Si fuera un juego de naipes, sería la partida ideal y señal de que la suerte no solo está echada, sino que además juega a nuestro favor.
Esparcidos sobre la mesa de cristal,
parecen un momento de relajación de los querubines en la corte y trono de un
Dios que no podemos identificar.
Tal vez sean los ayudantes del serafín que
administra las bondades del arte que ese supuesto gran Dios despliega de tanto
en tanto por aquí.
Aunque al final todos sabemos que no son
más que unos tréboles que nos mueven a la imaginación e impregnan de un fuerte
verde todo el panorama.
Vistos desde ciertos ángulos, parecen
pequeñas mariposas en situación de descanso. O tal vez en una reunión
intimista.
Sobre el vidrio el verde parece más
intenso. Y las líneas negras centrales de las hojas, son como un festón que
dibuja y describe la identidad de cada uno.
Los reflejos de obras de autores pasados,
reafirmados en la consideración, hacen de coro esta vez a estas pequeñas hojas
que cargan tanto significado ancestral alrededor de la buena suerte y mejores
augurios.
Los tréboles, al final, no serán más que
unas hermosas hojas que cargan una naturaleza generosa y potente. Pero a
nosotros nos gusta pensar que también son mensajeros de otras buenaventuras y
mejores agüeros.