El Parque Lezama de Buenos Aires es un punto clave de la ciudad. Es el punto de unión entre los barrios de La Boca, Barracas y San Telmo. Es el lugar de la primera fundación de la ciudad. Fue el segundo parque público. Ahí se armó la mayor colección botánica que hubo en este país y Sudamérica. Fue recinto privilegiado de personajes literarios como Amalia, Martín del Castillo o Alejandra Vidal. Fue factor de inspiración para poetas como Baldomero Fernández Moreno, María Elena Walsh u Horacio Ferrer o novelista como Ernesto Sábato. El parque es una suma de muchas cosas, con historias que encierran otras historias.
El parque no es
un lugar cualquiera. Es un emblema de la ciudad y el lugar de su primera
fundación. Hay montones de historias alrededor de este lugar que – sin ser
especialmente diferente al resto – tiene un espíritu interior particular. Por
alguna causa fue y es lugar elegido de escritores y artistas de todo tipo, pero
especialmente los primeros. Tanto si escriben sobre él, como si lo hacen dentro
de él o en alguno de los dos bares característicos ubicados en un extremo del
predio. El Bar Británico y El Hipopótamo en la esquina de Brasil y Defensa. Los
otros bares – que son muchos – no son
iguales. Parece que no son ni fueron propicios para la literatura.
En el Parque
Lezama escribió José Mármol la novela Amalia, una obra capital del romanticismo
en la historia literaria argentina. Situó a sus personajes en el lugar y
describió los jardines y barranca que lo caracterizaban en aquellos años. Luego
siguieron otros en el siglo XX, y algunos más próximos a nuestra memoria. Tales
son el caso de Baldomero Fernández Moreno, María Elena Walsh, Ernesto Sábato y
Horacio Ferrer. Pero también hay otros menos conocidos del gran público. Y
también músicos, pintores, escultores.
Pero el parque
también tiene otra historia, que a su vez tiene otra historia. Es que la vida y
existencia del parque es tan antigua como la ciudad. Lo que llamamos Parque Lezama,
nació a mediados del siglo XIX, aproximadamente en 1857, cuando el hacendado salteño Gregorio Lezama
compró esas tierras y decidió instalarse definitivamente en Buenos Aires.
Lezama era un aficionado a la botánica y un experto coleccionista de especies
diversas, no necesariamente exóticas. En pocos años construyó una vivienda de
estilo ecléctico renacentista e italianizante y un inmenso parque que ocupó en
un primer tramo, la parte alta de la barranca y luego toda las laderas que
daban hasta el río. Lo que hoy se conoce como La Pradera. Para 1890 no había ninguna colección botánica en
Sudamérica que la superara. Era el orgullo de la ciudad y el principal espacio
verde. Fue el primer lugar diseñado racionalmente como parque y la primera gran
colección botánica. Y fue lo más parecido a un museo o galería de arte por la
cantidad de piezas que tenía en su interior.
Los límites del
parque fueron variando según el crecimiento de la ciudad y la expansión sobre
el Río de la Plata. Los que hoy conocemos, corresponden a la época de Lezama.
El actual parque es heredero del aquel espacio. Dentro de la ciudad de Buenos
Aires está en el punto clave que une los barrios de La Boca, Barracas y San
Telmo. Las tres esquinas que forman las avenidas Paseo Colón, Almirante Brown y
Martín García. El límite sur es la Avenida Martín García y el norte la Avenida Brasil (aunque
en este tramo es calle). Por el lado este lo rodea la Avenida Paseo Colón y por
el oeste la calle Defensa. Tiene aproximadamente ocho hectáreas y en la casa
tradicional de la familia Lezama, ahora funciona el Museo Histórico Nacional.
La ciudad y el parque
El parque y la
ciudad no nacieron juntos, pero la ciudad se fundó en el lugar que hoy ocupa el
parque. En la explanada que da a la esquina de Brasil y Defensa, hay un gran monumento a Pedro de Mendoza,
fundador de la primera Buenos Aires, el 2 de febrero de 1536. Sobre su corta
existencia (apenas siete años) se ha escrito el mejor relato de la historia de
la conquista y colonización de América: Viaje
al Río de la Plata, de Ulrich Schmidel. Soldado de fortuna, formó parte de
la expedición, la fundación de la ciudad, fue testigo de su destrucción y
abandonó el lugar en dirección al norte, con Domingo Martínez de Irala para ser
uno más de los que fundaron la ciudad de Asunción del Paraguay. Schmidel
sobrevivió a todo eso y lo contó. Es el
mayor registro literario y descriptivo
de la aventura y la única ciudad que tiene un relato propio y específico de su
fundación.
Tras la segunda
fundación de la ciudad por Juan de Garay, el 24 de abril de 1580, el lugar
perdió centralidad. La nueva Buenos Aires se instaló tres kilómetros al norte,
también sobre la barranca que forma el macizo geográfico que da sobre el Río de
la Plata. Pero la Punta de Doña Catalina,
como se conoce a ese extremo de la barranca donde hoy está el parque, quedó
como un extrarradio, como un lugar intermedio entre la Plaza Mayor y el Riachuelo de
los Navíos, como se llamaba a la desembocadura del río Matanza, en forma de
delta, sobre el Río de la Plata. Lugar usado de fondeadero y puerto de
emergencia. El terreno del parque, entonces,
pasó a ser lugar de tránsito, de
descanso de caravanas y reacomodamientos de tropillas y trasiego de
mercaderías en dirección al mercado de la Plaza
Mayor.
También tuvo
otros nombres populares, según fueron cambiando los usos. A esta punta de la barranca se la llamó Bajo de la Residencia y Barranca de Marcó en los tiempos en que
funcionó el primer horno de ladrillas, el primer molino de viento, fuera también
el gran depósito de mercadería de la ciudad y se instalara la barraca de la Real Compañía de Filipinas, dedicada al
comercio de esclavos.
La auténtica
historia de este lugar empieza a partir del 1802, año en el que el funcionario Manuel
Gallego y Valcárcel compra el predio que hoy ocupa el parque, en su sección sobre
la Avenida Martín García y empieza la construcción del edificio familiar. Pero
la identidad más próxima a lo que conocemos se la dio El Gringo, un inmigrante
irlandés que se instaló en 1808 con su familia. Daniel Mackinlay le compró a
Gallego y Valcárcel la propiedad por 19.000 pesos. Luego la amplió y le dio un
entorno verde con diferentes especies. Siguiendo las tradiciones de su tierra,
no puede haber casa sin parque. En esos
años se conoció el lugar como La Quinta
del Inglés, a pesar de que Machinlay no lo era. Y ese nombre referencial se
siguió usando muchos años después de su muerte en 1826.
Entre El Gringo y Gregorio Lezama hay un intermedio
que ocupa un auténtico inglés, Mister
Carlos Ridgely Horne, experimentado comerciante de Baltimore. Horne compró la
propiedad en 1846 a los herederos de Machinlay, que ya era un lugar de
envergadura y consideración en la ciudad. Sus actividades requerían de un lugar
destacado. Había sido nombrado por Juan Manuel de Rosas como “único corresponsal marítimo” del puerto
de Buenos Aires. Algo así como tener el control absoluto del puerto. Su
solvencia, le permitió anexar las tierras hasta la calle Brasil y remodeló la
construcción. Ahora ya no es una casa con jardín o una gran quinta, sino un
pequeño palacete con extensión suficiente de parque. Pero los desarrollos
hechos al lado del poder, duran lo que dura el poder. Rosas fue derrotado y se marchó
al exilio luego de la Batalla de Caseros, en 1852. Horne vivió algunos años más por
estas tierras, pero en 1957 vendió la propiedad a José Gregorio Lezama. El primer
paso dado por Goyo Lezama fue ampliar y remodelar definitivamente la casa, tal
como la conocemos hoy. Pero el aspecto clave en la historia del lugar, fue la
contratación del paisajista belga Verecke para parquizarla y armar la primera
colección botánica.
Así, casi como
una medida administrativa, como resultado de una transacción comercial
aparentemente sin importancia, nace lo que hoy conocemos como el Parque Lezama.
En la próxima nota entraremos en su historia fundacional como lugar público de
esparcimiento y qué significó en esa época.
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