\*/ Las tertulias de “el Británico” siempre fueron abiertas, anárquicas, ocurrentes y generosas de ideas. Algunas de ellas terminaron siendo parte de un hecho cultural o de una obra de arte.
\*/ A “el Británico”
se podía ir solo y terminar la tarde y la noche en medio de un tumulto que
hablaba y opinaba superponiendo discursos.
\*/ Estas
tertulias llenaban el ambiente de un
murmullo ruidoso, que no se apagaba ni al amanecer.
\*/ El Bar Británico es uno de
los 86 Bares Notables de la
Ciudad de Buenos Aires. Pero nunca fue un lugar solemne.
La luz es tenue
apenas. Faltan algunos minutos para las seis de la mañana. El cielo que se ve
tras los ventanales, es de un color
celeste azulado intenso. La temperatura es agradable afuera todavía, a pesar del marcado verano. Pero en
el interior el ambiente es un poco más fresco. Está en penumbras. Hay un silencio irreconocible.
Pero agudizando el oído y las percepciones, quizá todavía se escuche algo del
fuerte murmullo que horas antes invadían el espacio.
En el Bar
Británico las sillas están apiladas sobre las mesas, el lugar está vacío y solo se ve el trajín de
la limpiadora, que recoge restos del piso y prepara el agua jabonosa que luego
repartirá por todos los rincones del local.
Los parroquianos han sido desalojados. Esa es la palabra precisa. Porque esa
gente nunca abandona. Hay que decirle que se tiene que ir. Así a secas, sin muchas explicaciones. Son innecesarias. Porque
en el fragor de la tertulia no entienden
otra cosa más que la continuidad del
debate de su mesa. Pero al bar hay que cerrarlo al menos media hora, para poder
limpiar y empezar la jornada como si nada hubiera sucedido.
Así eran las cosas hasta que “Los Gallegos” tuvieron que vender. Luego continúo la
costumbre unos años más, porque los vecinos y sus fanáticos de otras partes de la ciudad, se lo impusieron al nuevo propietario
Agustín Souza. Pero el “invento” se terminó definitivamente en noviembre de
2014, cuando los hermanos Aznarez compraron
el fondo de comercio a Souza, le lavaron la cara al bar, empezaron otra historia que no iba a incluir mantenerlo
abierto las 24 horas. Por una cuestión comercial, los fanáticos de la tertulia
nocturna ya no iban a poner ver el amanecer desde las ventanas de “el
Británico”, como se lo menciona siempre, ahorrándose la
palabra bar, porque todo el mundo sabe que es un bar o algo más que un bar.
El Bar Británico es uno de los 86 Bares Notables de la Ciudad de Buenos Aires. Esos lugares
que guardan historia arquitectónica, patrimonio cultural interior y una
historia oral que se cuenta entre vecinos, parroquianos y fanáticos del lugar.
Son esos espacios porteños donde la historia
de la ciudad y su gente se cuenta en
capítulos que se pueden leer visitándolos de uno en uno. Pero de todos los
Bares Notables, “el Británico” es de los más notables junto al líder de los
conocidos, el Café Tortoni. Pero este bar de San Telmo, ubicado en la esquina
de la calles Defensa y Brasil, frente a uno de los extremos del Parque Lezama,
no tiene nada que envidiarle el líder que está en la Avenida de Mayo, que está
en todas las guías de turismo sobre Buenos Aires.
Porque en las
mesas de “el Británico” también se han cocido grandes tertulia, se han
escrito grandes libros, se ha filmado buen cine, ha habido mucha música,
demasiada poesía y todo tipo de performance artística. Todo eso, sin contar los
debates políticos, el chusmerío sobre la economía o el boca a boca de los
asuntos mundanos del barrio y de los mundillos culturales de otras zonas de la
ciudad.
El Bar Británico
nunca fue un lugar solemne. Su residencia no era un lugar destacada de la
ciudad. A comienzos del siglo XX, esta
zona formaba parte del arrabal porteño. En la época colonial, San Telmo y
Monserrat habían sido el centro político
y social de Buenos Aires. Grandes residencias y lugares de encuentro, tertulia
de la época y conspiraciones revolucionarias. Pero las epidemias de fiebre
amarilla a finales del siglo XIX,
mudaron a las familias hacia la
zona norte. Y con esas familias
se fue el dinero, el glamour, el amor por las bellas artes y las reuniones
sociales de la gente destacada. Los edificios amplios y
abundantes en habitaciones y zonas de
servicio, fueron alquilados por partes, formando inquilinatos, ocupados en su
mayoría por inmigrantes que a fines del siglo XIX y principios del XX, llegaron
a la ciudad con la ilusión de “hacer la América”. La esquina de Defensa y Brasil no iba a tener
un lugar elegante ni decorado a la europea como un salón. En esa esquina se instaló una pulpería
que se llamó “La Cosechera”. Y por esa época, el paisanaje la conocía como la pulpería que estaba en
la punta de la Cuesta de Marcó, como se
llamaba ocasionalmente a la pendiente de
la calle Defensa, que baja desde este extremo del Parque Lezama hasta la
Avenida Martín García.
¿Desde cuándo se llamó “el Británico”? Nadie lo sabe. El lugar nunca tuvo una historia
oficial como si la tienen otros Bares
Notables. En el caso del Café Tortoni o Hermanos Cao o El Gato Negro, sus
dueños se encargaron de documentar su tiempo.
Pero “al
Británico” le faltó el cronista que dejara testimonio y nadie se
tomó el trabajo de recoger la historia oral, salvo en los últimos años. Pero
todo indica que la pulpería “La Cosechera”
empezó a llamarse “el bar
de los británicos”, alrededor de 1925 a 1930.
Lo que hoy conocemos
como Parque Lezama, no había sido parque, sino la residencia del hacendado
Gregorio Lezama. Pero durante las tres
cuartas partes del siglo XIX a ese
predio de 8 hectáreas se lo conoció como
“La Quinta del Inglés”. Porque desde
1808 hasta 1852, sus propietarios fueron un inglés (Daniel Mackinlay) y un
norteamericano (Carlos Ridgely Horne).
Pero lo determinante para el lugar fue
que en la Avenida Patagones (actual Avenida Caseros) la empresa Ferrocarril del
Sud construyó – hacia 1905 – los edificios para albergar a sus técnicos e
ingenieros. Todos esos ingleses e irlandeses fueron a ocupar sus horas de ocio a “La Cosechera”. Tanto
anglosajón circulando por el lugar, terminó por imponer la idea de que ese el “Bar de
los británicos”.
¿Cuánto comenzaron las tertulias? Nadie
lo sabe. Pero si conocemos a los instigadores de las tertulias. “Los
Gallegos” se convirtieron en los
promotores involuntarios de las
tertulias. En la década del 1950 estos personajes eran los camareros del bar, pero su dueño decidió
venderlo y los tres empleados resolvieron
comprarle el fondo de comercio. Para poder pagarlo, exprimieron al máximo el trabajo y el tiempo de apertura.
Dividieron el día en tres turnos y se repartieron los horarios. José Trillo se
ocupó de la mañana, Pepe Miñones fue por la tarde y Manolo Pose
en el
turno noche. Desde entonces el bar
permaneció abierto las 24 horas todos los días del año a excepción del 25 y 31 de diciembre. El 24 y el 30
diciembre estaba abierto hasta las 8 de la noche.
Durante cinco
décadas “el Británico” fue parada nocturna obligada de taxistas. Se
jugaba a los naipes y los dados en sus mesas, pero sin dinero a la vista y se
escondías los elementos cuando aparecía la
policía. Fue punto de encuentro para artistas, bohemios e
intelectuales de todo tipo. Fue lugar de debates semanales programados
como el Foro del Bar Británico, organizado por
el actor y director teatral Juan
Carlos Gené. Fue lugar de lectura y
charlas literarias y musicales por las tardes. Todos los personajes de la
cultura y sus seguidores pasaban por “el
Británico” en esos años. El poeta Baldomero Fernández Moreno, la poeta María Elena Walsh escribieron
textos en donde se menciona este lugar que ellos mismos eran habitué. El escritor Ernesto Sábato escribió gran parte de su libro “Sobre Héroes y Tumbas” en las mesas de lo que entonces se llamaba Salón Familiar, el lado sur del bar, con el ventanal sobre la calle Brasil, desde donde se
puede mirar el Parque Lezama, el lugar
donde comienza la novela y donde trascurren gran parte de los episodios. La
lista es interminable de músicos. Y en
la historia reciente, la película más famosa filmada en el bar es “Las
cosas del querer”, dirigida por Jaime Chavarri y protagonizada por Ángela
Molina y Manuel Bandera. Pero hay muchas más, como así también cortos publicitarios.
Pero esas listas
de personajes conocidos del mundo artístico y cultural, nada dicen de todos los
tertulianos que le ponían calor y fragor al debate por las tardes y sobre todo por las noches. En este
bar, había tanta concurrencia un miércoles
o jueves de madrugada como un viernes
por la tarde o un sábado por
la noche. Durante mucho tiempo
fue un bar de “mesa llena”, donde no era fácil encontrar lugar. Pero siempre
había silla disponible. Porque si algo
de característico tenían las tertulias y la gente del lugar, es que eran
abiertas y la mayor parte de los participantes eran amigos o se conocían o se
habían cruzado alguna vez en algún lugar. Por eso no era extraño ver que la
gente s e pasara de una mesa a otro grupo, que debatía otra cosa, y continuara su velada.
En ese punto, el mundo social de “el Británico” fue inigualable.
Las tertulias de “el Británico” siempre
fueron abiertas, anárquicas, ocurrentes
y generosas de ideas. Algunas de ellas terminaron siendo parte de un hecho cultural o de una
obra de arte. Esa era la característica principal, el sello que diferenció las
reuniones de este lugar en comparación a otros bares. A “el Británico” se podía
ir solo y terminar la tarde y la noche en medio de un tumulto que hablaba y
opinaba superponiendo discursos. Estas tertulias llenaban el bar de un murmullo ruidoso, que no se
apagaba ni al amanecer.
Fotos: sarmiento-cms / el jinete imaginario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios