultural sí lo es. Una reunión de amigos, una cena de compañeros de trabajo, una fiesta de estudiantes no es tal, si no hay una buena ración de Choripán. Reunirse alrededor de un fuego a  comer Choripán es toda una definición del lugar que se ocupa en la sociedad o al que se quiere pertenecer. Su protagonismo en las protestas o manifestaciones sociales y políticas de cualquier tipo es indudable. El Choripán es omnipresente en todos esos casos. Una protesta sin ese bocado no es una protesta. Su reinado en la gastronomía callejera de la protesta es indiscutible. Y tiene vida para rato

Gelería de Imágenes en Flickr

Fotos: ©sarmiento-cms

lunes, 16 de julio de 2018

BUENOS AIRES, CIELO Y NAVÍO


Un Encuentro Internacional de Grandes Veleros en el Puerto de Buenos Aires. Fue en el año 2010, en ocasión del Bicentenario de la Revolución de Mayo, que dio origen al primer gobierno patrio de Argentina. Todos esos grandes veleros se corresponden en rigor, a buques escuela o de formación de oficiales de las armadas de diversos países. Así que ahí se pudo ver a las fragatas Libertad de Argentina, Juan Sebastián Elcano de España, Esperanza de Chile, Simón Bolívar de Venezuela, Gloria de Colombia, Capitán Miranda de Uruguay o Cuauhtémoc de México. Desde la punta del espigón norte de la Dársena Norte del viejo Puerto Madero se pueden tener una buena vista del atardecer porteño.



El puerto de  Buenos Aires está ubicado en un lugar cuyas características son las peores para construir un puerto. Es algo así como un No Puerto que se mantiene en base a dragados permanentes que barren el limo del fondo del lecho para evitar que se formen bancos de arena y barro. El canal principal del Río de la Plata está del lado que corresponde a la República Oriental del Uruguay, es decir al norte. Una distancia de varios kilómetros de Buenos Aires. Porque como saben, este río es un enorme estuario que comienza en la unión o desembocadura de los ríos Uruguay y  Paraná, que traen las aguas del noreste y Mesopotamia argentina. Zona húmeda, de gran vegetación y cuyos ríos se caracterizan por el abundante  limo que arrastran en su circulación.

El Río de la Plata del lado de la ciudad de Buenos Aires, tiene escasa profundidad. En verdad es la continuación de la enorme planicie pampeana o bonaerense (como prefieran) que se sumerge. Si  no se dragara, las playas lacustres de la ciudad podrían tener varios kilómetros río adentro. El ancho del río es variable, según avanza en dirección al océano Atlántico. En el comienzo es de 25 km y en su desembocadura llega a los 209 km. No es un río normal. Es el más ancho del mundo. Tiene una extensión relativamente corta para ser uno de los ríos más grandes del mundo. Solo 320 km de largo, pero cubre (debido a su ancho) una superficie similar a Bélgica. Para muchos geógrafos, este no es un río, sino un golfo o un  mar marginal del Atlántico. Pero de mar tiene poco ya su salinidad es apenas una quinta parte de la normal en los mares. Y se debe fundamentalmente al reflujo permanente entre el agua dulce que recibe y la introducción de las corrientes marinas en su cauce.

Pero como decía, el principal problema para instalar un puerto en la margen sur (donde fue fundada Buenos Aires) son los sedimentos que arrastra. Cada año, son transportados hasta su cauce unos 160 millones de toneladas de sedimentos, que están compuestos por limo (56%), arcilla (28%) y arena (16%). De toda esa carga, el 90% viaja en suspensión. Y a todo eso hay que agregarle que, en el propio fondo del cauce, se arrastran unos 15 millones de toneladas de arena gruesa. Por todo eso, hay que dragar en forma constante el río para poder darle profundidad al puerto y poder recibir los barcos que ilustran esta nota.



El Puerto siempre fue un problema


Nunca sabremos por qué Pedro de Mendoza en 1536 y Juan de Garay en 1580 (las dos fundaciones de Buenos Aires) decidieron instalar el asentamiento en un lugar a donde para llegar,  debían remar varios kilómetros en sus botes y chalupas, desde los navíos hasta la costa. No lo de dejaron escrito. Así que podríamos suponer que se vieron seducidos por el abrigo que les podía dar la desembocadura del Riachuelo en el Río de la Plata y la barranca de Santa Catalina (hoy Parque Lezama y los Altos de San Telmo). Pero desde su nacimiento, la ciudad no tuvo puerto adecuado para que los barcos pudieran cargar y descargar sus mercancías. Mucho menos pasajeros.
Cincuenta años después de la independencia argentina, la ciudad construyó lo que podría llamarse el primer puerto. En 1860 se colocaron dos largos muelles que se introducían en el río. Uno para pasajeros y otro para carga. El primero se encontraba a la altura de la actual calle Sarmiento y el segundo, detrás de la Casa Rosada. Este, era casi una extensión del edificio semicircular de la Aduana construida por el ingeniero Edward Taylor en 1857.

Esta construcción efectiva pero limitada, fue rápidamente superada por el desarrollo agroexportador de la Argentina del último cuarto del siglo XIX. En 1882, el presidente Julio A Roca le encargó al comerciante Eduardo Madero (sobrino de su vicepresidente) la tarea de construir un nuevo puerto. El proyecto de Madero en realidad era del estudio de ingenieros Hawkshaw, Son & Hayter, una empresa británica. El puerto resultó ser una serie de diques (4 en total) con dos dársenas,  una en cada extremo. Pero el sistema presentó graves problemas desde su comienzo. El limo que arrastra el río provocaba que esos diques se quedaran sin calado rápidamente. Y los barcos de carga no podías ingresar porque encallaban. En pocos años, este puerto fue reemplazado por la propuesta del ingeniero Luis A Huergo (primero en lograr ese título en Argentina y primer presidente de la Sociedad Científica Argentina) que en lugar de diques, estaba formado por una 7 dársenas colocadas en forma perpendicular a la costa, con una escollera que lo recorría longitudinalmente en forma paralela. El proyecto de Huergo, era precisamente el que había perdido el concurso en favor de la propuesta de Madero. Ese es el puerto que hoy permanece activo y que se lo conoce vulgarmente como Puerto Nuevo, a   pesar del siglo de existencia.



El viejo puerto o Puerto Madero (como se lo conoce hoy) quedó activo solo en los muelles. Sus amplios depósitos albergaron despachos de correos, aduana y varias empresas exportadores. Pero los barcos amarraban en el Puerto Nuevo. Hoy, toda esa zona es un barrio de viviendas residenciales, oficinas, restaurantes y negocios de alto nivel. Puerto Madero es uno de las principales zonas  turísticas de la ciudad. Lo único que quedó activo desde su construcción,   fueron las dársenas Sur y Norte. En esta última es precisamente donde amarraron los 15 grandes veleros (pertenecientes en su totalidad a las armadas de sus respectivos países) que se dieron cita en Buenos Aires,  en el mes de mayo de 2010, para celebrar los 200 años de la primera proclama revolucionaria y de independencia de Argentina. La razón por la que la amarra se hizo ahí y no en otro lado, es que la Darse Norte del viejo Puerto Madero es la “casa” del buque insignia de la Armada Argentina, la fragata Libertad. En el Apostadero Naval Dársena Norte está el comando en tierra del buque escuela donde se cursa el último año de la carrera de oficiales, generalmente con un viaje transoceánico que suele ser una vuelta al mundo.  

Fotos ©sarmiento-cms



miércoles, 4 de julio de 2018

PLAZA DE MAYO – NOCTURNO


La plaza de Mayo de Buenos Aires es el diapasón de todas las quejas y reclamos de los argentinos. También lo es de las alegrías y de todas las pasiones. Fue el recinto privilegiado durante la época de la Colonia, donde se cruzaban el Virrey, los mercaderes, los vecinos ilustrados y los nuevos hacendados. Hoy es un lugar amplio por donde circulan cada día millones de personas. Es un lugar frenético que a eso de las 8 de la tarde/noche empieza a entrar en calma, para terminar luego en una soledad profunda custodiada por los servicios de seguridad que controlan los bancos, la Catedral, la Casa Rosas y el edificio de la antigua sede del gobierno de la Ciudad.




Por aquí circulan millones de personas a diario. Porque a los casi tres millones de habitantes que tiene la ciudad de Buenos Aires,  hay que sumarle el triple de gente que se incorpora de lunes a viernes, entre las 6 de la mañana y las 7 de la tarde. Es correcto hablar de millones en esta plaza. Porque el sentido centralizado de la administración nacional y la vida empresaria, hacen que en esta plaza confluyan 3 de las 6 líneas del transporte subterráneo, además de decenas de líneas de colectivos que la atraviesan o concluyen su trayecto.

También es el punto neurálgico de la vida financiera, sede de la casa central del Banco de la Nación Argentina y vértice sur de la “City Porteña”,  donde se cuecen todos los arreglos económicos del país. Todo eso, sin contar que está la Catedral principal y la Casa Rosada o Casa de Gobierno, sede del gobierno nacional. 




Esta es una vista del fin del día, cuando el Cabildo de la ciudad (o lo que queda de él, ahora museo) se ilumina por completo, al igual que la Avenida de Mayo que confluye en el Congreso Nacional. Entre las sombras, trabajadores anónimos regresan a sus casas, recién salidos de alguna de las oficinas que rodean esta plaza. Entre las 7 de la tarde y las 9 de la noche, la plaza vive el proceso inverso de la mañana. Millones de personas la abandonan para regresar al día siguiente.


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Notas relacionadas: NUESTRO“MURO DE BERLÍN”

lunes, 14 de mayo de 2018

ANTIGUA FÁBRICA DE BIZCOCHOS CANALE


Hoy se llama Palacio Lezama, pero durante un siglo fue la Fábrica de Bizcochos Canale. En el número 320 de la Avenida Martín García todavía está el cartel que dice “Entrada de Obreros”. Y el 326 está la entrada principal como en los viejos tiempos. Solo que ahora es el ingreso a las oficinas de 3 ministerios del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El Edificio Canale forma parte del patrimonio histórico industrial de Argentina y un punto clave en la arquitectura de  la ciudad de Buenos Aires, al estar localizado en el vértice que une los barrios de La Boca, San Telmo y Barracas.

Pocas empresas en el imaginario popular concentran la idea de nacionalidad como los Bizcochos Canale. Podría citar al polvo para hornear Royal, las alpargatas de la Fábrica Argentina de Alpargatas, los autos Rastrojero y Torino y poco más. Son marcas de la empresa privada argentina, de los tiempos en los que la empresa privada tenía alguna idea de nacionalidad. Un sentido que se contrapone con el paradigma de estos tiempos, en los que parece que vender o asociarse al capital internacional es el “futuro”. 
La fábrica de Bizcochos Canale también es la muestra casi perfecta de una empresa que se hace de la nada, por un inmigrante que no tenía nada cuando llegó al Río de la Plata. Deberíamos tener en cuenta que toda la inmigración que recibió Argentina entre los años 1870 y 1914, llegó con la promesa de acceder a tierras cultivables y un futuro de campesino próspero en pocos años. Pero nada de eso era cierto y – con suerte – podía acceder a un arrendamiento de tierras a un costo altísimo. Lo normal era que terminara formando parte de la peonada. En el marco de esta fantasía frustrada, se produce la alta concentración de inmigrantes en los centros urbanos. Uno de ellos era el Sr Canale, como se lo conoció años después de su éxito a José Canale, un genovés que se instaló en el barrio de San Telmo, a diferencia de sus coterráneos que se afincaron en el barrio de La Boca.  Canale llegó al puerto de Buenos Aires con algunos conocimientos de panadería y una receta casera de unos bizcochos que luego lo harían rico, famoso y casi un emblema de argentino emprendedor.
En 1875 instaló un negocio de elaboración y venta de pan en la esquina de las calles Defensa y Cochabamba, en el barrio de San Telmo. Ese es el origen del posterior negocio familiar que tuvo muchas derivaciones, fabricando pastas secas, dulces y mermeladas, encurtidos, conservas y años más tarde elaborando vinos. En todas las áreas en que incursionó este equipo empresario familiar fue exitoso. Tuvo el mérito también, de haber sido uno de los primeros emprendimientos que entendió a la perfección, el valor de la publicidad realizada de manera constante y en los lugares claves.
Aunque Canale murió joven (en 1888, a los 44 años) el negocio siguió su crecimiento bajo la batuta de su viuda, Blanca Vaccaro, que con sus 5 hijos formó el equipo familiar para el desarrollo posterior. En 1890 importaron las primeras máquinas para la producción industrial en gran escala de sus bizcochos y panes dulces.  En 1901 se presentan en sociedad los bizcochos tal como se los conoce hoy. Tuvieron un gran impacto. Porque era el primer producto de panificación, fabricado en el país, que podía competir con cierto éxito ante las galletas importadas de Inglaterra y Francia. Las únicas en su tipo en el comienzo del siglo XX.
En 1910  el crecimiento comercial tiene cierta magnitud y su consecuencia es la construcción de una planta industrial, con una infraestructura que supere el negocio de tipo familiar del barrio de San Telmo. Se instalan en una planta en la calle Patagones 123 y en apenas tres años, la producción exige otro espacio mayor. Construyen entonces el edificio de la avenida Martín García 320 al 364. Un predio de más de 100 metros de largo por 70 de profundidad, que comienza su funcionamiento con la mejor tecnología de la época. La obra es dirigida por Amadeo, Julio y Humberto Canale, este último ingeniero civil y único universitario de los 5 hijos de José Canale.   

La fábrica de Bizcochos Canale hacia 1925
A los largo del siglo XX, la empresa lanzó una serie de productos que forman parte del imaginario popular en material de alimentación, Son marcas que todavía existen porque han logrado tener vida propia más allá de quién sea el fabricante. La marca y la fórmula de elaboración garantizan ventas seguras. Es el caso de los bizcochos, las conservas, las mermeladas y la galletitas Cerealitas.
En 1985 la planta industrial sufrió un incendio que afectó seriamente el material industrial instalado. Esto produjo algunos problemas financieros en la estructura de la empresa. El resultado fue que la familia Canale se terminó retirando del negocio. En 1994 fue adquirida por la empresa SOCMA (propiedad de la familia Macri) que poco hizo por la sobrevivencia de la empresa y de  la marca, hasta que en 1999 la internacional Nabisco adquiere en una sola operación la empresa Canale y Terrabusi, quedándose prácticamente con el monopolio del negocio en materia de galletas.
Nabisco, cuyas intenciones era hacer pie en el Mercosur, trasladó casi toda su producción a Brasil y las instalaciones tradicionales de ambas fábricas quedaron paralizadas. Alrededor de 10 años estuvo vacío este edificio que hoy luce como en sus mejores tiempos. En el año 2006, la 23ª edición de la muestra de diseño y arquitectura de la Fundación Oftalmológica Argentina se hizo en este edificio para marcar el punta de partida de un proceso de revitalización de los barrios tradicionales de San Telmo, La Boca y Barracas. Es la primera gran recuperación de la estructura arquitectónica. La muestra fue un éxito de público, de ideas y aportes profesionales y de interés empresario. Entre los años 2012 y 2014 un emprendimiento particular le agregó dos plantas más, vidriadas, con el fin de explotarlas como centro de oficinas.

Pero fue el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires quien finalmente se quedó con el edificio. En el 2014 le encargó al Estudio Mc Cormack la realización de un proyecto que se llamó “Edificio Canale”.  La obra  estuvo a cargo de  la arq Emilce Argüello y de la constructora LUMI Construcciones SA.  Actualmente funcionan los ministerios de Modernización e Innovación, Espacio y Ambiente Público, Desarrollo Urbano y Transporte y otros organismos del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
La realidad hoy indica que se recuperó un edificio importante del patrimonio histórico industrial de Argentina, al tiempo que se revitalizó notablemente un área de la ciudad que estaba claramente rezagada en su desarrollo. El Parque Lezama tiene ahora en su flanco sur una perspectiva más amigable y las calles aledañas de lo que hoy se conoce como Palacio Lezama  han tomado un ritmo comercial mucho más intenso.
Fotos: ©sarmiento-cms
Foto antigua: edición de la revista Caras y Carteas.

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lunes, 7 de mayo de 2018

PARQUE LEZAMA: UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA HISTORIA (3º Nota)


En la 1º nota y 2ºnota se hizo un recorrido por la historia cronológica y los avatares que desembocaron en la creación del parque como espacio público, en la última década del siglo XIX. En ese proceso se fueron gestando otras historias que han tenido su correlato en diversas expresiones artísticas. Algunas de ellas se materializaron en los 76.500 metros cuadrados que tiene el espacio. Otras dieron lugar a obras literarias y canciones. En esta nota haremos un recorrido por esa parte de la historia del Parque Lezama y su entorno más directo como el Bar Británico. Esta es la tercera y última nota sobre este espacio tan particular de Buenos Aires. 





Desde que Gregorio Lezama decidiera convertir el jardín de su quinta en un lugar donde acumularía obras de arte, el parque estuvo marcado por esa impronta artística. Son muchos los casos de autores que hacen referencia al sitio. El más conocido es la novela Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato que empieza así:

Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama. Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos (…)

No es el único trabajo de Sábato que tiene que ver con el Parque Lezama. Pero es el único en el que lo menciona explícitamente. Una buena parte de su obra la escribió en el parque y en al Bar Británico o el restaurante Lezama, ambos sobre la calle Brasil. “Por la Esperanza” fue uno de sus últimos trabajos. Una carta a los jóvenes que le encargó la revista La Maga en el año 1995, en pleno furor neoliberal de menemismo. En un homenaje que le hicieron vecinos, periodistas y amantes de literatura del barrio de San Telmo, Sábato contó que esa carta a los jóvenes la escribió en la mesa del Bar Británico que está en el vértice de la pared y la ventana que da sobre la calle Brasil. “Mientras miraba el parque Lezama que tantos recuerdo me trae de juventud”.  En ese mismo homenaje, en que se colocó una placa en la esquina del parque de Defensa y Brasil, contó que buena parte del libro mencionado fue escrito en la mesa del restaurante Lezama (sobre la calle Brasil) que está junto a la ventana derecha. “Me gustaba escribir acá por las mañanas porque no había casi gente y tenía el parque enfrente”, les dijo a quienes asistieron al homenaje mientas muchos seguidores aprovechaban para fotografiarse en el lugar junto al escritor que ya tenía más de 80 años.

María Elena Walsh y Horacio Ferrer escribieron también en el Bar Británico. El segundo mucho más que la primera ya que era habitué del lugar. Pero la música y poetisa dejó testimonio del parque en el Vals Municipal. Una estrofa de esta  famosa canción, traducida a varios idiomas y cantada por todo el mundo, dice:
Es un chico que piensa en inglés
y una vieja nostalgia en gallego.
Es el tiempo tirado en cafés
y es memoria en la Plaza Dorrego.
Es un pájaro y un vendedor
que rezongan con fe provinciana.
Y también es morirse de amor
un otoño en el Parque Lezama.

Al igual que Ernesto Sábato, el poeta Baldomero Fernández Moreno era visitante constante del parque. Y escribió en 1941 un poema cuyo título es precisamente Parque Lezama. Fernández Moreno vivía en la Av. de Mayo al 1100, en el edificio contiguo al Hotel Castelar. Varias veces a la semana se trasladaba hasta el parque para escribir. Solía hacerlo en  e l Bar Británico o en el actual Hipopótamos, también un bar notable de la ciudad que está justo en frente. La última estrofa del poema los menciona indirectamente:

Patricio, enhiesto parque de Lezama
cortado y recortado a mi deseo,
verdinegro por donde te mirase
salvo el halo de oro del Museo:
desde un bar arco iris te saludo
ahito de café y melancolía,
dejo en la silla próxima una rosa
y digo tu elegía y mi elegía

La novela Amalia de José Mármol es un clásico de la literatura argentina y más precisamente del romanticismo. Gran parte de la historia se desarrolla en el parque y sus alrededores, solo que en 1851 ese lugar de la ciudad todavía no era el Parque Lezama.  Así Marmol se refiere al actual mirador que está en la punta de la barranca que da a la esquina de Paseo Colón y Martín García como Punta Catalina  y a la calle Defensa, entre Brasil y Martín García, como “Al cabo de seiscientos pasos, la callejuela da salía a la empinada y solitaria barranca de Marcó, cuya pendiente rápida y estrechísimas sendas causan temor de día mismo a los que se dirigen a Barracas, que prefieren la barranca empedrada de Brown o la de Balcarce, antes que bajar por aquel medio precipicio, especialmente si el terreno está húmedo”.




ESCULTURAS, ORNAMENTOS Y BUENA ARQUITECTURA

José Gregorio Lezama modificó completamente el lugar. No quedaron rastros del paisaje que se describía en la  novela Amalia. La barranca de  Balcarce ya no cruzaba el entorno y se mantenía la Punta Catalina como gran espacio para disfrutar el río hasta el horizonte. Construyó una gran casa de estilo italiano sobre La Barranca de Marcó (actual calle Defensa) que dejó de ser ese lugar resbaladizo y empinado como un precipicio que describía José Mármol. Y rodeo la pequeña mansión con un amplio parque cargado de árboles entre los que se destacaban los olmos, las acacias, magnolias, tilos y otras especies exóticas como el ficus de la India.

La construcción se caracterizaba por amplios salones techados de artesonados de maderas y puertas labradas y laqueadas en algunos casos. Una amplia galería con grandes arcos se extendía por todo el frente. Que estaba adornado con hornacinas, copones y pequeñas estatuas. Las paredes habían sido decoradas por   al artista uruguayo León Pallejá.  La casa de los Lezama es desde   sede del Museo Histórico Nacional.

La transformación del parque en espacio público en 1894 vino acompañada de varios cambios. Uno de ellos fue un nuevo diseño paisajístico a cargo de Carlos Thays, el arquitecto y paisajista francés que había sido nombrado Director de Parques y Paseos de Buenos Aires 3 años antes. Thays introduce en el parque las Tipas, variedad de árboles autóctonos del norte argentino. También traza nuevos caminos e impone el grutesco en las escalinatas que dan a la barranca sobre el río, hoy Paseo Colón, y que se conservan parcialmente. También es suyo el diseño del mirador de la antigua Punta Catalina.

Pero los cambios más llamativos fueron el anfiteatro sobre la calle Brasil y el rosedal que se puso en la parte llana de la barranca que da sobre la Av. Martín García, lugar que se conoce hoy como La Pradera. A lo largo de esa avenida se montó una inmensa pérgola con diversas plantas enredaderas. Esta glorieta que se extendía desde la calle Defensa hasta Paseo Colón, también albergó una pista de patinaje.  Hacia el primer quinquenio del siglo pasado, el parque contaba con diferentes atracciones como un tren para los niños, una calesita (aún funciona sobre la calle Defensa), un pequeño lago artificial, el teatro al aire libre, un circo y el restaurante El Ponisio.

Todos los cambios producidos en el parque son consecuencia de la primera idea artística y paisajística de Gregorio Lezama. Bien es cierto que la mayoría de las intervenciones fueron para empeorar y no para conservar, salvo la gestión de Carlos Thays que dotó al espacio de la fortaleza necesaria para mantener el espíritu artístico a un lugar que paulatinamente iba a ser ocupado por gente diversa en uso público.

Un punto destacado de la época familiar de los Lezama es el templete de influencia grecorromana, en cuyo centro hay una estatua de Diana Fugitiva o Siringa. Y en el camino de acceso al pequeño recinto, en los laterales están las figuras evocativas de El Invierno, La Vid, La Primavera y Palas Atenea. En la actualidad (según el Arcón de Buenos Aires) “solo queda una sola de las estatuas originales de la casa Lezama: La Primavera. La mayoría de las estatuas originales y maceteros sufrieron mucho deterioro cuando el Parque se transformó en paseo público. Gradualmente fueron dadas de baja o llevadas a restaurar, luego de lo cual fueron instaladas en otros lugares”.




Del viejo parque de la familia Lezama queda el paseo de las Palmeras con sus hileras laterales de copones de mármol de Carrara, montadas sobre plintos labrados con motivos griegos. Faltan cinco de esas piezas ornamentales, que fueron robadas y no precisamente por indigentes. Quienes las llevaron conocían perfectamente el valor de lo que sustraían. Hoy fueron reemplazadas por piezas idénticas en cemento.

El parque fue un lugar privilegiado para albergar regalos en ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo. Actualmente se encuentran el Cruceiro, regalo de la comunidad gallega en la Argentina, la Loba Romana o Loba Capitolina, presente de la ciudad de Roma a Buenos Aires, con las figuras de Rómulo y Remo que originalmente fueron en bronce y ahora son de cemento producto del robo de las originales. Pero el monumento más importante de esos acontecimiento es el regalo de la ciudad de Montevideo en 1936, en ocasión del 4º centenario de la 1º fundación de Buenos Aires. Se llama Monumento a la Cordialidad Internacional  y es obra del escultor Antonio Pena y el arquitecto Julio Villamajó. Está ubicado sobre la Avenida Martín García.

Pero el monumento que sin duda la bienvenida a los turistas es el de Don Pedro de Mendoza, situado en la esquina de las calles Defensa y Brasil. Es obra del escultor Juan Carlos Oliva Navarro y fue inaugurado el 23 de junio de 1937.

Finalmente hay que destacar la fuente y gruta ubicada en la esquina de Brasil y Paseo Colón, inaugurada en 1931. A la fuente se la conoce como Fuente du Val D’Osne. El Valle de Osne fue un lugar de gran prestigio en la fundición de obras de arte para todo el mundo. Lo que vemos hoy en la hornacina son las figuras de Néyade y Neptuno, ambas forman parte de una escultura mayor, cuyas partes están repartidas en distintas espacio de la ciudad.

En el Museo Histórico Nacional se exhiben hoy más de 50.000 piezas relacionadas con la historia de Argentina,  que abarcan el período colonial hasta 1950. Entre los  objetos en exposición se encuentran trajes, relojes y otras pertenencias de Manuel Belgrano, el sable y otros instrumentos militares del general San Martín,  como así también el mobiliario de su dormitorio al momento de morir. La bandera de la batalla de Ayohuma,  oleos de Prilidiano Pueyrrerón, muebles del Virrey Sobremonte,  el uniforme del General Güemes y el catalejo del general inglés Carr Beresford durante las Invasiones Inglesas.

En suma. En materia de creación artística el parque ha estado siempre en el primer plano. Es parte del legado de Lezama. Por alguna razón especial que no se puede definir, también ha sido lugar de preferencia de pintores, escultores y escritores. Muchos han dejado testimonio y otros solo menciones en sus biografías. Cada una de estos objetos encierra una historia particular, dentro de esa gran historia que la antigua finca de los Lezama hoy Parque Lezama.

Fotos: © sarmiento-cms

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Pueden amplia la información en Wikipedia  y el Arcón de Buenos Aires