Ese es el complejo nombre de este pequeño “bosque” en miniatura que en las casas y jardines le llaman Culandrillo. También tiene otro nombre complejo, tal como Adiantum pedantum. Pero algunas personas prefieren llamarlo con nombre generoso: bosquecillo primavera.
Es una planta extraña. Tiene la
capacidad de mimetizarse con el espacio
y quizá con las personas que les dan vueltas.
Solo tienen una exigencia determinante: humedad, mucha humedad. Al fin y al cabo, la humedad es producto del agua y el agua es solo vida en estado
líquido.
Cambia la profundidad del verde. Y despliega sus pequeños hilos con hojas como lunares encrespados, en las direcciones donde atisba una línea de luz. Las varas que armas su estructura son frágiles aunque con una cierta rigidez. Pero enormemente flexibles como para generar un follaje con curvas que semejan las copas de los grandes árboles.
Sobre la madera y jugando con los reflejos de la luz, este
pequeño arbolillo se encarga de poner el toque de vértigo que rompa la
dicotomía entre el negro intenso y el
brillo del reflejo de la luz.
Las fotos corresponden a una
esquina de la sala de mi cada. Y en este caso, el culandrillo está acompañado
de manera circunstancial por un par de gajos de una hiedra mayor del jardín.
Todo crea un ambiente propicio que rompe la materialidad del espacio interior.
Y crea un espacio intimista, agradable a la mirada y de fuerte intensidad en el contraste de
colores.
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