miércoles, 13 de noviembre de 2019

BAR BRITÁNICO: EL FOGÓN DE LA TERTULIA


\*/ Las tertulias de “el Británico” siempre fueron  abiertas, anárquicas, ocurrentes y generosas de ideas. Algunas de ellas terminaron  siendo parte de un hecho cultural o de una obra de arte.


 \*/ A “el Británico” se podía ir solo y terminar la tarde y la noche en medio de un tumulto que hablaba y opinaba superponiendo discursos.


\*/ Estas tertulias llenaban  el ambiente de un murmullo ruidoso, que no se apagaba ni al amanecer.   


\*/ El Bar Británico es uno de  los 86 Bares Notables de  la Ciudad de Buenos Aires. Pero nunca fue un lugar solemne.






La luz es tenue apenas. Faltan algunos minutos para las seis de la mañana. El cielo que se ve tras los ventanales,  es de un color celeste azulado intenso. La temperatura es agradable afuera  todavía, a pesar del marcado verano. Pero en el interior el ambiente es un poco más fresco. Está en  penumbras. Hay un silencio irreconocible. Pero agudizando el oído y las percepciones, quizá todavía se escuche algo del fuerte murmullo que horas antes invadían el espacio.
En el Bar Británico las sillas están apiladas sobre las mesas,  el lugar está vacío y solo se ve el trajín de la limpiadora, que recoge restos del piso y prepara el agua jabonosa que luego repartirá por todos los rincones del  local. Los parroquianos han sido desalojados. Esa es la palabra precisa. Porque esa gente nunca abandona. Hay que decirle que se tiene que ir. Así a secas,  sin muchas explicaciones. Son innecesarias. Porque en  el fragor de la tertulia no entienden otra cosa más que la  continuidad del debate de su mesa. Pero al bar hay que cerrarlo al menos media hora, para poder limpiar y empezar la jornada como si nada hubiera sucedido.



Así eran  las cosas hasta que “Los Gallegos”  tuvieron que vender. Luego continúo la costumbre unos años más, porque los vecinos  y sus fanáticos de otras partes de la  ciudad, se lo impusieron al nuevo propietario Agustín Souza. Pero el “invento” se terminó definitivamente en noviembre de 2014, cuando los hermanos Aznarez  compraron  el fondo de comercio a Souza, le lavaron la cara al bar, empezaron otra  historia que no iba a incluir mantenerlo abierto las 24 horas. Por una cuestión comercial, los fanáticos de la tertulia nocturna ya no iban a poner ver el amanecer desde las ventanas de el Británico”,  como se lo menciona siempre, ahorrándose la palabra bar, porque todo el mundo sabe que es un bar o algo más que un bar.
El Bar Británico es uno de  los 86 Bares Notables de  la Ciudad de Buenos Aires. Esos lugares que guardan historia arquitectónica, patrimonio cultural interior y una historia oral que se cuenta entre vecinos, parroquianos y fanáticos del lugar. Son esos espacios porteños donde  la historia de  la ciudad y su gente se cuenta en capítulos que se pueden leer visitándolos de uno en uno. Pero de todos los Bares Notables, “el Británico” es de los más notables junto al líder de los conocidos, el Café Tortoni. Pero este bar de San Telmo, ubicado en la esquina de la calles Defensa y Brasil, frente a uno de los extremos del Parque Lezama, no tiene nada que envidiarle el líder que está en la Avenida de Mayo, que está en todas las guías de turismo sobre Buenos Aires.
Porque en las mesas de “el Británico” también se han cocido grandes tertulia, se han escrito grandes libros, se ha filmado buen cine, ha habido mucha música, demasiada poesía y todo tipo de performance artística. Todo eso, sin contar los debates políticos, el chusmerío sobre la economía o el boca a boca de los asuntos mundanos del barrio y de los mundillos culturales de otras zonas de la ciudad.
El Bar Británico nunca fue un lugar solemne. Su residencia no era un lugar destacada de la ciudad. A  comienzos del siglo XX, esta zona formaba parte del arrabal porteño. En la época colonial, San Telmo y Monserrat habían sido el  centro político y social de Buenos Aires. Grandes residencias y lugares de encuentro, tertulia de la época y conspiraciones revolucionarias. Pero las epidemias de fiebre amarilla a finales del siglo XIX,  mudaron a las familias hacia la  zona norte. Y con  esas familias se fue el dinero, el glamour, el amor por las bellas artes y las reuniones sociales de  la  gente destacada. Los edificios amplios y abundantes en habitaciones  y zonas de servicio, fueron alquilados por partes, formando inquilinatos, ocupados en su mayoría por inmigrantes que a fines del siglo XIX y principios del XX, llegaron a la ciudad  con la ilusión de “hacer la América”.  La esquina de Defensa y Brasil no iba a tener un lugar elegante ni decorado a la europea como un  salón. En esa esquina se instaló una pulpería que se llamó “La Cosechera”.  Y por esa época, el paisanaje la  conocía como la pulpería que estaba en la  punta de la Cuesta de Marcó, como se llamaba  ocasionalmente a la pendiente de la calle Defensa, que baja desde este extremo del Parque Lezama hasta la Avenida Martín García.
¿Desde cuándo se llamó “el Británico”? Nadie lo sabe. El lugar nunca tuvo una historia oficial como si la  tienen otros Bares Notables. En el caso del Café Tortoni o Hermanos Cao o El Gato Negro, sus dueños se encargaron de documentar su  tiempo. Pero “al Británico”  le faltó el  cronista que dejara testimonio y nadie se tomó el trabajo de recoger la historia oral, salvo en los últimos años. Pero todo indica que la pulpería “La Cosechera”  empezó a llamarse  “el bar de los británicos”, alrededor de 1925 a 1930.
Lo que hoy conocemos como Parque Lezama, no había sido parque, sino la residencia del hacendado Gregorio Lezama. Pero durante las  tres cuartas partes del  siglo XIX a ese predio de 8  hectáreas se lo conoció como “La Quinta del Inglés”. Porque desde 1808 hasta 1852, sus propietarios fueron un inglés (Daniel Mackinlay) y un norteamericano  (Carlos Ridgely Horne). Pero lo determinante para el  lugar fue que en la Avenida Patagones (actual Avenida Caseros) la empresa Ferrocarril del Sud construyó – hacia 1905 – los edificios para albergar a sus técnicos e ingenieros. Todos esos ingleses e irlandeses fueron a ocupar  sus horas de ocio a “La Cosechera”.  Tanto anglosajón circulando por el lugar, terminó por imponer la idea de que ese  el “Bar de  los británicos”.



¿Cuánto comenzaron las tertulias? Nadie lo sabe. Pero si conocemos a los instigadores de las tertulias. “Los Gallegos” se  convirtieron en los promotores  involuntarios de las tertulias. En la década del 1950 estos personajes eran  los camareros del bar, pero su dueño decidió venderlo y los tres empleados resolvieron  comprarle el fondo de comercio. Para poder pagarlo, exprimieron  al máximo el trabajo y el tiempo de apertura. Dividieron el día en tres turnos y se repartieron los horarios. José Trillo se ocupó de la  mañana, Pepe  Miñones fue por la tarde y Manolo Pose en  el  turno  noche. Desde entonces el bar permaneció abierto las 24 horas todos los días del año a excepción  del 25 y 31 de diciembre. El 24 y el 30 diciembre  estaba abierto hasta las  8 de la  noche.
Durante cinco décadas “el Británico” fue parada nocturna obligada de taxistas. Se jugaba a los naipes y los dados en sus mesas, pero sin dinero a la vista y se escondías los elementos cuando aparecía la  policía. Fue punto de encuentro para artistas,  bohemios e  intelectuales de todo tipo. Fue lugar de debates semanales programados como el Foro del Bar Británico, organizado por  el  actor y director teatral Juan Carlos Gené.  Fue lugar de lectura y charlas literarias y musicales por las tardes. Todos los personajes de la cultura  y sus seguidores pasaban por “el Británico”  en esos años. El poeta Baldomero   Fernández  Moreno, la poeta María Elena Walsh escribieron textos en donde se menciona este lugar que ellos mismos  eran habitué. El escritor Ernesto  Sábato escribió gran parte de su libro “Sobre Héroes y Tumbas”  en las mesas de lo que entonces se  llamaba Salón Familiar, el lado sur del  bar, con el ventanal  sobre la calle Brasil, desde donde se puede  mirar el Parque Lezama, el lugar donde comienza la novela y donde trascurren gran parte de los episodios. La lista es interminable de  músicos. Y en la historia reciente, la película más famosa filmada en  el bar es “Las cosas del querer”, dirigida por Jaime Chavarri y protagonizada por Ángela Molina y Manuel Bandera. Pero hay muchas más, como  así también cortos publicitarios.
Pero esas listas de personajes conocidos del mundo artístico y cultural, nada dicen de todos los tertulianos que le ponían calor y fragor al debate por  las tardes y sobre todo por las noches. En este bar,  había tanta concurrencia un miércoles  o jueves de madrugada como un  viernes  por la tarde o un sábado por  la  noche. Durante mucho tiempo fue un bar de “mesa llena”, donde no era fácil encontrar lugar. Pero siempre había silla  disponible. Porque si algo de característico tenían las tertulias y la gente del lugar, es que eran abiertas y la mayor parte de los participantes eran amigos o se conocían o se habían cruzado alguna vez en algún lugar. Por eso no era extraño ver que la gente s e pasara de una mesa a otro grupo,  que debatía otra cosa, y continuara su velada. En ese punto,  el  mundo social de “el Británico”  fue inigualable.
 Las tertulias de “el Británico” siempre fueron  abiertas, anárquicas, ocurrentes y generosas de ideas. Algunas de ellas terminaron  siendo parte de un hecho cultural o de una obra de arte. Esa era la característica principal, el sello que diferenció las reuniones de este lugar en comparación a otros bares. A “el Británico” se podía ir solo y terminar la tarde y la noche en medio de un tumulto que hablaba y opinaba superponiendo discursos. Estas tertulias llenaban  el bar de un murmullo ruidoso, que no se apagaba ni al amanecer.   

Fotos: sarmiento-cms / el jinete imaginario. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tus comentarios