martes, 24 de abril de 2018

PARQUE LEZAMA: UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA HISTORIA (2º Nota)


En la primera nota se abordó el sentido histórico del espacio, lugar fundacional de la ciudad. Pero es con Gregorio Lezama que el predio alcanza su actual valoración. La colección botánica y artística, junto al diseño paisajístico del lugar, convirtieron a la finca del hacendado salteño en punto de  referencia de la ciudad. En 1899 muere Lezama y cinco años después su finca se convierte en el segundo parque público de Buenos Aires, con una extensión de 76.500 metros cuadrados. Fue mejorado su diseño por Carlos Thays, en la década de 1920. Pero a partir de 1950 se inicia una decadencia en donde perdió gran parte de sus especies vegetales y patrimonio escultórico.  Hoy presenta un aspecto aceptable. 

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En estos días el parque es casi una institución. Todos piensan que existió desde siempre y no conciben la ciudad sin él. Pero los hechos pasados muestran lo contrario. Gregorio Lezama se peleó con todos los intendentes de Buenos Aires. Querían confiscar parte de sus terrenos para abrir una calle que comunicara los Altos de San Pedro (actual Plaza Dorrego) donde se encontraba la Iglesia de San Pedro Telmo, con el puerto de entonces ubicado en La Boca del Riachuelo. Lezama logró imponerse a todos esos intentos en virtud de su fortuna personal, su nivel de influencia y un largo trabajo de debates y acuerdos en el Consejo Deliberante de la ciudad. A su viuda, Ángela Álzaga, no le sería nada fácil conseguir que la Municipalidad se hiciera cargo del predio para mantenerlo como parque público. Se supone (porque nunca lo expresó por escrito) que Lezama quería formar una colección botánica para luego donarla. Pero la tarea no fue sencilla.

Para tener una idea aproximada de lo que era el lugar en ese tiempo, conviene repasar estos recortes:
  • El diario El Nacional del 22 de mayo de 1886 dice respecto del parque: “(…) es la desesperación de cuantos se dedican al cultivo de flores entre nosotros, por ser tarea punto menos que imposible llegar a tener un vergel parecido.”
  •  El historiador González Garaño, en la obra “Museo Histórico Nacional. Su creación y desenvolvimiento 1889-1943”, páginas 25 y subsiguientes, dice:
“Lezama, gran aficionado a la floricultura, formó allí un jardín magnífico. Adquirió en las distintas latitudes de la tierra, ejemplares elegidos de plantas y árboles. Fueron famosas sus camelias, cuya diversas variedades cubrían los canteros, bordeados de arrayanes. Senderos angostos y sombreados cruzaban el parque, adornados de trecho a trecho con estatuas y vasos de mármol, de factura de italiana Fue un incomprensible error el destruir el carácter de ese jardín, modelo de la quinta porteña del promediar del siglo XIX”.
(Los vasos de mármol a que se refiere, son los copones que hoy vemos en el paseo de las palmeras, en el centro del parque).  
  • El presbítero Manuel Juan Sanguinetti, en su obra “Sal Telmo, su pasado histórico”, página 187, dice: “En las primeras décadas del siglo era un paseo familiar obligado, por sus ricas especies vegetales y arbóreas, su estatuaria y decoración, llegando a contar con un restaurante (El Ponisio) sobre la barranca sur (…) y un pequeño tren que recorría el parque a fines del siglo XIX y principios del XX”.
El 23 de julio de 1889 muere José Gregorio de Lezama y Quiñones, más conocido como Gregorio Lezama y menos conocido (salvo el círculo íntimo) como Goyo Lezama. Había nacido en Salta en 1802, en el seno de una familia de hacendados y empresarios que supieron formar parte del reducido grupo de hidalgos coloniales. En Buenos Aires incrementó notablemente su fortuna, invirtiendo en campos de la provincia de Buenos Aires (gran parte del actual Partido de Lezama era de su propiedad) y estableció un fuerte entramado de relaciones con el poder político. Al año siguiente, su viuda, Ángela Álzaga, inicia las negociaciones para la venta a precio cuasi simbólica del predio al gobierno de la ciudad que finalizarían tres años después. En concreto vendió por 1.500.000.- pesos moneda nacional las ciento dos mil varas cuadradas (76.500 metros cuadrados aproximadamente) con sus plantaciones, jardines, esculturas y monumentos que se encontraban en la quinta. La vendedora se permitió una exigencia dada el bajo precio: que fuera destinado a paseo público, que dicho paseo llevara el nombre de Lezama y que se le permitiera el usufructo de la casona por dos años.


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La casa-quinta y parque de los Lezama fue el segundo parque público de la ciudad. Así se estableció en la resolución del Consejo Deliberante del 27 de mayo de 1894. Habían pasado casi 5 años de la muerte de Gregorio Lezama. En 1874 se formalizó el primer  parque de Buenos Aires. Es el Parque Tres de Febrero (por la fecha de la batalla de Caseros en 1852) que todos conocen como los bosques de Palermo. Las propiedades del vencido Juan Manuel de Rosas fueron transformadas por Sarmiento en parque público. Y el modelo botánico y paisajístico que se implementó, fue el utilizado por Lezama en su propiedad, de la que Sarmiento era admirador. Y el tercer parque es la Plaza Colón, detrás de la Casa Rosada (donde funcionaba la Aduana Taylor) que hoy ha sido expropiado por la Presidencia de la Nación.

En los fundamentos expuestos en las actas de la Comisión de Obras Pública del Consejo Deliberante (presidido por el arquitecto Juan Buschiazzo, de gran importancia y gravitación en la Buenos Aires moderna) dice cosas tales como:

“(…) es de verdadera utilidad pública favorecer a la parte sur del municipio con un parque espacioso que compense los inconvenientes de los barrios malsanos de la Boca y del puerto, ofreciendo un acceso fácil y cómodo a la población de ese distrito, que por su distancia al Parque 3 de Febrero (actuales Bosques de Palermo) no puede participar de los beneficios que reciben los habitantes de la zona norte (…)”

También se destacaba la importancia ecológica del lugar, al funcionar como un área verde en “lo que es hoy uno de los pulmones del barrio más poblado y descuidado de la ciudad”. En la actualidad eso sigue siendo igual. San Telmo y La Boca son los barrios de mayor densidad de la ciudad, los más chicos por extensión y los más abandonados.

Lo que tampoco ha cambiado es la percepción de la población sobre la actual Avenida Caseros, en esa época Patagones, a la que se mencionaba como la “Alvear del Sur”, para homologarla en diseño y exclusividad habitacional. A fines del siglo XIX la decisión sobre el parque tuvo un enorme impacto. Se revalorizó la zona y dio comienzo a un período de gran expansión. Particularmente en el tramo de la avenido que va desde el parque (calle Defensa) hasta la Avenida Montes de Oca, y su intersección con la estación ferroviaria de Constitución,  principal centro de conexión con el sur del país y particularmente la provincia de Buenos Aires. En 1897 se instaló en la antigua casona familiar el Museo Histórico Nacional, creado en mayo de 1889, un mes antes de la muerte de Lezama.

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En 1863, la zona tuvo una instancia de despegue que no prosperó. Ese año se inauguró el ferrocarril del Sud que recorría el bajo, por la actual avenida Paseo Colón, desde la Estación Venezuela, hasta Casa Amarilla en La Boca. Suponía un importante adelanto tecnológico y de transporte que bordeaba la parte sur de la finca. Pero en 1870 y 1871 se produjeron las dos últimas epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires, que afectaron particularmente a la zona de San Telmo y La Boca. Las familias patricias, que estaban instaladas desde los tiempos de la colonia, emigraron hacia el norte. Las casas fueron abandonadas en su mayoría y la casa de los Lezama se convirtió en lazareto.

En 1914 se construyó el anfiteatro sobre la calle Brasil, entre Balcarce y Paseo Colón, con capacidad para unas 7.000 personas. Y en 1923, el intendente Carlos Noel, presentó el programa de “Embellecimiento del Barrio Sur. El barrio tradicional”, en donde se proponían crear un Museo al aire libre de Arquitectura y Escultura comparadas, Se proponía instalar en la zona cercana al parque la Facultad de Filosofía y Letras y el Conservatorio Nacional de Música. Las obras no se llevaron a cabo porque quedaron empantanadas en la crisis económica mundial de 1929.

En 1931, el intendente José Guerrico removió la reja perimetral con el muro que circundaba todo el solar. Fue el comienzo de la destrucción paulatina del parque original de Lezama y de la arquitectura paisajística elaborada por Carlos Thays en la década del ’20. Fue la decisión más graves y más triste de la historia del parque. Prueba de ello es el inventario de 1986 realizado por la Dirección de Paseos del municipio. Ahí se consigna que el predio tiene 674 ejemplares de 63 especies. Esa cantidad de variedades equivalían a la cuarta parte de las que tuvo el parque en su mayor esplendor. Época que abarca la propiedad de Lezama, la gestión de Carlos Thays hasta fines de la década de 1940.

El parque hoy ofrece una vista mejorada y de mantenimiento aceptable, luego de años de abandono entre los años 1992 y 2014. Es el fruto de 12 años de litigios judiciales de los vecinos (mediante acción de amparo presentado en 2001) contra el gobierno municipal, que incluyó además un embargo al sueldo del Jefe de Gobierno entre los años 2006 y 2014.

En la próxima y última nota, se hará un repaso por el patrimonio artístico existente y perdido. También se hará un recorrido por la gran cantidad de obras literarias y artísticas en general que se originaron en este parque.

Las fotos son de  ©sarmiento-cms

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Se puede consultar
·        Parque Lezama en Wikipedia

jueves, 19 de abril de 2018

PARQUE LEZAMA: UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA HISTORIA (1º Nota)


El Parque Lezama de Buenos Aires es un punto clave de la ciudad. Es el punto de unión entre los barrios de La Boca, Barracas y San Telmo. Es el lugar de la primera fundación de la ciudad. Fue el segundo parque público. Ahí se armó la mayor colección botánica que hubo en este país y Sudamérica. Fue recinto privilegiado de personajes literarios como Amalia, Martín del Castillo o Alejandra Vidal. Fue factor de inspiración para poetas como Baldomero Fernández Moreno, María Elena Walsh u Horacio Ferrer o novelista como Ernesto Sábato. El parque es una suma de muchas cosas, con historias que encierran otras historias.  





El parque no es un lugar cualquiera. Es un emblema de la ciudad y el lugar de su primera fundación. Hay montones de historias alrededor de este lugar que – sin ser especialmente diferente al resto – tiene un espíritu interior particular. Por alguna causa fue y es lugar elegido de escritores y artistas de todo tipo, pero especialmente los primeros. Tanto si escriben sobre él, como si lo hacen dentro de él o en alguno de los dos bares característicos ubicados en un extremo del predio. El Bar Británico y El Hipopótamo en la esquina de Brasil y Defensa. Los otros bares – que  son muchos – no son iguales. Parece que no son ni fueron propicios para la literatura.
En el Parque Lezama escribió José Mármol la novela Amalia, una obra capital del romanticismo en la historia literaria argentina. Situó a sus personajes en el lugar y describió los jardines y barranca que lo caracterizaban en aquellos años. Luego siguieron otros en el siglo XX, y algunos más próximos a nuestra memoria. Tales son el caso de Baldomero Fernández Moreno, María Elena Walsh, Ernesto Sábato y Horacio Ferrer. Pero también hay otros menos conocidos del gran público. Y también músicos, pintores, escultores.


Pero el parque también tiene otra historia, que a su vez  tiene otra historia. Es que la vida y existencia del parque es tan antigua como la ciudad. Lo que llamamos Parque Lezama, nació a mediados del siglo XIX, aproximadamente en 1857,  cuando el hacendado salteño Gregorio Lezama compró esas tierras y decidió instalarse definitivamente en Buenos Aires. Lezama era un aficionado a la botánica y un experto coleccionista de especies diversas, no necesariamente exóticas. En pocos años construyó una vivienda de estilo ecléctico renacentista e italianizante y un inmenso parque que ocupó en un primer tramo, la parte alta de la barranca y luego toda las laderas que daban hasta el río. Lo que hoy se conoce como La Pradera. Para 1890 no había ninguna colección botánica en Sudamérica que la superara. Era el orgullo de la ciudad y el principal espacio verde. Fue el primer lugar diseñado racionalmente como parque y la primera gran colección botánica. Y fue lo más parecido a un museo o galería de arte por la cantidad de piezas que tenía en su interior.
Los límites del parque fueron variando según el crecimiento de la ciudad y la expansión sobre el Río de la Plata. Los que hoy conocemos, corresponden a la época de Lezama. El actual parque es heredero del aquel espacio. Dentro de la ciudad de Buenos Aires está en el punto clave que une los barrios de La Boca, Barracas y San Telmo. Las tres esquinas que forman las avenidas Paseo Colón, Almirante Brown y Martín García. El límite sur es la Avenida Martín  García y el norte la Avenida Brasil (aunque en este tramo es calle). Por el lado este lo rodea la Avenida Paseo Colón y por el oeste la calle Defensa. Tiene aproximadamente ocho hectáreas y en la casa tradicional de la familia Lezama, ahora funciona el Museo Histórico Nacional.

 La ciudad y el parque

El parque y la ciudad no nacieron juntos, pero la ciudad se fundó en el lugar que hoy ocupa el parque. En la explanada que da a la esquina de Brasil y Defensa,  hay un gran monumento a Pedro de Mendoza, fundador de la primera Buenos Aires, el 2 de febrero de 1536. Sobre su corta existencia (apenas siete años) se ha escrito el mejor relato de la historia de la conquista y colonización de América: Viaje al Río de la Plata, de Ulrich Schmidel. Soldado de fortuna, formó parte de la expedición, la fundación de la ciudad, fue testigo de su destrucción y abandonó el lugar en dirección al norte, con Domingo Martínez de Irala para ser uno más de los que fundaron la ciudad de Asunción del Paraguay. Schmidel sobrevivió a todo eso y  lo contó. Es el mayor registro literario y  descriptivo de la aventura y la única ciudad que tiene un relato propio y específico de su fundación.
Tras la segunda fundación de la ciudad por Juan de Garay, el 24 de abril de 1580, el lugar perdió centralidad. La nueva Buenos Aires se instaló tres kilómetros al norte, también sobre la barranca que forma el macizo geográfico que da sobre el Río de la Plata. Pero la Punta de Doña Catalina, como se conoce a ese extremo de la barranca donde hoy está el parque, quedó como un extrarradio, como un lugar intermedio entre la Plaza Mayor y el Riachuelo de los Navíos, como se llamaba a la desembocadura del río Matanza, en forma de delta, sobre el Río de la Plata. Lugar usado de fondeadero y puerto de emergencia. El terreno del parque, entonces,  pasó a ser lugar de tránsito, de  descanso de caravanas y reacomodamientos de tropillas y trasiego de mercaderías en dirección al mercado de la Plaza Mayor.
También tuvo otros nombres populares, según fueron cambiando los usos. A  esta punta de la barranca se la llamó Bajo de la Residencia y Barranca de Marcó en los tiempos en que funcionó el primer horno de ladrillas, el primer molino de viento, fuera también el gran depósito de mercadería de la ciudad y se instalara la barraca de la Real Compañía de Filipinas, dedicada al comercio de esclavos.



La auténtica historia de este lugar empieza a partir del 1802, año en el que el funcionario Manuel Gallego y Valcárcel compra el predio que hoy ocupa el parque, en su sección sobre la Avenida Martín García y empieza la construcción del edificio familiar. Pero la identidad más próxima a lo que conocemos se la dio El Gringo,  un inmigrante irlandés que se instaló en 1808 con su familia. Daniel Mackinlay le compró a Gallego y Valcárcel la propiedad por 19.000 pesos. Luego la amplió y le dio un entorno verde con diferentes especies. Siguiendo las tradiciones de su tierra, no puede haber casa sin parque.  En esos años se conoció el lugar como La Quinta del Inglés, a pesar de que Machinlay no lo era. Y ese nombre referencial se siguió usando muchos años después de su muerte en 1826.
Entre El Gringo y Gregorio Lezama hay un intermedio que ocupa un auténtico inglés, Mister Carlos Ridgely Horne, experimentado comerciante de Baltimore. Horne compró la propiedad en 1846 a los herederos de Machinlay, que ya era un lugar de envergadura y consideración en la ciudad. Sus actividades requerían de un lugar destacado. Había sido nombrado por Juan Manuel de Rosas como “único corresponsal marítimo” del puerto de Buenos Aires. Algo así como tener el control absoluto del puerto. Su solvencia, le permitió anexar las tierras hasta la calle Brasil y remodeló la construcción. Ahora ya no es una casa con jardín o una gran quinta, sino un pequeño palacete con extensión suficiente de parque. Pero los desarrollos hechos al lado del poder, duran lo que dura el poder. Rosas fue derrotado y se marchó al exilio luego de la Batalla de Caseros,  en 1852. Horne vivió algunos años más por estas tierras, pero en 1957 vendió la propiedad a José Gregorio Lezama. El primer paso dado por Goyo Lezama fue ampliar y remodelar definitivamente la casa, tal como la conocemos hoy. Pero el aspecto clave en la historia del lugar, fue la contratación del paisajista belga Verecke para parquizarla y armar la primera colección botánica.
Así, casi como una medida administrativa, como resultado de una transacción comercial aparentemente sin importancia, nace lo que hoy conocemos como el Parque Lezama. En la próxima nota entraremos en su historia fundacional como lugar público de esparcimiento y qué significó en esa época.

Las fotos son de  ©sarmiento-cms

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