En la 1º nota y 2ºnota se hizo un recorrido por la historia cronológica y los avatares que desembocaron en la creación del parque como espacio público, en la última década del siglo XIX. En ese proceso se fueron gestando otras historias que han tenido su correlato en diversas expresiones artísticas. Algunas de ellas se materializaron en los 76.500 metros cuadrados que tiene el espacio. Otras dieron lugar a obras literarias y canciones. En esta nota haremos un recorrido por esa parte de la historia del Parque Lezama y su entorno más directo como el Bar Británico. Esta es la tercera y última nota sobre este espacio tan particular de Buenos Aires.
Desde que Gregorio Lezama decidiera
convertir el jardín de su quinta en un lugar donde acumularía obras de arte, el
parque estuvo marcado por esa impronta artística. Son muchos los casos de
autores que hacen referencia al sitio. El más conocido es la novela Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato
que empieza así:
Un sábado de mayo de 1953, dos años antes de
los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno
de los senderos del parque Lezama. Se sentó en un banco, cerca de la estatua de
Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos (…)
No es el único trabajo de Sábato
que tiene que ver con el Parque Lezama. Pero es el único en el que lo menciona
explícitamente. Una buena parte de su obra la escribió en el parque y en al Bar
Británico o el restaurante Lezama, ambos sobre la calle Brasil. “Por la Esperanza” fue uno de sus últimos
trabajos. Una carta a los jóvenes que le encargó la revista La Maga en el año
1995, en pleno furor neoliberal de menemismo. En un homenaje que le hicieron
vecinos, periodistas y amantes de literatura del barrio de San Telmo, Sábato
contó que esa carta a los jóvenes la escribió en la mesa del Bar Británico que
está en el vértice de la pared y la ventana que da sobre la calle Brasil. “Mientras miraba el parque Lezama que tantos
recuerdo me trae de juventud”. En
ese mismo homenaje, en que se colocó una placa en la esquina del parque de
Defensa y Brasil, contó que buena parte del libro mencionado fue escrito en la
mesa del restaurante Lezama (sobre la calle Brasil) que está junto a la ventana
derecha. “Me gustaba escribir acá por las
mañanas porque no había casi gente y tenía el parque enfrente”, les dijo a
quienes asistieron al homenaje mientas muchos seguidores aprovechaban para
fotografiarse en el lugar junto al escritor que ya tenía más de 80 años.
María Elena Walsh y Horacio Ferrer
escribieron también en el Bar Británico. El segundo mucho más que la primera ya
que era habitué del lugar. Pero la música y poetisa dejó testimonio del parque
en el Vals Municipal. Una estrofa de esta
famosa canción, traducida a varios idiomas y cantada por todo el mundo,
dice:
Es un chico que piensa en inglés
y una vieja nostalgia en gallego.
Es el tiempo tirado en cafés
y es memoria en la Plaza Dorrego.
Es un pájaro y un vendedor
que rezongan con fe provinciana.
Y también es morirse de amor
un otoño en el Parque Lezama.
Al igual que Ernesto Sábato, el
poeta Baldomero Fernández Moreno era visitante constante del parque. Y escribió
en 1941 un poema cuyo título es precisamente Parque Lezama. Fernández Moreno vivía en la Av. de Mayo al 1100, en
el edificio contiguo al Hotel Castelar. Varias veces a la semana se trasladaba
hasta el parque para escribir. Solía hacerlo en
e l Bar Británico o en el actual Hipopótamos, también un bar notable de
la ciudad que está justo en frente. La última estrofa del poema los menciona
indirectamente:
Patricio, enhiesto parque de Lezama
cortado y recortado a mi deseo,
verdinegro por donde te mirase
salvo el halo de oro del Museo:
desde un bar arco iris te saludo
ahito de café y melancolía,
dejo en la silla próxima una rosa
y digo tu elegía y mi elegía
La novela Amalia de José Mármol es un clásico de la literatura argentina y
más precisamente del romanticismo. Gran parte de la historia se desarrolla en
el parque y sus alrededores, solo que en 1851 ese lugar de la ciudad todavía no
era el Parque Lezama. Así Marmol se
refiere al actual mirador que está en la punta de la barranca que da a la esquina
de Paseo Colón y Martín García como Punta
Catalina y a la calle Defensa, entre
Brasil y Martín García, como “Al cabo de
seiscientos pasos, la callejuela da salía a la empinada y solitaria barranca de
Marcó, cuya pendiente rápida y estrechísimas sendas causan temor de día mismo a
los que se dirigen a Barracas, que prefieren la barranca empedrada de Brown o
la de Balcarce, antes que bajar por aquel medio precipicio, especialmente si el
terreno está húmedo”.
ESCULTURAS, ORNAMENTOS Y BUENA ARQUITECTURA
José Gregorio Lezama modificó completamente
el lugar. No quedaron rastros del paisaje que se describía en la novela Amalia.
La barranca de Balcarce ya no cruzaba el
entorno y se mantenía la Punta Catalina
como gran espacio para disfrutar el río hasta el horizonte. Construyó una gran
casa de estilo italiano sobre La Barranca
de Marcó (actual calle Defensa) que dejó de ser ese lugar resbaladizo y
empinado como un precipicio que describía José Mármol. Y rodeo la pequeña
mansión con un amplio parque cargado de árboles entre los que se destacaban los
olmos, las acacias, magnolias, tilos y otras especies exóticas como el ficus de
la India.
La construcción se caracterizaba
por amplios salones techados de artesonados de maderas y puertas labradas y
laqueadas en algunos casos. Una amplia galería con grandes arcos se extendía
por todo el frente. Que estaba adornado con hornacinas, copones y pequeñas
estatuas. Las paredes habían sido decoradas por al artista uruguayo León Pallejá. La casa de los Lezama es desde sede del Museo Histórico Nacional.
La transformación del parque en
espacio público en 1894 vino acompañada de varios cambios. Uno de ellos fue un
nuevo diseño paisajístico a cargo de Carlos Thays, el arquitecto y paisajista
francés que había sido nombrado Director de Parques y Paseos de Buenos Aires 3
años antes. Thays introduce en el parque las Tipas, variedad de árboles
autóctonos del norte argentino. También traza nuevos caminos e impone el
grutesco en las escalinatas que dan a la barranca sobre el río, hoy Paseo
Colón, y que se conservan parcialmente. También es suyo el diseño del mirador
de la antigua Punta Catalina.
Pero los cambios más llamativos
fueron el anfiteatro sobre la calle Brasil y el rosedal que se puso en la parte
llana de la barranca que da sobre la Av. Martín García, lugar que se conoce hoy
como La Pradera. A lo largo de esa
avenida se montó una inmensa pérgola con diversas plantas enredaderas. Esta glorieta
que se extendía desde la calle Defensa hasta Paseo Colón, también albergó una
pista de patinaje. Hacia el primer
quinquenio del siglo pasado, el parque contaba con diferentes atracciones como
un tren para los niños, una calesita (aún funciona sobre la calle Defensa), un
pequeño lago artificial, el teatro al aire libre, un circo y el restaurante El Ponisio.
Todos los cambios producidos en el
parque son consecuencia de la primera idea artística y paisajística de Gregorio
Lezama. Bien es cierto que la mayoría de las intervenciones fueron para
empeorar y no para conservar, salvo la gestión de Carlos Thays que dotó al
espacio de la fortaleza necesaria para mantener el espíritu artístico a un
lugar que paulatinamente iba a ser ocupado por gente diversa en uso público.
Un punto destacado de la época
familiar de los Lezama es el templete de influencia grecorromana, en cuyo
centro hay una estatua de Diana Fugitiva o
Siringa. Y en el camino de acceso al
pequeño recinto, en los laterales están las figuras evocativas de El Invierno, La Vid, La Primavera y Palas Atenea. En la actualidad (según el
Arcón de Buenos Aires) “solo queda una
sola de las estatuas originales de la casa Lezama: La Primavera. La mayoría de
las estatuas originales y maceteros sufrieron mucho deterioro cuando el Parque
se transformó en paseo público. Gradualmente fueron dadas de baja o llevadas a
restaurar, luego de lo cual fueron instaladas en otros lugares”.
Del viejo parque de la familia
Lezama queda el paseo de las Palmeras con sus hileras laterales de copones de
mármol de Carrara, montadas sobre plintos labrados con motivos griegos. Faltan cinco
de esas piezas ornamentales, que fueron robadas y no precisamente por
indigentes. Quienes las llevaron conocían perfectamente el valor de lo que
sustraían. Hoy fueron reemplazadas por piezas idénticas en cemento.
El parque fue un lugar privilegiado
para albergar regalos en ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo.
Actualmente se encuentran el Cruceiro,
regalo de la comunidad gallega en la Argentina, la Loba Romana o Loba Capitolina,
presente de la ciudad de Roma a Buenos Aires, con las figuras de Rómulo y Remo
que originalmente fueron en bronce y ahora son de cemento producto del robo de
las originales. Pero el monumento más importante de esos acontecimiento es el regalo
de la ciudad de Montevideo en 1936, en ocasión del 4º centenario de la 1º
fundación de Buenos Aires. Se llama Monumento
a la Cordialidad Internacional y es obra
del escultor Antonio Pena y el arquitecto Julio Villamajó. Está ubicado sobre
la Avenida Martín García.
Pero el monumento que sin duda la
bienvenida a los turistas es el de Don
Pedro de Mendoza, situado en la esquina de las calles Defensa y Brasil. Es obra
del escultor Juan Carlos Oliva Navarro y fue inaugurado el 23 de junio de 1937.
Finalmente hay que destacar la
fuente y gruta ubicada en la esquina de Brasil y Paseo Colón, inaugurada en
1931. A la fuente se la conoce como Fuente
du Val D’Osne. El Valle de Osne fue un lugar de gran prestigio en la
fundición de obras de arte para todo el mundo. Lo que vemos hoy en la hornacina
son las figuras de Néyade y Neptuno,
ambas forman parte de una escultura mayor, cuyas partes están repartidas en
distintas espacio de la ciudad.
En el Museo Histórico Nacional se
exhiben hoy más de 50.000 piezas relacionadas con la historia de Argentina, que abarcan el período colonial hasta 1950.
Entre los objetos en exposición se
encuentran trajes, relojes y otras pertenencias de Manuel Belgrano, el sable y
otros instrumentos militares del general San Martín, como así también el mobiliario de su
dormitorio al momento de morir. La bandera de la batalla de Ayohuma, oleos de Prilidiano Pueyrrerón, muebles del
Virrey Sobremonte, el uniforme del
General Güemes y el catalejo del general inglés Carr Beresford durante las
Invasiones Inglesas.
En suma. En materia de creación
artística el parque ha estado siempre en el primer plano. Es parte del legado
de Lezama. Por alguna razón especial que no se puede definir, también ha sido
lugar de preferencia de pintores, escultores y escritores. Muchos han dejado
testimonio y otros solo menciones en sus biografías. Cada una de estos objetos
encierra una historia particular, dentro de esa gran historia que la antigua
finca de los Lezama hoy Parque Lezama.
Fotos: © sarmiento-cms
Galería de imágenes en Flickr.
Pueden amplia la información en Wikipedia y el Arcón de Buenos Aires
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